domingo, 30 de marzo de 2008

GLOBALIZACION, ETICA Y DESARROLLO.

Adelanto de Primero la gente, de Amartya Sen y Bernardo Kliskberg.

Globalización, ética y desarrollo.

Amartya Sen es el economista no ortodoxo más importante del mundo. El argentino Bernardo Kliskberg es economista y politólogo especializado en temas de pobreza, desigualdad y desarrollo. Primero la gente es su primer libro escrito en común. En él analizan algunos de los principales problemas del mundo globalizado y sus posibles soluciones. Lo hacen desde la perspectiva de la ética del desarrollo. Aquí, como anticipo, dos textos de un volumen imprescindible.

Cuatro razones para participar de las políticas ambientales

Por Amartya Sen.


¿Qué papel debe desempeñar la ciudadanía en la política ambiental?

En primer lugar, debe incluir la capacidad de pensar, valorar y actuar, lo cual requiere que pensemos en los seres humanos como agentes, en vez de solamente como pacientes. Esto es pertinente para muchos debates ambientales importantes. Tomemos como ejemplo el informe de la Royal Society, Hacia un Consumo Sustentable, publicado en el 2000. El informe muestra, entre otras cosas, que las actuales tendencias del consumo son insostenibles, y que es necesario contener y reducir dicho consumo, empezando por los países ricos. En su prólogo, Aaron Klug recalca la urgente necesidad de “introducir profundos cambios en los estilos de vida de la mayor parte de los países de mayor desarrollo, algo que a ninguno de nosotros le resultará fácil”. Es sin duda una tarea difícil, pero si las personas son, en efecto, agentes que razonan (en vez de limitarse a ser pacientes con necesidades), entonces una manera posible de abordar el asunto podría residir en un debate público que genere una mayor comprensión de la situación del medio ambiente en la que nos encontramos.
En segundo lugar, la libertad de participación. De resultar impedidas o debilitadas las deliberaciones participativas, se perdería algo muy valioso. Por ejemplo, la reciente atenuación de regulaciones y requisitos ambientales en Estados Unidos, que ocurrió con muy poca oportunidad para el debate público, constituye no solamente una amenaza para el futuro, sino también un debilitamiento de la condición de ciudadanía de los estadounidenses, al privarlos de la oportunidad de participación. Resulta que cuando, a comienzos del 2001, el presidente Bush abandonó en forma repentina el acuerdo de Kyoto, una encuesta realizada por CNN y Time indicó que una amplia mayoría del público estadounidense tenía una opinión muy diferente de la del presidente. Sin embargo, no hubo prácticamente ningún intento serio por parte del gobierno por tener en cuenta la opinión del público en materia de elaboración de políticas, de incorporar a los ciudadanos al debate. En vez de ampliar el alcance del debate público, en Estados Unidos ha habido un marcado retroceso. Para citar otro ejemplo, el famosamente sigiloso Grupo de Trabajo para la Energía, del vicepresidente Cheney, ha demostrado poco interés por comunicarse con el público. De hecho, Cheney ha sido renuente incluso a revelar los nombres de los integrantes de dicho grupo. Estos y otros casos de distanciamiento y ocultamiento ilustran cuán integral ha sido el retiro de la posición de intentar buscar la participación del público. Bloquear oportunidades para la participación informada constituye, de por sí, una significativa pérdida de libertad, y esto ya está ocurriendo.
En tercer lugar, si se trata de lograr objetivos ambientales mediante procedimientos que constituyen una intromisión en las vidas privadas de las personas, la consiguiente pérdida de libertad debe considerarse como una pérdida inmediata. Por ejemplo, aun cuando resultase que la restricción de la libertad de reproducción mediante la planificación familiar coercitiva (como la política de un solo hijo practicada en China) contribuye a sostener los niveles de vida, igualmente es menester reconocer que hay algo importante que se está sacrificando. De hecho, hay fundados criterios empíricos para dudar de que la imposición coercitiva pueda contribuir considerablemente a reducir la fertilidad. De hecho, el logro de China se ajusta a lo que es factible esperar debido a la influencia de otros factores sociales que tienden a inducir a una reducción espontánea en la tasa de natalidad (como por ejemplo la extensión de la educación de las mujeres y el empleo remunerado). De hecho, otras sociedades, como Kerala, en la India, que han tenido progresos sociales parecidos, han registrado reducciones comparables, o mayores, pero sin coerción, en la tasa de fertilidad. Pero aun cuando se demostrase que un enfoque no participativo puede reducir la fertilidad en la práctica, habría que sopesar ese hecho a la luz de la consiguiente pérdida de libertad resultante de la coerción misma.
En cuarto lugar, la modalidad convencional de centrar la atención en las condiciones y el nivel de vida en general es de excesiva agregación para prestar la atención debida a la importancia de las libertades específicas. Puede haber una pérdida de libertades (y de los derechos humanos correspondientes) aun cuando no haya una disminución en el nivel de vida global. Esto puede ilustrarse con un sencillo ejemplo: si se acepta que una persona tiene el derecho moral de que no le lleguen bocanadas de humo a su cara exhaladas por fumadores indiscriminados, dicho derecho no queda éticamente invalidado en caso de que la persona afectada sea muy adinerada y tenga la ventaja de disfrutar de un elevadísimo nivel de vida. En el contexto ecológico, piensen en la posibilidad de un ambiente en franco deterioro en el cual a las generaciones futuras se les niega la oportunidad de respirar aire limpio (debido a emisiones especialmente contaminantes), pero en el cual esas generaciones tienen tanto dinero y disfrutan de tan numerosos y diversos beneficios que es muy probable que su nivel de vida general esté muy bien sustentado.
La pertinencia de la participación ciudadana y social es más que instrumental. Se trata de elementos integrales que tenemos razón de preservar. Debemos combinar la noción básica de la sustentabilidad con una visión más amplia de los seres humanos, una óptica que los vea como agentes cuyas libertades son importantes, y no solamente como pacientes que no son más que sus condiciones de vida.
Ocho causas del deterioro de la salud de los jóvenes latinoamericanos
Por Bernardo Kliksberg
El estado de salud pública es un producto social. Está vinculado a lo que una sociedad está haciendo en campos como la creación de condiciones básicas, la implementación de programas de salud preventiva y la generación de una cobertura universal. Son innegables los avances en el promedio de salud ligados al progreso general en las ciencias médicas y a los esfuerzos de las políticas públicas y otros sectores de la sociedad. Sin embargo, en cuanto se desagregan los promedios, se encuentran grupos de alta vulnerabilidad, entre ellos los jóvenes, y especialmente los jóvenes pobres, que constituyen más del 40%, y que enfrentan ciertos riesgos que forman parte de su vida cotidiana.
En primer lugar, la pobreza incide directamente en la esperanza de vida. Las privaciones en materia de desnutrición, la vida en ambientes expuestos a contaminaciones, las dificultades en el acceso al agua potable, los deficits de alcantarillado, la carencia de seguro médico, son algunos de los tantos factores vinculados con la pobreza que pueden generar umbrales de vulnerabilidad mucho mayores.
En segundo lugar, hay una significativa correlación entre niveles de educación y esperanza de vida. En estudios realizados en Chile se evidencia que la diferencia de esperanza de vida entre quienes tienen entre 1 y 8 años de educación y quienes tienen 13 o más es de 9 años. Además, de los datos se desprende que este indicador va subiendo. En otras palabras, la mayor escolaridad tiene un significado creciente en términos de prevención de riesgos de salud.
En tercer lugar, las madres jóvenes, que son proporción importante en los sectores más humildes, padecen riesgos altos. Sus niveles de desprotección durante el embarazo y en el parto son considerablemente superiores al promedio. Según datos del Banco Mundial, en el 20% más pobre de la población el 43% de las madres no recibe asistencia de personas médicamente entrenadas durante el embarazo, y el 60% no la recibe en el parto. Esto impacta en las cifras de mortalidad materna en las jóvenes desfavorecidas y de riesgos de daños en el parto: en el 2003 murieron 23 mil madres latinoamericanas durante el embarazo o al dar a luz, 25 veces más que el promedio de los países desarrollados.
En cuarto lugar, el sida. Su incidencia en la mortalidad de los jóvenes –2,9 por cada 100 mil– es motivo de preocupación. Entre los factores que explican estos datos hay algunos vinculados con la pobreza, como el hacinamiento y la instalación de grupos de la droga en zonas pobres. Y, si bien el 70% de la población está informada sobre la enfermedad y cómo se transmite, menos del 10% adopta las medidas para su prevención, lo que implica que hay un enorme trabajo a hacer en materia de educación de los jóvenes.
En quinto lugar, existen problemas cada vez más graves, como el tráfico de personas y la prostitución juvenil, estimulados por el llamado “turismo sexual”. Destruyen miles de vidas jóvenes y generan una mayor vulnerabilidad frente al sida. En República Dominicana, donde ha habido constantes denuncias, la tasa de mortalidad de mujeres jóvenes por sida es 300% mayor que la de hombres jóvenes –12,2 mujeres por cada 100 mil contra 3,9 hombres– debido a estos problemas.
En sexto lugar, la mortalidad juvenil en la región presenta un rasgo patológico muy especial. Está especialmente alimentada por la violencia. La mortalidad juvenil es de 134 por cada 100 mil. Casi triplica la española. Se estima que de cada 100 fallecimientos de varones jóvenes, 77 son atribuibles a causas violentas. Esto implica que la región padece de una violencia juvenil de corte epidémico. Ante un fenómeno tan regresivo (y antijuvenil), corresponde evitar los tratamientos superficiales y procurar un análisis en profundidad que explore sus correlaciones con otros desarrollos claves del escenario socioeconómico, entre ellos los altísimos niveles de desocupación juvenil, las dificultades educativas y la fragilidad de muchas estructuras familiares bajo el embate de los procesos de pauperización.
En séptimo lugar, la tendencia a la privatización de servicios de salud y la reducción de las coberturas públicas han dejado a muchos jóvenes librados a las posibilidades que puedan proveer sus núcleos familiares o que ellos puedan adquirir por sí mismos. En núcleos familiares agobiados por múltiples restricciones económicas, la salud es uno de los gastos que tienden a reducirse.
En octavo lugar, los análisis sobre la salud de los jóvenes se han centrado en los aspectos físicos. Pero en situaciones tan duras en términos de restricción de oportunidades, supervivencia, tensiones continuas que derivan del contexto económico, la demanda de ayuda psicológica es alta. Sin embargo, ese orden de cobertura hacia los jóvenes ha sido fuertemente relegado.
En suma, la situación de la salud juvenil se caracteriza por la presencia de amplios sectores de jóvenes con dificultades potenciales o explicitadas bien específicas, que son escasamente focalizadas por las políticas oficiales de salud y por la sociedad en general. Sólo se atienden como corresponde cuando explotan, pero no se les da el reconocimiento debido mediante políticas preventivas sistemáticas, con metas extendidas en el tiempo. Esto genera a muchos jóvenes dificultades cotidianas para desarrollar sus potencialidades y producen cuadros problemáticos, que no tienen su explicación en las decisiones o conductas de los jóvenes, sino en el modo en que estas tendencias condicionan sus opciones.
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jueves, 27 de marzo de 2008

ECONOMIA DE GUERRA.

