lunes, 10 de marzo de 2008

ESTAD0S UNIDOS: ¿ VICTIMA O GANADOR EN LA GLOBALIZACION ?.

Estados Unidos: ¿Víctima o ganador en la globalización?
Aurelio Suárez Montoya
Fecha publicación: 18/01/2008. ARGENPRESS.

En enero de 1968 se publicó la primera edición del libro “El desafío americano”. Allí, el periodista francés J.J. Servan-Schreiber planteó la perspectiva de la supremacía de las corporaciones norteamericanas, a las que acusaba de “invadir” a Europa, merced a la aplicación de cuantiosos recursos en investigación y desarrollo tecnológico. Auguraba esa nueva forma de “conquista” el mejor porvenir en deterioro de una Europa que creía cautiva de las empresas transnacionales estadounidenses y a la cual, según él, jamás abandonarían, contrario a lo que podría suceder hasta con Vietnam ya teatro de guerra donde la superpotencia empezaba a mostrar, acorde con Servan-Schreiber, que allá “nada tenía por ganar y sí mucho por perder”.
A partir de entonces y por casi una veintena, se dio una pugna por el control planetario entre Estados Unidos y Unión Soviética. En 1989 cayó el Muro de Berlín, “sin explicación satisfactoria” y “en desenlace providencial”, como acotó Francisco Mosquera. Estados Unidos, que en la refriega había sufrido grandes desarreglos, valido del giro de los hechos y de sus trust de envergadura mundial, los mismos sobre los que 20 años atrás alertaba Servan-Schreiber, entronizó la Globalización, cuyos cimientos había empezado a echar Ronald Reagan para conjurar las averías ocurridas en la crisis financiera de octubre de 1987, peor en cifras absolutas que la de 1929, y desde que se empezó a avisar el inicio del final del hegemonismo soviético. Se inauguró así un “nuevo orden” para recuperar “el espacio perdido por décadas”.

No puede entonces haber mejor balance de esa Globalización que el que se haga respecto a los eventuales beneficios que haya derivado su principal mentor. Si le ha servido para moderar los ciclos económicos del capitalismo en la fase de superproducción, si logró equilibrar con autosuficiencia la oferta y la demanda de la energía, un bien estratégico en el “mundo post-industrial”, si ha alcanzado a extender el “sueño americano”, el del shopping, las hamburguesas, la vivienda propia y el carro familiar, el de los placeres del consumo a un mayor número de sus ciudadanos y a los emigrantes, fuente básica de su crecimiento demográfico, y , en especial, si ha ejercido el predominio establecido sin requerir el uso de la fuerza. En fin, si bajo parámetros claves como estabilidad macroeconómica, equidad y bienestar social, suficiencia energética y paz, la implantación del neoliberalismo a escala global ha sido positiva para Estados Unidos, la nación que esperaba obtener de él las mayores ventajas.

Estados Unidos es hoy un país en guerra. Desde 2001, libra la más intensa campaña de su historia en el Medio Oriente, con énfasis en Irak y Afganistán, y que le ha significado el despliegue de más de 200.000 efectivos de combate en toda la región. Lo que en los cálculos de Donald Rumsfeld era una operación rápida, una segunda versión de la “tormenta del desierto” de 1990, se convirtió en una “guerra desastrosa” (editorial New York Times, 13/01/08) y en un estigma para el Imperio que empieza a tener connotaciones similares a la de la derrota en el sudeste asiático. El relativamente fácil avance de las tropas hasta Bagdad, desestimando a la ONU y alentado por falsos argumentos esgrimidos para justificar la invasión, como la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak o los vínculos de Saddam Hussein con Al-Qaeda, se contrarió con el caos de la “posguerra”, el desorden incubado, la sarracina entre facciones nativas, la muerte de cerca de 4.000 soldados americanos y de más de 100.000 civiles, el control de la mitad del territorio afgano por parte de los talibanes, la desestabilización política en Pakistán, un aliado táctico con armas nucleares, el enfrentamiento con Irán y las contradicciones con Siria, el control de áreas como la franja de Gaza y de una porción de Líbano por parte de grupos hostiles al Tío Sam, la ejecución de torturas (decenas de miles de casos, según Chomsky) y desmanes contra la población. La confusión es tal que el arco iris de soluciones va desde quienes opinan que deben enviarse más soldados (Mc Cain) hasta quienes sostienen que todos deben salir en 10 meses (Edwards). Ya nadie puede responder qué es peor: si salirse o quedarse en Irak y nada de esto puede ocultarse con el periplo de Bush y sus 10.000 guardaespaldas. Entre tanto, todo esto está ligado a otro de sus grandes problemas, el déficit energético ocasionado por la alta dependencia del petróleo para su vida cotidiana y la industria.