Economía de guerra.

"... para liberar a la humanidad del miedo y de la miseria".

Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, 1948.

La violencia no debe justificarse nunca. Pero debe estudiarse para intentar conocer sus orígenes, para poder así contribuir a evitarla, a prevenirla. Dos raíces principales: la miseria y el miedo. Hay que situarse en la piel -que en esto consiste la tolerancia- de los millones de seres humanos, todos iguales en dignidad, que viven en condiciones inhumanas. Las promesas para mejorarlas, reiteradas por los países más prósperos, se han frustrado casi siempre. Y con el transcurrir de días y años en esta situación de desamparo, de exclusión, de humillación, se van extendiendo los sentimientos de frustración, de animadversión, de rencor, de radicalización, hasta el punto de que ya ninguna solución parece posible. Y es entonces cuando estalla, a veces, la reacción violenta. En otras ocasiones, la desesperación se manifiesta en intentos de emigración que, con frecuencia, incluyen el riesgo de la propia vida.

Recomiendo con tanta sinceridad como apremio que los líderes de la Tierra vayan a ver personalmente, discretamente, cómo transcurre la vida diaria de la mayor parte de la gente. Cómo son los caldos de cultivo en los que se colman los vasos de la paciencia y de la serenidad y, un día, de pronto, los hombres en particular gritan: "¡Basta!", y, sin aguardar más -hace tiempo que ya no esperaban nada- usan la fuerza, el músculo. La FAO da cifras estremecedoras: alrededor de 60.000 personas mueren cada día de inanición. ¿De verdad buscan "armas de destrucción masiva?". Su nombre es hambre. Miseria, EXPLOTACION.

Se han ampliado en lugar de reducirse las brechas que separan a los prósperos de los necesitados; los desgarros en el tejido social se han intentado restañar con espinos y con balas en lugar de con generosas ayudas, el diálogo y el entendimiento. Se quiera o no reconocer, a mediados del año 2007 estamos abocados, con mayores o menores reticencias, a una economía de guerra que concentra en muy pocas manos el poder económico, y que recurre a toda clase de pretextos para alcanzar colosales proporciones. La guerra de Irak, basada en supuestos falsos, representó ya un gran impulso para la maquinaria bélico-industrial. Ahora, a los escudos antimisiles, que representan la ruptura de los acuerdos tan difícilmente alcanzados al término de la guerra fría en Reikiavik por las dos grandes superpotencias, se añade el rearme masivo no sólo de Israel sino de todos los países del Golfo: 46.000 millones de euros. Es de destacar que se siguen vendiendo artificios bélicos propios de confrontaciones que ya no existen.

Una vez más, "si quieres la paz, prepara la guerra". La amenaza a Irán, su antiguo aliado, costará miles de vidas, - marzo del 2008. 4 mil soldados Norteamericanos - víctimas del círculo vicioso de la economía de mercado, que perpetúa la pobreza, y de la economía de guerra, que intenta solucionar una vez más los grandes retos de la humanidad por la fuerza. Los Estados Unidos lideran, pero los demás países prósperos dejan hacer. La Unión Europea, que debería ser símbolo de la cultura de paz y de la democratización en el mundo, sigue ocupada en problemas estructurales que le impiden llevar a cabo su misión de guía y de vigía.

Todas estas cuestiones, de gran trascendencia, no pueden solucionarse arbitrariamente por un país, por grande que sea su poder y su capacidad de acción a escala internacional. Por la propia naturaleza del desafío, son cuestiones que deberían abordarse en las Naciones Unidas. En aquellas en las que soñó el presidente Roosevelt.
Es urgente humanizar la globalización, reducir drásticamente las desigualdades y conseguir que los flujos migratorios constituyan una opción y no el camino forzado de los marginados. Poner a los seres humanos, sin excepción, como objetivo prioritario. Al amparo de la lucha contra el terrorismo -en la que todos debemos colaborar-, los regímenes autoritarios promulgan leyes restrictivas de las libertades y se saltan olímpicamente -ante unos aliados que asienten o que miran permanentemente hacia otro lado- las normas jurídicas de amparo de los prisioneros para evitar la tortura y el tratamiento indebido. La seguridad no debe garantizarse a costa de los derechos humanos. Lo repito: seguridad de la paz, sí. Paz de la seguridad, no. Es la paz de la nula libertad, del recelo, del miedo.
La globalización no repara en las condiciones laborales, en los mecanismos de poder, en el respeto de los derechos humanos. A través de OPA y megafusiones, el panorama mundial no sólo se ha enrarecido e incrementado en desigualdades sino, lo que es mucho peor, que se han desvanecido las responsabilidades que correspondían a quienes desempeñaban las funciones de Gobierno en nombre de sus ciudadanos. No sólo los aspectos económicos y sociales, sino el impacto ambiental, la uniformización cultural, el decaimiento de las referencias morales dependen en buena parte del poder sin rostro de grandes empresas multinacionales que campean a sus anchas en medio de la mayor impunidad.
Frente a la economía de mercado y la de guerra, la que permita llevar a la práctica los Objetivos del Milenio, los compromisos que en materia social, económica y ambiental suscribieron los jefes de Estado y de Gobierno en el año 2000 en la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Es apremiante que todos los países miembros de la Unión Europea y Europa en el mundo se den cuenta de que "estar muy bien en casa" no puede hacerse a costa de muchos habitantes de la Tierra. El destino, quieran o no reconocerlo algunos, es común. Y no sirve de nada cerrar puertas y ventanas. Y menos aún convertirlas en espejos de complacencia. Es hora de responsabilidad. De pasar de la fuerza al diálogo, a la democracia auténtica. Es tiempo de llevar a efecto la profecía de Isaías: "Convertirán las lanzas en arados". La economía de guerra debe dar paso -como proponía en el libro Un mundo nuevo, publicado en 1999- a un gran contrato global de desarrollo. Que nadie diga que no es posible. Si lo piensan o alguien intenta convencerles de ello, que lean el discurso La estrategia de paz, del presidente John F. Kennedy, en la American University de Washington DC el 10 de junio de 1963: "No podemos aceptar que la paz sea inalcanzable, que nos hallamos bajo el efecto de fuerzas que no podemos controlar. Ningún problema del destino de la humanidad está más allá de la capacidad creadora de los seres humanos".

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CHINA: EL EMPORIO DE LA GLOBALIZACION.

China: el emporio de la globalización.

Estaba ya en crisis el sistema socialista cuando Deng Xiao Ping revisó la doctrina de Mao con el pretexto de la reunificación pacífica de China, buscando la anexión de Hong Kong, Maicao y Taiwán. Entonces impuso la tesis de “un país, dos sistemas”, para autorizar la coexistencia de comunismo y capitalismo en China. El propósito aparente era dejar que en los territorios anexados el sistema económico-social siga siendo capitalista, siempre que se acepte la autoridad del gobierno comunista, y sin que ello implicara cambios en el sistema comunista ya implantado tierra adentro.
La dirigencia política china es de primera En realidad fue una jugada astuta, propia de gente sabia, que se proponía evitar el colapso sucedido en la Unión Soviética, como en efecto lo ha evitado, ensayando un sistema híbrido como el que han ido implantando progresivamente. China es hoy un país con dos sistemas en todo su territorio: su sistema económico es capitalista y su sistema político comunista. Y lo han hecho taimadamente. Mientras rinden culto al pasado y cumplen con los ritos tradicionales del comunismo, se han abierto a la economía de mercado. El retrato de Mao sigue presidiendo la Plaza de Tien Amen, lo que no obsta en absoluto para que los empresarios llegados de todas partes estimen que China es hoy el país de las oportunidades de los capitalistas.
Esto sólo podía lograrlo una dirigencia política de primera. Así es la dirigencia china. Ningún tirapiedra, chofer de metrobus o charlatán aventurero forma parte de esa dirigencia selecta. No la preside tampoco un teniente-coronel sin formación académica que hable hasta por los codos. Ya los chinos pasaron por eso y les fue muy mal. El actual gobierno chino está constituido por universitarios de primera línea, entre los cuales abundan los ingenieros y administradores. Todos los políticos chinos son profesionales universitarios de formación rigorosa. Los extranjeros que los han tratado dicen que constituyen una burocracia inteligente.
El éxito de su gestión se mide por los resultados. Se calcula que la clase media acomodada llegará a 500 millones de personas para 2010. Imagínese ese mercado inmenso de consumo masivo. Aún más piense que esta clase media ya está viajando por el mundo, lo que traerá cambios profundos en el turismo. El ritmo de crecimiento de la economía sorprende, no sólo por su magnitud, sino también por su continuidad sin pausa. Sus reservas internacionales son astronómicas. Están calculadas en 600 mil millones de dólares americanos. Los mercados mundiales está abarrotados de productos chinos.
La clave: otra vez la educación de calidad El gobierno chino es comunista, pero no se le ha ocurrido una Misión Ribas ni una Misión Sucre para piratear en la educación. Ni tampoco crean universidades que sigan el modelo cubano para graduar a unos “buenos para nada”. Mucho menos mandan a sus profesionales a estudiar en Cuba. Eso sería regresar a las décads de la revolución cultural, la época de la banda de los cuatro. No, los gobernantes chinos son unos comunistas serios que no juegan con el porvenir de los jóvenes, ni el futuro de su patria. Vean estos datos significativos en educación superior.
En las universidades chinas, de acceso cada vez más difícil por el rigor en la selección, estudiaban para . Estas universidades ya están compitiendo por los primeros puestos a escala mundial. Las titulaciones en ciencias e ingeniería representan el 60% de todas las licenciaturas concedidas. Para crearle el espíritu de competencia a los estudiantes les dicen: “En China si eres uno entre un millón, debes recordar que hay otros 1.400 igualitos a ti.” A fines de 2002 había más de 580 mil estudiantes chinos que estudiaban en el extranjero. Por ello se explica que el rector de la Universidad Johns Hopkins haya hecho público en 2004 que la totalidad de los estudiantes de matemáticas de esa universidad eran de China. Por su parte, el rector de Yale informó que, mientras la promoción de 1985 contó 71 graduandos chinos, en la de 2003 había 297. Y así ocurre en todos los tecnológicos y universidades de Estados Unidos con prestigio internacional. En los campamentos de verano para estudiar inglés abundan los jóvenes chinos.
El esfuerzo grandioso de China, junto con la India, en educación superior llevó a la OCDE a decirles a los europeos lo siguiente: “Se acabó la época en que Europa competía con países que, en su mayoría, contaban con trabajadores poco calificados y con bajos salarios. Hoy Europa no tiene forma de parar las oleadas de graduados universitarios procedentes de países, como China y la India, que están disparando su nivel de formación muy por encima de la media, mientras mantienen muy bajos los costes laborales.” China ha sido la gran beneficiaria de la globalización por tener líderes inteligentes, comunistas en política pero capitalistas en economía, quienes han convertido a su país en un emporio de tal magnitud que se le augura llegar a ser la potencia del siglo XXI.

sábado, 22 de marzo de 2008

LAS DISTINTAS CARAS DE LA POBREZA.

Las Distintas CARAS de la Pobreza.

AMARTYA SEN.
Article publicat a El País, 30 d’agost del 2000.

La pobreza no se define solamente por el PIB de cada país. El premio Nobel de Economía en 1998, Amartya Sen, creador de los microcréditos familiares, asegura en este artículo que la pobreza tiene caras políticas y educativas, y su solución no debe ser sólo económica

Es más convincente medir el progreso por la reducción de las privaciones que por el enriquecimiento aún mayor de los opulentos. No podemos alcanzar realmente una comprensión adecuada del futuro sin tener una idea sobre si la vida de los pobres puede mejorar. ¿Hay esperanza para los pobres? Para responder a esta pregunta deberíamos comprender a quiénes se debería considerar pobres.

Algunos tipos de pobreza son bastante fáciles de identificar.

Pero las privaciones pueden tomar muchas formas diferentes. La pobreza económica no es la única que empobrece la vida humana.

Para identificar a los pobres debemos tener en cuenta, por ejemplo, la privación de los ciudadanos de regímenes autoritarios, desde Sudán a Corea del Norte, a los que se niegan la libertad política y los derechos civiles. Y debemos entender las tribulaciones de las mujeres que se ocupan de las tareas domésticas en las sociedades dominadas por los hombres, comunes en Asia y África, que llevan una vida de docilidad no cuestionada; de los niños analfabetos a los que no se les ofrece oportunidad de ir a la escuela; de los grupos minoritarios que tienen que acallar su voz por temor a la tiranía de la mayoría.

Aquellos a quienes les gusta el camino recto tienden a resistirse a ampliar la definición de pobreza. ¿Por qué no mirar simplemente los ingresos y plantear preguntas como "cuántas personas viven con menos de, digamos, uno o dos dólares diarios"? Este análisis restringido toma entonces la forma sencilla de predecir tendencias y contar a los pobres. Pero las vidas humanas se pueden empobrecer de muchas maneras. Los ciudadanos sin libertad política -ya sean ricos o pobres- están privados de un componente básico del buen vivir. Lo mismo se puede decir de las privaciones sociales como el analfabetismo, la falta de sanidad, la atención desigual a los intereses de las mujeres y las niñas, etcétera.

Tampoco podemos olvidar los vínculos entre las penurias económicas, políticas y sociales. Los partidarios del autoritarismo plantean una pregunta equívoca: "¿Conduce la libertad política al desarrollo?", pasando por alto el hecho de que la libertad política es parte del desarrollo. En respuesta a la pregunta equivocadamente planteada, dan una respuesta equivocada: "El crecimiento del PIB es mayor en los países no democráticos que en los democráticos". No hay estudios empíricos extensos que confirmen esta creencia. Ciertamente, Corea del Sur quizá haya experimentado un crecimiento rápido antes del restablecimiento de la democracia, pero no así la menos democrática Corea del Norte. Y la democrática Botsuana creció mucho más rápido que las autoritarias Etiopía o Ghana.

Además, el crecimiento del PIB no es la única cuestión económica de importancia. Reducir las privaciones políticas puede ayudar a disminuir la vulnerabilidad económica. Hay, por ejemplo, considerables pruebas de que la democracia, así como los derechos políticos y civiles, puede ayudar a generar seguridad económica, dando voz a quienes sufren de carencias y a los vulnerables. El hecho de que las hambrunas se produzcan sólo en regímenes de Gobierno autoritario y militar, y de que nunca se haya producido una gran hambruna en un país democrático y abierto (aun cuando ese país sea muy pobre), ilustra sencillamente el aspecto más elemental del poder protector de la libertad política. Aunque la democracia india tiene muchas imperfecciones, los incentivos políticos generados por ella han sido, no obstante, adecuados para eliminar las hambrunas de la época de la independencia, obtenida en 1947 (la última, que yo presencié de niño, fue en 1943).

En cambio, China, a la que le fue mejor que a India en diversos aspectos, como la expansión de la educación básica y la sanidad, sufrió la mayor hambruna registrada de la historia en 1952-1962, con una cifra de muertos calculada en 30 millones de personas. Ahora mismo, los tres países con hambrunas continuadas están en las garras de un Gobierno autoritario y militar: Corea del Norte, Etiopía y Sudán.

De hecho, el poder protector de la democracia para proporcionar seguridad se extiende mucho más allá de la prevención de las hambrunas. Los pobres de Corea del Sur o Indonesia quizá no dieran mucha importancia a la democracia cuando las fortunas económicas de todos parecían aumentar y aumentaban juntas. Pero cuando llegó la crisis económica (y cayeron divididas), aquéllos cuyos medios económicos y cuyas vidas fueron inusualmente golpeados echaron desesperadamente de menos los derechos políticos y civiles. La democracia se ha convertido en una cuestión básica en estos países: Corea del Sur, Indonesia, Tailandia y otros muchos.

Es posible que la democracia, que es valiosa por derecho propio, no sea siempre especialmente eficaz desde el punto de vista económico, pero adquiere su importancia cuando la crisis amenaza y los económicamente desposeídos necesitan la voz que la democracia les da. Entre las lecciones de la crisis económica asiática se encuentra la importancia de que existan redes sociales de seguridad, derechos democráticos y voz política. Las privaciones políticas pueden aumentar la miseria económica.

Para contemplar un tipo diferente de interconexión, la experiencia positiva del sureste de Asia aporta suficientes pruebas de que la eliminación de las privaciones sociales puede influir mucho en la estimulación del crecimiento económico y en el reparto más uniforme de los frutos del mismo. Si India no evolucionó adecuadamente, la culpa no la tiene sólo la supresión de las oportunidades de mercado, sino también la falta de atención a la pobreza social. India ha cosechado lo que sembró al cultivar la educación superior (su floreciente industria de soporte lógico informático es consecuencia de ello), pero el país ha pagado por dejar en el analfabetismo casi a la mitad de la población. La pobreza social ha ayudado también a perpetuar la pobreza económica.

Si tengo esperanza en el futuro es porque veo la exigencia cada vez más manifiesta de democracia en el mundo y la convicción cada vez mayor de que la justicia social es necesaria. La democracia está recuperando parte del terreno perdido en Asia, Latinoamérica e incluso en África. La igualdad entre sexos y la educación básica están empezando a recibir mayor atención en India, Bangladesh y en todo el mundo. No tengo una esperanza incondicional, sino condicional; sin embargo, debemos tener una perspectiva de la pobreza suficientemente amplia como para asegurarnos de que los pobres tienen una razón para la esperanza.

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IRAQ-ESTADOS UNIDOS: RADIOGRAFIA DE UNA INVASION.


IRAQ-EEUU : Radiografía de una Invasión.

Por Jim Lobe .. SEMANARIO. Terra Viva.



WASHINGTON (IPS) Al final, ¿cuáles fueron las verdaderas razones por las que Estados Unidos invadió Iraq hace cinco años, en la noche del 19 al 20 de marzo de 2003?

Según la historia oficial, descartada hace ya mucho, el programa de armas de destrucción masiva del régimen del presidente iraquí Saddam Hussein (1979-2003) y la posibilidad de que las cediera a la red terrorista Al Qaeda suponían una amenaza para Estados Unidos y sus aliados.
Jamás se encontró la menor evidencia sobre la existencia de esas armas. Otra teoría menciona el deseo de liberar a Iraq de la sangrienta tiranía de Saddam Hussein, sentando así un irresistible precedente democratizador que se propagaría por todo el mundo árabe.
Esta línea argumental fue adoptada por el gobierno del presidente estadounidense George W.
Bush cuando se hizo evidente que la historia oficial era insostenible. Ese enfoque parece haber sido la obsesión del hoy ex subsecretario (viceministro) de Defensa Paul Wolfowitz.
Otras explicaciones prefieren concentrarse en la enigmática psicología de Bush, particularmente en lo que hace a la relación con su padre, el ex presidente George Bush (1989-1993).
Algunos creen que quiso avergonzarlo por no haber tomado Bagdad en 1991, tras la fulminante victoria contra Saddam Hussein en la guerra del Golfo, motivada por la invasión iraquí a Kuwait, un pequeño emirato rico en petróleo y amigo de Estados Unidos.
Otros dicen que quiso "terminar el trabajo" inconcluso de su padre, y hay quienes piensan que procuró vengar el supuesto intento de asesinato contra el ex presidente planificado por el régimen iraquí luego de la derrota, aunque la verosimilitud de tal complot resulta altamente cuestionable.
No debería desecharse completamente esta explicación. Bush aseguró que él fue quien tomó la decisión final y, por otra parte, ningún funcionario de alto nivel de su gobierno ha sido capaz de explicar cuándo, y mucho menos por qué, se dio luz verde a la invasión de Iraq.
Está la cuestión del petróleo. ¿Actuó el gobierno de Bush en nombre de la industria petrolera, desesperada por poner sus manos en el crudo iraquí al que no podía acceder a causa de las sanciones económicas que prohibían a las compañías estadounidenses hacer negocios con Bagdad?
Se trata de una teoría atractiva.
Bush y el vicepresidente Dick Cheney han tenido durante años una estrechísima relación con los "barones del petróleo". En sus memorias, el ex presidente de la Reserva Federal (banco central) de Estados Unidos, Alan Greenspan, aseguró que "la guerra de Irak tuvo mucho que ver" con el crudo.
La izquierda es el sector más inclinado a esta explicación, particularmente aquéllos que convirtieron en su favorita la consigna acerca de no derramar sangre a cambio de petróleo.
Sin embargo, existe escasa evidencia, o ninguna, sobre el interés de las grandes petroleras en una guerra que se decidió de manera unilateral y que planteaba el riesgo de desestabilizar la región del mundo más rica en hidrocarburos, donde se encuentran aliados de Estados Unidos como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. El instituto de la Universidad Rice que lleva el nombre del ex secretario de Estado (canciller) de Estados Unidos, James Baker III, un hombre que representó y encarnó a los intereses petroleros durante toda su vida, formuló antes de la invasión a Iraq una clara advertencia.
Si Bush tenía que enviar tropas a Iraq, cualquiera fuera la razón, señaló, debía de todas formas abstenerse salvo que se cumplieran dos condiciones: que la acción fuera autorizada por el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y que nada sugiriera que el motivo fue la adquisición del crudo iraquí por parte de las petroleras estadounidenses.
Esto no implica decir que el petróleo estuvo fuera de los cálculos del gobierno de Bush, pero en un sentido muy diferente al sugerido por la consigna de no cambiar sangre por hidrocarburos.
El petróleo, a fin de cuentas, es indispensable para el funcionamiento de las economías y fuerzas armadas modernas.
Y la invasión envió un claro mensaje al resto del mundo, especialmente a potenciales rivales estratégicos como China, Rusia e incluso la Unión Europea, acerca de la capacidad de Estados Unidos para conquistar rápida y eficazmente un país rico en petróleo en el corazón de Medio Oriente y en el golfo Pérsico (o Arábigo) cuando lo deseara.
De esa forma, quizás persuadía a esas potencias menores de que desafiar a Estados Unidos atentaría contra sus intereses de largo plazo, aunque no su suministro de energía en el corto plazo.
El despliegue de ese poder podría ser la forma más rápida de formalizar un nuevo orden internacional, el de un mundo unipolar, basado en la abrumadora superioridad militar de Estados Unidos, sin paralelo desde los tiempos del Imperio Romano. Esta visión fue la que alimentó, en 1997, el Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense, obra de una coalición de nacionalistas agresivos, neoconservadores y líderes de la derecha cristiana que incluía en sus filas a varios entonces futuros funcionarios del gobierno de Bush.
Ya en 1998 plantearon la necesidad de un "cambio de régimen" en Iraq y, nueve días después de los ataques en Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001, advirtieron que cualquier "guerra contra el terrorismo" que dejara de lado la eliminación de Saddam Hussein sería inevitablemente incompleta.
En perspectiva, resulta claro que este grupo, fortalecido por el triunfo electoral de Bush en 2000 y consolidado tras los atentados de 2001, vio a Iraq como el camino más fácil para establecer a Estados Unidos como la potencia dominante en la región, con implicancias estratégicas de carácter global para posibles futuros competidores. Para los neoconservadores y la derecha cristiana, los más ansiosos y entusiastas respecto de la guerra contra Iraq, Israel también sería beneficiado por la invasión. Los representantes de la línea dura neoconservadora ya habían señalado en un documento de 1996 que derrocar a Saddam Hussein e instalar en su lugar a un líder prooccidental era la clave para desestabilizar a los enemigos árabes de Israel o someterlos a su voluntad.
Esto, argumentaron, permitiría a Israel "escapar" del proceso de paz de Medio Oriente y conservar tanto territorio ocupado palestino, y sirio, como desearan. En su opinión, eliminar a Saddam Hussein y ocupar Iraq no sólo fortalecería el control de los territorios árabes por parte de Israel, sino que amenazaría la supervivencia del arma árabe e islámica más formidable contra el estado judío: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Al inundar el mercado con petróleo iraquí, libre de las cuotas de producción fijadas por la OPEP, el precio de los hidrocarburos caería en picada a sus niveles históricos más bajos.
Al menos, así lo creían cinco años atrás. (FIN)

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jueves, 20 de marzo de 2008

MERCADO CONTRA ESTADO.

Mercado contra Estado.

IGNACIO RAMONET 12/03/2008

Con ocasión de las elecciones generales en España, una importante emisora de radio parisina entrevistó a José Maria Aznar. Como es habitual, éste elogió de modo ditirámbico el neoliberalismo, criticó a los socialistas e hizo alusión, con mayor desprecio si cabe, a los altermundialistas. Normal. Aznar sabe que el mayor adversario de sus amigos neoconservadores liberales es, en efecto, el altermundialismo. Algunos aún se preguntan: ¿Qué es eso del altermundialismo? ¿Un partido político? ¿Un sindicato? ¿Una organización no gubernamental? ¿Cuál es su programa? ¿Dónde esta su sede? ¿Quiénes son sus jefes? Las respuestas suponen que se sepa, primero, qué es la globalización neoliberal.

El altermundismo es una galaxia de todos los que protestan y sufren los efectos de la globalización
A estas alturas ya nadie ignora que la globalización, fenómeno esencialmente económico, favorece el libre comercio. Cada vez hay más países que intercambian una cantidad cada vez mayor de bienes y de servicios. Para que este intercambio sea más intenso, la lógica de la globalización exige la supresión de todas las barreras que pueden frenar los intercambios comerciales: aranceles aduaneros, tasas, leyes y reglamentos proteccionistas, etcétera. Esto acarrea el desmantelamiento del sector económico controlado por el Estado, ya que éste tiene tendencia a proteger ese sector y no abrirlo a la competencia. Por eso la globalización rima, en todo el planeta, con privatización de todos los sectores públicos controlados por el Estado (educación, salud, electricidad, radio y televisión públicas, teléfono, agua, energía, ferrocarriles, autopistas, compañías aéreas...)
Por otra parte, al suprimir las barreras se favorecen las importaciones, las cuales entran en competencia con la producción local. Una competencia frecuentemente desleal, ya que los nuevos países exportadores no tienen la misma legislación social, la misma exigencia ecológica, no prohíben el trabajo de los niños, etcétera. Por eso, en muchos países europeos, como consecuencia de la globalización, han desaparecido tantas industrias -astilleros, pesca, textil, minas- y tantos miles de empleos. Se acelera la huida de las fábricas, la deslocalización, hacia zonas de salarios ultrabajos (China, India).
La globalización liberal defiende el mercado y combate el Estado. Por eso es paradójico que, en España, el Partido Popular pretenda defender a ultranza el mercado contra el Estado y, a la vez, el Estado contra las autonomías. La globalización es una lucha sin cuartel que enfrenta el sector privado contra el sector público, lo individual contra lo colectivo, el egoísmo contra la solidaridad, el enriquecimiento personal contra el bien común general. La globalización y las instituciones que la promueven (FMI, OMC, Banco Mundial) se esfuerzan en reducir al máximo el Estado, disminuyendo su presupuesto, limitando el número de funcionarios y suprimiéndole toda actividad económica.

La globalización es, sobre todo, un fenómeno financiero. Lo que más circula en el mundo, sin ningún tipo de trabas, son los capitales. Aproximadamente, dos billones de euros cada día. Hay que saber que la economía real -la que crea empleos y produce bienes-representa sólo cuatro billones de euros anuales. O sea, que equivale a apenas ¡dos días! de actividad económica mundial, que 363 días al año es puramente financiera.

Lo que más se compra y se vende, no es el trigo o el petróleo sino las divisas, el dólar, el franco suizo, el yen y el euro. Ello da lugar a una especulación colosal, que enriquece a quienes tienen capitales. Consecuencia: los ricos son cada día menos numerosos pero más ricos, y los pobres cada vez más numerosos y más pobres... En la era de la globalización, la terrible realidad social del planeta es que hay apenas 500 millones de personas que viven como un europeo medio, mientras que los que sufren necesidad son ¡más de 5.000 millones!

Entonces, ¿qué es el altermundialismo? Pues sencillamente el conjunto de protestas, en todos los continentes, de todos aquellos (mujeres, campesinos, indígenas, ecologistas, obreros, estudiantes, maestros, minorías culturales) que se ven afectados negativamente por la globalización liberal. No es un partido, es una galaxia que reúne a asociaciones muy diversas, pero que coinciden en la denuncia de la globalización. No tienen sede, ni tampoco jefes comunes. Pero se dan cita para manifestar en donde se reúnen los nuevos amos del mundo: el G-8, Davos, las Cumbres europeas, el FMI, la OMC, la OCDE, el Banco Mundial. Y también en las urnas. Como el pasado domingo en España, donde todos los altermundialistas, a pesar de sus diferencias, votaron unidos contra las candidatas y los candidatos neoconservadores liberales.

Globalización con gente.
Bajo el lema “Por una gobernabilidad global justa y responsable. Por una globalización gobernada por la gente”.
Comenzó ayer el XXII Congreso de la Internacional Socialista en San Pablo. Al encuentro que reúne cada cuatro años a los partidos socialdemócratas de todo el mundo, fue invitado por primera vez un presidente justicialista. Pero Néstor Kirchner no fue. En el estrado, junto al ex primer ministro español Felipe González y el presidente de Chile Ricardo Lagos, estuvo el ministro del Interior Aníbal Fernández. En tiempos de Carlos Menem el PJ se acercó a los democristianos. “Sin crecimiento sustentable, sin mercados y crecimiento de sus exportaciones, el pago de la deuda será una mera ilusión”, destacó Fernández. Propuso avanzar hacia un acuerdo para reformar el sistema financiero, que se base en las premisas del Convenio Bretton Woods que en 1944 dio origen al Banco Mundial y al FMI. Sin embargo, advirtió que “las buenas intenciones de ese convenio se han hundido en una brecha cada vez más profunda entre países ricos y pobres”.

Más de mil delegados de los 141 partidos políticos afiliados a la IS vivieron el primero de sus tres días de debate que los reúne por segunda vez en su historia en una ciudad latinoamericana. A favor de un nuevo orden multilateral y en contra del unilateralismo conservador, el presidente de la organización, el portugués Antonio Guterres, abrió el encuentro con un llamado a los fuerzas progresistas a convertirse en “el centro motor de una gran coalición mundial”.

Uno de los protagonistas del congreso es el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. Invitado especial, anfitrión e “increíble compañero”, como fue presentado por el moderador del foro, Lula insistió en que “la prioridad debe ser acabar con la vergüenza del hambre” y que para ello es necesario que “las fuerzas de izquierda mantengan la unidad y asuman el reto de llegar al poder”.

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lunes, 17 de marzo de 2008

NUEVAS SOCIEDADES DONDE CRECEN LOS CONFLICTOS.


JOAN SUBIRATS, CIENTISTA POLITICO CATALAN.

Nuevas sociedades donde crecen los conflictos”.

Para el investigador catalán, el mundo entró en una etapa donde crece la autonomía individual, crecen las desigualdades y crecen las diversidades, por lo cual crecen los conflictos en sociedades que están más desarmadas que antes para ofrecerles respuesta.

Por Luis Bruschtein

“Los Estados nos han quedado pequeños ante los problemas que plantea el mercado global. Y al mismo tiempo han quedado grandes con relación a los problemas más específicos de la gente”, señala el cientista político catalán Joan Subirats, quien visitó la Argentina invitado por Flacso para ofrecer una serie de charlas. Si ese es el problema para los Estados, no estarían mejor los partidos políticos, que deben afrontar una cantidad de problemáticas puntuales que responden al proceso de diversificación de sociedades que antes podían ser visualizadas como mucho más homogéneas.

“La democracia –agrega– es aceptada de manera universal, pero las personas están cada vez más disconformes con la calidad de esa democracia.” Para Subirats, se trata de una etapa de crisis para los Estados, los partidos políticos y los nuevos movimientos sociales que deben encontrar formas de articulación que permitan dar respuesta a las nuevas realidades. –Cuando se habla de gobernabilidad, creo que es importante distinguir tres conceptos: gobierno, gobernabilidad y gobernanza. Este último término es la traducción al español del inglés government. Los tres conceptos tienen lógicas distintas. El concepto de gobierno es el más clásico: corresponde a la labor más institucionalizada, jerárquica, regulativa, que un ejecutivo hace en términos políticos. Gobernabilidad hace referencia a las capacidades de ejercer gobierno en una situación determinada en una sociedad determinada, de atender a una sobrecarga de demandas que existen en el seno de esa sociedad y la capacidad de dar respuesta a ella.

En cambio, el concepto de gobernanza, desde mi punto de vista, es más adecuado para dar cuenta de los cambios que se están procesando en el ámbito político fruto de la globalización, porque intentan decir que ante esos cambios, es muy importante generar dinámicas de gobierno conjuntas de los actores públicos y los actores sociales ante problemas que no son de carácter solamente públicos sino que son de carácter colectivo. De alguna manera intenta implicar al conjunto de actores sociales en el proceso de gestión, de dinámicas y de problemas colectivos.

–Gobernabilidad es el término más usado en el discurso político, más orientado a evitar situaciones de descontrol...–

Gobernabilidad da una impresión más negativista como concepto, como decir cuáles son los límites de la gobernabilidad, cuando se está volviendo ingobernable una situación o un país. Por ejemplo se dice que hay poca gobernabilidad de la sociedad en un país determinado. El concepto de gobernanza apunta más a ver cómo generamos dinámicas de responsabilidad colectiva sobre problemas colectivos y cómo el gobierno es más habilitador y generador de hábitos de respuesta colectiva, que no sustitutivo, manipulador o simplemente utilizador de esas capacidades.

–¿Cómo juegan las ideas de consenso y conflicto o confrontación en ese marco conceptual?
–Juegan un papel muy importante. Yo diría que cada vez más deberíamos entender que el conflicto es un signo de vitalidad de nuestras sociedades y que las sociedades son más potentes, democráticas y más capaces cuanto más consiguen contener el conflicto. En cambio venimos de una lógica de evadir el conflicto. En ese punto, el conflicto es tanto más grave cuando se enquista y no hay capacidad de respuesta y se convierte en algo ingobernable, en el sentido de no gestionable. En muchas partes está instalada la idea de que las sociedades son mejores cuanto más consenso exista. Eso no nos lleva a ningún sitio porque esa actitud oscurece u oculta los conflictos que realmente existen en cuanto a cuál es el futuro de la sociedad, hacia dónde se dirige, por ejemplo, o sobre dilemas morales y políticos que hay detrás.

–Ese dilema surge con más fuerza en sociedades donde la brecha entre ricos y pobres es más profunda...

–Si aumenta la desigualdad, y se acentúa el proceso por el cual los que tienen, tienen mucho, y los más pobres tienen cada vez menos, las capacidades de trabajar, de gestionar en esa lógica del conflicto se hacen más difíciles porque constantemente está planteado el viejo tema de cómo se distribuye la riqueza. Pero creo que además en todo el mundo no se trata solamente de los problemas de desigualdad, sino también de los de la diversidad. Estamos entrando en una sociedad en la cual la autonomía individual crece, crecen las desigualdades, crecen las diversidades, por lo cual crecen los conflictos. En cambio, estamos menos armados que antes para resolver esos conflictos porque tenemos discontinuidades vitales, discontinuidades laborales, no tenemos agregados sociales como teníamos antes, o sea, la sociedad está más desordenada.

–¿Esta dificultad de la política para dar respuesta a los nuevos problemas trae aparejado el desprestigio que tienen los partidos políticos?

–Es lo que algunos describen como proceso de desafección democrática. Nunca en la historia de la humanidad hubo tanta democracia como la que hay ahora, nunca hubo tantos países que teóricamente mantienen las reglas democráticas. Pero por otro lado, la democracia nunca había tenido una crisis de legitimidad como la que hay ahora. La gente no está de acuerdo con la calidad de la democracia, con la manera de funcionar. Es decir, la democracia se ha convertido en un referente universal y a la gente le es difícil ver otra forma de gobierno que no sea la democrática, pero está muy a disgusto con la forma concreta como funciona esa democracia, con sus elites políticas, con sus formas de selección, con la distancia entre esas elites y lo que a la gente le preocupa. En una encuesta que hizo The Economist en países que tienen democracias más o menos nuevas, como las de América latina, demuestra que hay un descenso en la credibilidad de esas democracias, porque la gente se pregunta: “¿Para qué nos sirve si cada vez estamos peor?”.
–En los ’90 hubo una discusión sobre la importancia de que la política recuperara capacidad de decisión sobre los procesos económicos. ¿Es una discusión que aún no se saldó?

–Siempre menciono un hecho que a mí me pareció emblemático. Cuando el socialista Leonel Jospin era primer ministro de Francia, unos periodistas le preguntaron qué iba a hacer el gobierno francés ante el anuncio de la fábrica Michelin de que iba a despedir a cuatro mil trabajadores. Sus acciones en Bolsa habían subido un 16 por ciento. El balance de la empresa era mejor que el del año anterior. Y la respuesta de Jospin fue: no podemos hacer nada. Porque si hacían algo, la reacción de Michelin sería cerrar los centros de producción en Francia y abrirlos en otros países. Cuando la sociedad francesa escucha a su primer ministro decir que no puede hacer nada, muchos se habrán preguntado “¿y esta política de qué va? porque teóricamente nosotros escogemos a una gente para que se preocupe de problemas colectivos y cuando surge un problema que aparentemente forma parte discrecional del ámbito de gobierno, dicen que no pueden hacer nada ¿entonces para qué sirven los políticos?” Esta especie de contradicción se da cada vez más. El Estado se descarga de problemas porque dice que el mercado se ha desterritorializado, o sea la economía se ha desterritorializado. Pero el Estado sigue territorializado y entonces es incapaz de seguir el ritmo del mercado. Los problemas que afectan a la gente están provocados por esa situación pero el Estado es incapaz de darle respuesta. Ahí aparece evidentemente la crisis de la política.

–El otro problema es el surgimiento de esa diversidad que los sistemas políticos no son capaces de contener...

–Es un problema apasionante porque es creciente el fenómeno de diversificación social. Problemáticas que van surgiendo con niveles de autonomía muy distintos. Allí está un Estado que partió de la hipótesis de la homogeneidad interna entre sus ciudadanos y de su igualdad, que lo hacía potente porque lo convertía en el representante colectivo de ese todo, que era nadie, pero que reflejaba a todos y cada uno de los ciudadanos. El modelo francés es el más clásico. De repente ese “todos” se empieza a romper por razones culturales, étnicas, sociales, de todo tipo, relaciones de género, o de opciones sexuales. Entonces la reacción de ciertos estados es decir que ante esa diversificación la única respuesta es recomponer los viejos ideales republicanos, unitarios, y van a un callejón sin salida. La reacción francesa ante el tema de los velos de las mujeres islámicas fue muy a la defensiva y difícilmente podrá contener la marea de diversidad. Los ingleses han sido más inteligentes y por ejemplo han aceptado la presencia de los velos y de otros signos religiosos, siempre que mantengan los colores de la escuela. Es una forma de decir: “Aceptamos tu comunidad si tú aceptas que la escuela es un espacio público donde también tienes que tener reglas de juego”. Por ejemplo, a los de la secta sij, en Inglaterra les dejan usar turbante, pero no en el laboratorio de química porque se les puede incendiar. Entonces ponen por delante la integridad física a su opción religiosa. O les dicen: “Ustedes pueden llevar el turbante en las obras públicas y no el casco, pero la tela del turbante debe ser homologada por las autoridades laborales”. Esa visión inglesa más pragmática de acomodar situaciones de diversificación contrasta con la visión más rígida, ideológica, potente, republicana, de los franceses.

–¿Y cómo juegan los partidos políticos en esa situación donde se proyectan planteos tan diversos?

–Yo creo que juegan mal. Por un lado creo que son imprescindibles, pero ante esas situaciones tan complejas tienden a compactar, estructuran. A una situación tan compleja, tan dinámica, pretenden encerrarla en planteamientos programáticos, o en variables que reduzcan esa realidad a seis, siete u ocho planteos. Lo que pasa es que cada vez más, los partidos están más abocados a intentar transversalizar su grupo, porque al no existir esos conglomerados sociales más clásicos de la anterior etapa social, ahora se dirigen a un espacio más abierto. Por ejemplo el Partido Comunista de Cataluña ahora se llama Iniciativa para Cataluña. Y en vez del color rojo, su bandera es ahora roja, verde y violeta. Porque intenta reflejar lógicas rojas, en el sentido de igualdad, de su tradición marxista; verde en el sentido de sustentabilidad ambiental y ecología, y violeta, de género o sexualidad. Entonces lo que pierde de identificación por parte de la clase obrera, que ya apenas si existe, lo gana en sectores profesionales que tienen problemas más morales, digamos, de modelo social. Esto hace que los partidos sean cada vez más maquinarias que se perciban con poca identidad y más como palancas de poder. Son muy necesarios, pero mal estructurados con relación a la realidad. Los nuevos movimientos sociales son más potentes porque normalmente reflejan preguntas específicas: ¿qué pasa con la vivienda? dicen los ocupas; ¿qué pasa con la deuda externa? Hay una visión más singularizada.

–En ese juego los movimientos sociales optan por los partidos que más se aproximan en cada momento a sus inquietudes...

–Claro, entonces lo más complicado y diría lo más necesario, sería encontrar partidos que hicieran de bisagra entre movimientos sociales e institucionalización. Porque si solamente son partidos-institución cada vez se separarán más de las dinámicas sociales que expresan a la gente. Esa capacidad de los partidos de hacer de bisagra es lo que está en juego y solamente algunos partidos lo están consiguiendo. Otros no, se ven como aparatos de mantenimiento del poder.

–Por lo menos en América latina, los partidos tradicionales, históricos se han quedado muy congelados...

–Me da la impresión de que aquí en América latina se expresan en formas más populistas, digo, como Chávez en Venezuela. O el movimientismo, ustedes aquí tienen también mucha experiencia. Este es un fenómeno que en Europa no está tan irradiado, pero es esa visión transversal. Pienso que aquí, el planteo por la distribución de la renta es un tema que amalgama más esa diversidad. En Europa la diversificación se da más étnicamente, culturalmente, modelos familiares, etc. Allí el problema más relevante es lo que llamaríamos liberalismo de tipo 2. Si el liberalismo clásico reconocía nada más que derechos individuales, el nuevo liberalismo debería reconocer derechos individuales y derechos colectivos, por ejemplo aquellos que tengan que ver con opciones culturales, religiosas o étnicas. Y eso es complicado porque se generan ciudadanos con diversidades internas. En España se da con los inmigrantes pero también con las problemáticas propias de España. Por ejemplo, si un inmigrante llega a Barcelona y lleva sus hijos a la escuela, tendrá la educación en catalán. Porque esa no es una opción individual. Es una decisión como colectividad el reconocimiento de que la educación se dé siempre en catalán. Y el español es una segunda lengua. Es un derecho como colectividad que hemos asumido.

–Es como si las problemáticas que devienen de la economía y de esa diversidad hubieran excedido en muchos aspectos el marco de los gobiernos locales.

–En general la situación en Europa y el mundo exigiría procesos de abordaje de gobernación por encima de los Estados. Los Estados nos han quedado pequeños ante los problemas que plantea el mercado global. Y al mismo tiempo han quedado grandes en relación a los problemas más específicos de la gente. O sea que todo está en una situación aparentemente de conflicto. Es un proceso triple: pérdida de capacidades hacia arriba, pérdida de capacidades hacia abajo y presencia de más sectores sociales que piden más protagonismo y que no se sienten tan representados por los intereses generales que defienden los poderes públicos.
NOTA.- Para uso exclusivo de los alumnos de la Escuela Profesional de Sociología. Curso de Gobernabilidad- Capítulo sobre la GOBERNANZA.-

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sábado, 15 de marzo de 2008

LA SITUACION ECONOMICA DE LOS EE.UU.

"La situación económica de los EE.UU. es potencialmente grave"

Fuente: LE MONDE. ESPECIAL PARA CLARIN

Robert Reich es profesor de economía en la Universidad de California, en Berkeley. Ex secretario de trabajo de la administración Clinton,
es en la actualidad uno de los asesores económicos de Barack Obama, precandidato demócrata. Es autor de varios libros y acaba de publicar "Super-Capitalismo. El choque entre el sistema económico emergente y la democracia".-
¿Cree que EE.UU. enfrentará este año una recesión?
-Sí. La probabilidad es muy elevada, pues la confianza de los consumidores disminuye rápidamente, los hogares no pueden sacar créditos, ya no pueden financiarse dando en garantía su vivienda, están muy preocupados por su empleo. Tenemos todos los signos de una recesión.

-¿Será grave?

-Es muy pronto para decirlo. Todavía no sabemos cuál es la amplitud exacta de la crisis crediticia. Desde hace meses, no paramos de tener sorpresas desagradables y ver cómo los bancos reevalúan la magnitud de créditos dudosos. Estamos lejos de haber llegado al final de la limpieza. La recesión aumentará la cantidad de créditos comprometidos. La situación económica de los EE.UU. es potencialmente grave.-¿Qué deben hacer la Reserva (Fed), el gobierno y el Congreso?-La Fed señaló su intención de continuar bajando las tasas de interés, y el presidente Bush al igual que los congresistas demócratas mencionaron ayudas fiscales, pero tiene que ser todo muy rápido. La estrategia es bastante simple: primero debe efectuar más gastos sociales adicionales. En segundo lugar, más que a los ricos, hay que ayudar a la gente con ingresos modestos.

-¿Cómo explica que nadie hablara de esta grave crisis hasta hoy?

-Nadie podía imaginar que los bancos, que invierten tanto dinero, estaban tan mal informados sobre los riesgos que asumían en el tema hipotecario. Las calificadoras no cumplieron con su trabajo y evaluaron mal los riesgos.

-En su libro advierte acerca de la creciente oposición a la globalización de los estadounidenses. ¿Es coyuntural o más profundo?

-Es más profundo. Es el rechazo de un sistema por cierto muy favorable, desde hace años, al consumidor y al inversor pero que, en contrapartida, despoja al ciudadano del control de una parte de su vida. Los estadounidenses están preocupados por su empleo, por su seguro de salud, por su jubilación, por el valor de su casa. Lo que vemos en la campaña electoral es un giro de timón contra la globalización, el comercio internacional y la inmigración. Es la primera vez, desde la Segunda Guerra, que nadie habla de una mayor libertad de comercio. Son aislacionistas.-¿Eso no se relaciona también con los errores de Bush?-Por supuesto, pero es el rechazo de un fenómeno que existe desde hace tres décadas y que se traduce sobre todo por la profundización de las desigualdades. El salario promedio en EE.UU., ajustado a la inflación, es apenas superior a lo que era en 1970.
La globalización benefició sólo a los privilegiados. El 1% de la población de los más ricos acapara hoy el 20% de la renta nacional, cuando la mitad de la población con los ingresos más bajos sólo recibe 12,6%.
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“La globalización está cambiando el mundo en que vivimos. Nuestro reto es calibrar cómo suceden estos cambios e identificar a quiénes benefician”, concluye Dennis Altman.
Respuesta Inmediata. Claro que sabemos a quienes beneficia la Globalización Neoliberal, como la nueva fase del capital imperialista y expresión de las corporaciones transnacionales.

Una globalización sin beneficios para los pobres.

La globalización tiene muchísimas aristas y nos afecta para bien o para mal en casi todos los órdenes de nuestra vida. La tierra, otrora destinada a producir una gran diversidad de alimentos para consumo local, es utilizada para plantar oleaginosas en gran escala, que se convierten en alimento para el ganado o para los automóviles del primer mundo.

El planeta Tierra, que desde hace unos 4.6 billones de años tiene forma de globo, ha sido recientemente globalizado. Por ahora la forma no ha cambiado, pero si unas cuantas cosas sobre su superficie. Según el Diccionario de la Real Academia Española «globalización», es la «tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales» La globalización tiene muchísimas aristas y nos afecta para bien o para mal (generalmente esto último) en casi todos los órdenes de nuestra vida Hoy, el precio al que compramos el arroz, o las tortillas, o el pan, en el mas pequeño y alejado pueblo de Latinoamérica depende de infinidad de factores, algunos locales y otros tan distantes como la Unión Europea, USA, China o India

Resulta que, cada vez es menos la tierra que pertenece a quien la trabaja y ahora las decisiones sobre que sembrar en los campos latinoamericanos se toman en suntuosas oficinas ubicadas en las grandes ciudades del primer mundo, por personas que posiblemente nunca hayan pisado esta parte del planeta.

No se decide que sembrar teniendo en cuenta las necesidades nutricionales de la población, ni las conveniencias ambientales del ecosistema, sino las ventajas económicas del mercado. Así la tierra, otrora destinada a producir una gran diversidad de alimentos para consumo local, es utilizada para plantar oleaginosas en gran escala, que se convierten en alimento para el ganado o para los automóviles del primer mundo. Los bosques que daban sustento a poblaciones locales, que regulaban el clima, que fabricaban agua potable, se convierten rápidamente en fábricas de árboles clonados, que secan y contaminan la tierra, con el fin de producir pasta de celulosa, que se utilizará miles de kilómetros mas arriba en el mapa.

En devolución, obtenemos los beneficios de los avances tecnológicos, de la medicina, de las comunicaciones. Ahora podemos saber al instante la fluctuación del índice Down Jones, o del Nikkei. Podemos ver en vivo la entrega de los Oscar y hasta saber un mes antes el día que se estrenará en los cines de EE.UU. la nueva película de Indiana Jones.

También podemos tener una i-pod, un tv de plasma o a las mas innovadoras medicinas cuyo precio se vuelve un poquito elevado por el temita ese de las patentes. Gracias a que el mundo está globalizado, todos tenemos acceso a los beneficios de la globalización, salvo por… los pobres. Pero solo son pobres 3 o 4 mil millones de personas, así que no es para preocuparse. Una cifra que, obviamente, ha aumentado notoriamente con la globalización.

¿Qué hacer entonces? Dar marcha atrás, volver al desarrollo local, retomar la agricultura con agricultores. Volver a tomar nosotros las decisiones sobre el uso de nuestra tierra, de nuestra agua, de nuestros bosques, de nuestras montañas, planificándolo de forma sustentable. Restar atención a los caprichos de los mercados internacionales y concentrarnos en las necesidades locales. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, los 16 millones de hectáreas que Argentina destinó a la soja transgénica en 2007, se destinaran sólo a producir alimentos? ¿Quién perdería y quién ganaría?

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martes, 11 de marzo de 2008

AHORA EXPRESAN: ¿ LA GLOBALIZACION NO EXISTE ?.

ECONOMIA.

El profesor más precoz de Harvard sostiene que la globalización no existe.

Ghemawat avisa en Valencia de que entender mal el mundo provoca fracaso empresarial

Pankaj Ghemawat, el profesor más joven en conseguir la plaza de profesor titular en la prestigiosa escuela de negocios de Harvard,
sostuvo ayer en Valencia que la globalización (como fenómeno que haya unido el mundo) no existe. Para argumentar su teoría aportó estadísticas como que en los últimos años sólo el 3% de la población mundial es extranjera de primera generación. El porcentaje es inferior al de 1900.

El experto en globalización y estrategia dio una conferencia ayer en el Valencia International Business Forum 2008, organizado por Deusto y Alta Gerencia, que también contó con charlas del profesor del Instituto de empresa Business School, Juan José Peso, el profesor de finanzas en el IESE, Ahmad Rahnema y de la consejera de Google España, Isabel Aguilera.

El indio Ghemawat explicó que no se puede hablar de un "mundo plano" si "la inversión extranjera directa sólo es el 10%" o el comercio exterior sólo se corresponde a un 26% del PIB mundial. El profesor entiende que para hablar de globalización se deberían producir porcentajes de entre el 85 y el 100%."Si empezamos con una concepción equivocada de la globalización, partiremos de un error en nuestra planificación empresarial", afirmó el profesor de Harvard que recordó que Collin Powell sí sostenía que el mundo era plano. "Quizá hablaba en un plano militar", bromeó.

El ponente defendió su afirmación de que la globalización no había llegado aún (pronosticó que será una realidad en 2050) por cómo se desarrollaba el comercio. Ghemawat expuso ayer que el comercio entre metrópolis y antiguas colonias se triplica en comparación con lo que hacen dos países que no han tenido este tipo de relación. El profesor argumentó que este dato se produce porque las naciones con una regulación más parecida tienen más posibilidades para establecer relaciones comerciales.

Por otra parte, las compraventas entre países que comparten divisa propician que se duplique el comercio entre ellos, mientras que compartir el mismo idioma sólo aumenta las relaciones económicas en un 48% (cuatro veces menos que usar la misma moneda).

Ghemawat puso como ejemplo de la no globalización a la firma estadounidense Wal-Mart. Durante su ponencia presentó un gráfico en el que, conforme el negocio internacional se alejaba de EE. UU., descendía su rentabilidad al desaparecer los vínculos financieros con los países con los que negociaban. El error con Alemania fue vender fundas de almohadas de distinto tamaño al usado por los alemanes. En Brasil fue presentar como pelotas de fútbol "balones ovalados de rugby".
CRÍTICA: LIBROS.
Semiglobalización, como mucho.
Nada de aldea global, ese oxímoron hueco de los años setenta. Tampoco vale ya el aforismo de Thomas Friedman, el célebre "la tierra es plana". La globalización con la que vienen machacando desde hace años los economistas es una exageración. Una hipérbole. Un exceso basado en datos defectuosos. Al menos ésa es la tesis de Pankaj Ghemawat. Graduado en Harvard y afincado actualmente en Barcelona como profesor del IESE, Ghemawat tiene ante sí una exitosa carrera como polemista. Su último trabajo combate con tremenda virulencia los tópicos asociados a la globalización como explicación de casi cualquier fenómeno económico (y no sólo económico, por cierto).Hace sólo unos días, en la presentación de su libro en Madrid, Ghemawat rompió el hielo con una frase redonda: "Es muy perjudicial creer en la global sandez".
Y por esa senda transita su Redefiniendo la globalización. Ghemawat usa los datos como munición para sostener su teoría. A saber: la inversión directa extranjera nunca ha superado el 10% de la inversión total en los últimos años. Es decir, más del 90% de las inversiones en todo el planeta siguen siendo nacionales. Sólo el 2% de las llamadas telefónicas son internacionales. El 95% de los universitarios no sale de su país para estudiar la carrera. Y así ad infinitum. Si las fronteras fueran irrelevantes se nivelarían instantáneamente los salarios en India y EE UU, "pero nadie espera esa convergencia en los próximos 10 años. Ni siquiera en los próximos 30", sostiene. "La mayor conexión a escala planetaria es indudable, pero no crea ni mucho menos un mundo homogéneo", añade. El libro ofrece un sinfín de ejemplos.
Sin esconder que hay indicadores económicos de la integración entre países que están en máximos históricos -como en el caso del comercio o de los mercados- y que esa tendencia es irresistible, este académico señala que hay muchas categorías representativas de la globalización que aún están por debajo de los valores alcanzados en el pasado. "En muchos sentidos no estamos mucho más integrados que justo antes de la I Guerra Mundial. Por ejemplo, el porcentaje de inmigrantes en relación con la población mundial alcanzó su máximo en 1910 y nunca ha vuelto a ese nivel", apunta.Sólo un caso más: el fútbol. "Es curioso el poco interés que despierta entre el público estadounidense, que representa el mercado deportivo más grande del mundo. Es una evidencia más de la disparidad entre países", escribe. "En definitiva, se está exagerando con la globalización, y ése es un grave peligro. Exagerar de forma tan grotesca lo integrado que está el mundo es una garantía para que cuando haya problemas la primera solución sea reforzar las fronteras", advierte.Fiel a su pasado como consultor, Ghemawat pone sus teorías al servicio de las aventuras internacionales de las empresas.
A su juicio, las compañías, incluso las más volcadas en el exterior, tienden a creerse a pies juntillas los lugares comunes sobre la globalización. Y eso les lleva a cometer grandes errores. El libro cita varios casos. Coca-Cola abolió en los años noventa todas las diferencias entre sus operaciones en el mercado estadounidense y el resto del mundo. Pero ha dado marcha atrás. "Coca-Cola se sigue viendo en todo el planeta como un símbolo de EE UU, y eso marca mucho", explica.Si uno cree que el mundo es plano y que las fronteras no importan, probablemente competirá de igual manera en todos los mercados y tratará de repetir fórmulas: "Las compañías danesas tienen problemas en Oriente Próximo por las caricaturas de Mahoma.
Eso no puede obviarse. Rastrear la nacionalidad de una compañía es ahora muy fácil. Las diferencias van a ser más importantes que nunca en el mundo globalizado, y las empresas no deben olvidarlo".De origen hindú y con una formación de marcada raíz anglosajona que se deja ver en algunas de sus irónicas estocadas, Ghemawat es autor de otros libros: en español se ha publicado Estrategia y el panorama empresarial, en Prentice Hall.
EUROPA/GLOBALIZACIÓN

The Economist (Reino Unido). Columna Carlomagno. “Ganadores y perdedores”. Subtítulo: “Europa es un gran ganador de la globalización. Si solo los políticos lo dijesen”.
“Una creciente cantidad de investigación argumenta que, de forma contraria a una creencia extendida, la globalización ha hecho la vida mejor para la mayor parte de los ciudadanos de Europa. Es más, Europa es inusualmente buena en ello. Sin embargo, los líderes políticos parecen reticentes a la hora de trasladar estas buenas noticias. Con pocas excepciones, la retórica política cuando se refiere a la globalización va desde una resolución desalentadora (podemos abordar este desafío) al simple desaliento (debemos domesticar esta amenaza).

Un nuevo libro de un par de académicos de la universidad Jones Hopkins de América ha encontrado muchos hechos para animar a los europeos. Los consumidores europeos son los grandes ganadores de la globalización, que ha traído consigo unas importaciones baratas, ha reducido la inflación y ha mantenido los tipos de interés bajos. A pesar de todo el alboroto sobre China y la India, el porcentaje de las exportaciones mundiales de la UE ha crecido ligeramente entre 2000 y 2006. Lo que es más, dos tercios de las exportaciones chinas tienen que ver con marcas extranjeras, una buena cantidad de ellas europeas”.
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LA ESENCIA DEL NEOLIBERALISMO.

La esencia del neoliberalismo.

Pierre Bourdieu

Profesor del Collège de France
Diciembre de 1998.

Ver José Ignacio Cabrujas, La nueva utopía y Roberto Hernández Montoya, Miseria de las naciones.

Como lo pretende el discurso dominante, el mundo económico es un orden puro y perfecto, que implacablemente desarrolla la lógica de sus consecuencias predecibles y atento a reprimir todas las violaciones mediante las sanciones que inflige, sea automáticamente o —más desusadamente— a través de sus extensiones armadas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y las políticas que imponen: reducción de los costos laborales, reducción del gasto público y hacer más flexible el trabajo. ¿Tiene razón el discurso dominante? ¿Y qué pasaría si, en realidad, este orden económico no fuera más que la instrumentación de una utopía —la utopía del neoliberalismo— convertida así en un problema político? ¿Un problema que, con la ayuda de la teoría económica que proclama, lograra concebirse como una descripción científica de la realidad?

Esta teoría tutelar es pura ficción matemática. Se fundó desde el comienzo sobre una abstracción formidable. Pues, en nombre de la concepción estrecha y estricta de la racionalidad como racionalidad individual, enmarca las condiciones económicas y sociales de las orientaciones racionales y las estructuras económicas y sociales que condicionan su aplicación.

Para dar la medida de esta omisión, basta pensar precisamente en el sistema educativo. La educación no es tomada nunca en cuenta como tal en una época en que juega un papel determinante en la producción de bienes y servicios tanto como en la producción de los productores mismos. De esta suerte de pecado original, inscrito en el mito walrasiano (1) de la «teoría pura», proceden todas las deficiencias y fallas de la disciplina económica y la obstinación fatal con que se afilia a la oposición arbitraria que induce, mediante su mera existencia, entre una lógica propiamente económica, basada en la competencia y la eficiencia, y la lógica social, que está sujeta al dominio de la justicia.

Dicho esto, esta «teoría» desocializada y deshistorizada en sus raíces tiene, hoy más que nunca, los medios de comprobarse a sí misma y de hacerse a sí misma empíricamente verificable. En efecto, el discurso neoliberal no es simplemente un discurso más. Es más bien un «discurso fuerte» —tal como el discurso siquiátrico lo es en un manicomio, en el análisis de Erving Goffman. Es tan fuerte y difícil de combatir solo porque tiene a su lado todas las fuerzas de las relaciones de fuerzas, un mundo que contribuye a ser como es. Esto lo hace muy notoriamente al orientar las decisiones económicas de los que dominan las relaciones económicas. Así, añade su propia fuerza simbólica a estas relaciones de fuerzas. En nombre de este programa científico, convertido en un plan de acción política, está en desarrollo un inmenso proyecto político, aunque su condición de tal es negada porque luce como puramente negativa. Este proyecto se propone crear las condiciones bajo las cuales la «teoría» puede realizarse y funcionar: un programa de destrucción metódica de los colectivos.

El movimiento hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto es posible mediante la política de desregulación financiera. Y se logra mediante la acción transformadora y, debo decirlo, destructiva de todas las medidas políticas (de las cuales la más reciente es el Acuerdo Multilateral de Inversiones, diseñado para proteger las corporaciones extranjeras y sus inversiones en los Estados nacionales) que apuntan a cuestionar cualquiera y todas las estructuras que podrían servir de obstáculo a la lógica del mercado puro: la nación, cuyo espacio de maniobra decrece continuamente; las asociaciones laborales, por ejemplo, a través de la individualización de los salarios y de las carreras como una función de las competencias individuales, con la consiguiente atomización de los trabajadores; los colectivos para la defensa de los derechos de los trabajadores, sindicatos, asociaciones, cooperativas; incluso la familia, que pierde parte de su control del consumo a través de la constitución de mercados por grupos de edad.

El programa neoliberal deriva su poder social del poder político y económico de aquellos cuyos intereses expresa: accionistas, operadores financieros, industriales, políticos conservadores y socialdemócratas que han sido convertidos en los subproductos tranquilizantes del laissez faire, altos funcionarios financieros decididos a imponer políticas que buscan su propia extinción, pues, a diferencia de los gerentes de empresas, no corren ningún riesgo de tener que eventualmente pagar las consecuencias. El neoliberalismo tiende como un todo a favorecer la separación de la economía de las realidades sociales y por tanto a la construcción, en la realidad, de un sistema económico que se conforma a su descripción en teoría pura, que es una suerte de máquina lógica que se presenta como una cadena de restricciones que regulan a los agentes económicos.

La globalización de los mercados financieros, cuando se unen con el progreso de la tecnología de la información, asegura una movilidad sin precedentes del capital. Da a los inversores preocupados por la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones la posibilidad de comparar permanentemente la rentabilidad de las más grandes corporaciones y, en consecuencia, penalizar las relativas derrotas de estas firmas. Sujetas a este desafío permanente, las corporaciones mismas tienen que ajustarse cada vez más rápidamente a las exigencias de los mercados, so pena de «perder la confianza del mercado», como dicen, así como respaldar a sus accionistas. Estos últimos, ansiosos de obtener ganancias a corto plazo, son cada vez más capaces de imponer su voluntad a los gerentes, usando comités financieros para establecer las reglas bajo las cuales los gerentes operan y para conformar sus políticas de reclutamiento, empleo y salarios.

Así se establece el reino absoluto de la flexibilidad, con empleados por contratos a plazo fijo o temporales y repetidas reestructuraciones corporativas y estableciendo, dentro de la misma firma, la competencia entre divisiones autónomas así como entre equipos forzados a ejecutar múltiples funciones. Finalmente, esta competencia se extiende a los individuos mismos, a través de la individualización de la relación de salario: establecimiento de objetivos de rendimiento individual, evaluación del rendimiento individual, evaluación permanente, incrementos salariales individuales o la concesión de bonos en función de la competencia y del mérito individual; carreras individualizadas; estrategias de «delegación de responsabilidad» tendientes a asegurar la auto-explotación del personal, como asalariados en relaciones de fuerte dependencia jerárquica, que son al mismo tiempo responsabilizados de sus ventas, sus productos, su sucursal, su tienda, etc., como si fueran contratistas independientes. Esta presión hacia el «autocontrol» extiende el «compromiso» de los trabajadores de acuerdo con técnicas de «gerencia participativa» considerablemente más allá del nivel gerencial. Todas estas son técnicas de dominación racional que imponen el sobre-compromiso en el trabajo (y no solo entre gerentes) y en el trabajo en emergencia y bajo condiciones de alto estrés. Y convergen en el debilitamiento o abolición de los estándares y solidaridades colectivos .

De esta forma emerge un mundo darwiniano —es la lucha de todos contra todos en todos los niveles de la jerarquía, que encuentra apoyo a través de todo el que se aferra a su puesto y organización bajo condiciones de inseguridad, sufrimiento y estrés. Sin duda, el establecimiento práctico de este mundo de lucha no triunfaría tan completamente sin la complicidad de arreglos precarios que producen inseguridad y de la existencia de un ejército de reserva de empleados domesticados por estos procesos sociales que hacen precaria su situación, así como por la amenaza permanente de desempleo. Este ejército de reserva existe en todos los niveles de la jerarquía, incluso en los niveles más altos, especialmente entre los gerentes. La fundación definitiva de todo este orden económico colocado bajo el signo de la libertad es en efecto la violencia estructural del desempleo, de la inseguridad de la estabilidad laboral y la amenaza de despido que ella implica. La condición de funcionamiento «armónico» del modelo micro-económico individualista es un fenómeno masivo, la existencia de un ejército de reserva de desempleados.

La violencia estructural pesa también en lo que se ha llamado el contrato laboral (sabiamente racionalizado y convertido en irreal por «la teoría de los contratos»). El discurso organizacional nunca habló tanto de confianza, cooperación, lealtad y cultura organizacional en una era en que la adhesión a la organización se obtiene en cada momento por la eliminación de todas las garantías temporales (tres cuartas partes de los empleos tienen duración fija, la proporción de los empleados temporales continúa aumentando, el empleo «a voluntad» y el derecho de despedir un individuo tienden a liberarse de toda restricción).

Así, vemos cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad en una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone incluso sobre los gobernantes. Como el marxismo en un tiempo anterior, con el que en este aspecto tiene mucho en común, esta utopía evoca la creencia poderosa —la fe del libre comercio— no solo entre quienes viven de ella, como los financistas, los dueños y gerentes de grandes corporaciones, etc., sino también entre aquellos que, como altos funcionarios gubernamentales y políticos, derivan su justificación viviendo de ella. Ellos santifican el poder de los mercados en nombre de la eficiencia económica, que requiere de la eliminación de barreras administrativas y políticas capaces de obstaculizar a los dueños del capital en su procura de la maximización del lucro individual, que se ha vuelto un modelo de racionalidad. Quieren bancos centrales independientes. Y predican la subordinación de los estados nacionales a los requerimientos de la libertad económica para los mercados, la prohibición de los déficit y la inflación, la privatización general de los servicios públicos y la reducción de los gastos públicos y sociales.

Los economistas pueden no necesariamente compartir los intereses económicos y sociales de los devotos verdaderos y pueden tener diversos estados síquicos individuales en relación con los efectos económicos y sociales de la utopía, que disimulan so capa de razón matemática. Sin embargo, tienen intereses específicos suficientes en el campo de la ciencia económica como para contribuir decisivamente a la producción y reproducción de la devoción por la utopía neoliberal. Separados de las realidades del mundo económico y social por su existencia y sobre todo por su formación intelectual, las más de las veces abstracta, libresca y teórica, están particularmente inclinados a confundir las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.

Estos economistas confían en modelos que casi nunca tienen oportunidad de someter a la verificación experimental y son conducidos a despreciar los resultados de otras ciencias históricas, en las que no reconocen la pureza y transparencia cristalina de sus juegos matemáticos y cuya necesidad real y profunda complejidad con frecuencia no son capaces de comprender. Aun si algunas de sus consecuencias los horrorizan (pueden afiliarse a un partido socialista y dar consejos instruidos a sus representantes en la estructura de poder), esta utopía no puede molestarlos porque, a riesgo de unas pocas fallas, imputadas a lo que a veces llaman «burbujas especulativas», tiende a dar realidad a la utopía ultra-lógica (ultralógica como ciertas formas de locura) a la que consagran sus vidas.

Y sin embargo el mundo está ahí, con los efectos inmediatamente visibles de la implementación de la gran utopía neoliberal: no solo la pobreza de un segmento cada vez más grande de las sociedades económicamente más avanzadas, el crecimiento extraordinario de las diferencias de ingresos, la desaparición progresiva de universos autónomos de producción cultural, tales como el cine, la producción editorial, etc., a través de la intrusión de valores comerciales, pero también y sobre todo a través de dos grandes tendencias.

Primero la destrucción de todas las instituciones colectivas capaces de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, primariamente las del Estado, repositorio de todos los valores universales asociados con la idea del reino de lo público.
Segundo la imposición en todas partes, en las altas esferas de la economía y del Estado tanto como en el corazón de las corporaciones, de esa suerte de darwinismo moral que, con el culto del triunfador, educado en las altas matemáticas y en el salto de altura (bungee jumping), instituye la lucha de todos contra todos y el cinismo como la norma de todas las acciones y conductas.

¿Puede esperarse que la extraordinaria masa de sufrimiento producida por esta suerte de régimen político-económico pueda servir algún día como punto de partida de un movimiento capaz de detener la carrera hacia el abismo? Ciertamente, estamos frente a una paradoja extraordinaria. Los obstáculos encontrados en el camino hacia la realización del nuevo orden de individuo solitario pero libre pueden imputarse hoy a rigídeces y vestigios. Toda intervención directa y consciente de cualquier tipo, al menos en lo que concierne al Estado, es desacreditada anticipadamente y por tanto condenada a borrarse en beneficio de un mecanismo puro y anónimo: el mercado, cuya naturaleza como sitio donde se ejercen los intereses es olvidada. Pero en realidad lo que evita que el orden social se disuelva en el caos, a pesar del creciente volumen de poblaciones en peligro, es la continuidad o supervivencia de las propias instituciones y representantes del viejo orden que está en proceso de desmantelamiento, y el trabajo de todas las categorías de trabajadores sociales, así como todas las formas de solidaridad social y familiar. O si no...

La transición hacia el «liberalismo» tiene lugar de una manera imperceptible, como la deriva continental, escondiendo de la vista sus efectos. Sus consecuencias más terribles son a largo plazo. Estos efectos se esconden, paradójicamente, por la resistencia que a esta transición están dando actualmente los que defienden el viejo orden, alimentándose de los recursos que contenían, en las viejas solidaridades, en las reservas del capital social que protegen una porción entera del presente orden social de caer en la anomia. Este capital social está condenado a marchitarse —aunque no a corto plazo— si no es renovado y reproducido.

Pero estas fuerzas de «conservación», que es demasiado fácil de tratar como conservadoras, son también, desde otro punto de vista, fuerzas de resistencia al establecimiento del nuevo orden y pueden convertirse en fuerzas subversivas. Si todavía hay motivo de abrigar alguna esperanza, es que todas las fuerzas que actualmente existen, tanto en las instituciones del Estado como en las orientaciones de los actores sociales (notablemente los individuos y grupos más ligados a esas instituciones, los que poseen una tradición de servicio público y civil) que, bajo la apariencia de defender simplemente un orden que ha desaparecido con sus correspondientes «privilegios» (que es de lo que se les acusa de inmediato), serán capaces de resistir el desafío solo trabajando para inventar y construir un nuevo orden social. Uno que no tenga como única ley la búsqueda de intereses egoístas y la pasión individual por la ganancia y que cree espacios para los colectivos orientados hacia la búsqueda racional de fines colectivamente logrados y colectivamente ratificados.

¿Cómo podríamos no reservar un espacio especial en esos colectivos, asociaciones, uniones y partidos al Estado: el Estado nación, o, todavía, mejor, al Estado supranacional —un Estado europeo, camino a un Estado mundial— capaz de controlar efectivamente y gravar con impuestos las ganancias obtenidas en los mercados financieros y, sobre todo, contrarrestar el impacto destructivo que estos tienen sobre el mercado laboral. Esto puede lograrse con la ayuda de las confederaciones sindicales organizando la elaboración y defensa del interés público. Querámoslo o no, el interés público no emergerá nunca, aun a costa de unos cuantos errores matemáticos, de la visión de los contabilistas (en un período anterior podríamos haber dicho de los «tenderos») que el nuevo sistema de creencias presenta como la suprema forma de realización humana.

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