En junio de 2002 escribí el artículo “Petróleo: Talón de Aquiles de la Globalización”. En él aseguraba que “La contradicción principal en el mercado petrolero radica en que la demanda y el consumo están en los países más poderosos y la producción y las reservas se hallan en países en vía de desarrollo'; agregué que el presidente Bush había definido la situación energética norteamericana como 'la peor crisis de suministro de energía desde la década de 1970'; y afirmé que tras los ejércitos invasores a Oriente irían “los intereses de las compañías petroleras en pos de rescatar, en un momento crítico, la posición dominante que antes tuvieron”. La guerra, librada desde 2003, no ha reversado el desbalance histórico entre la oferta y la demanda energética en Estados Unidos sino que la tendencia deficitaria y sus secuelas han aumentado.
Las cifras petroleras de la superpotencia son dramáticas. En 1970 producía 10,2 millones de barriles de crudo diarios y para 2007 esa cifra se había rebajado a 5,2. Entre tanto, la demanda, que en 1990 ya sumaba 15,6 millones por día, llegó a 21 millones en 2007. Mientras su capacidad productiva de petróleo entre 1950 y 2006 se ha reducido a la mitad, el consumo entre 1970 y 2006 se ha triplicado. La consecuencia es una dependencia cada vez mayor del petróleo extranjero. En 1981 importaba en promedio 181 millones de barriles al mes, en 2007 compró en el exterior 410 millones mensuales, 303 de crudo y 107 de derivados. La situación es más grave si se tiene en cuenta que las reservas estadounidenses se conservan estancadas desde 1990 en 1.600 millones de barriles y que no han podido incrementarse pese a que ahora tiene mayores necesidades.

El análisis de la matriz de energía de Estados Unidos deja ver el poco margen que tiene para abastecer de este recurso básico a la actividad cotidiana de sus ciudadanos. Para satisfacer el consumo de 100 unidades de energía, apenas produce 23 provenientes del carbón, 18 del gas natural, 10 del petróleo, 7 de la energía nuclear eléctrica, 3 de los agrocombustibles, 2 de la hidráulica, 2 de las plantas de gas líquido y 1 de la geotermia, la solar y la eólica. Como esa oferta no corresponde con las exigencias de la sociedad norteamericana, la cual requiere, por cada 100 unidades de energía, 40 que vengan del petróleo, 23 del carbón, 22 del gas natural y el 15 restante entre la nuclear, los agrocombustibles, la hidráulica y de otras fuentes naturales como sol, viento y geotermia; tiene que importar el equivalente a algo más de 34 unidades, 30 con origen en petróleo y 4 entre carbón, etanol, carbón coque y gas natural. Los combustibles fósiles son el 85% del total de dicha matriz y financiarla por completo le vale a la economía imperial 500.000 millones de dólares anuales. Una tercera parte de esa energía total va para la industria, el 28% para el transporte, el 21% para los hogares y el 18% para el comercio.
Insólitamente, después de cinco años de guerra, los consumidores han visto subir a precios récord la gasolina y el petróleo importado. La primera, entre 2003 y 2007, dobló su precio, al pasar el galón de 1,5 dólar a más de 3; y, el segundo, multiplicó por más de cuatro su cotización, de 20 a 90 dólares el barril, entre 2002 y enero de 2008.
A contramano, los resultados de las grandes firmas petroleras, triunfantes en medio de la desgracia general, como Chevron Texaco que reportó en 2006 ingresos por casi 205 mil millones de dólares, utilidades por más de 17 mil y rentabilidades superiores al 22%, son exorbitantes. O como Exxon-Mobil, que entre 2004 y 2006 vio subir sus ingresos en un 20%, al incrementarlos de 298 mil millones a 377 mil, y las utilidades en más del 50%, de 25.330 millones a 39.500. No se sabe cuánto tiempo resta al disfrute de tan enormes ganancias cuando sus brazos financieros como el Citygroup padecen una crisis que paulatinamente se va pareciendo más al crack de 1929 y con ello se va tornando más insoluble este problema quizás el peor de todos los que padece el Imperio, por el que está dispuesto a aplastar pueblos enteros y que, junto con las continuas erupciones económicas, van configurando un círculo vicioso que remarca el declive en su destino.
En marzo de 2001 se declaró la recesión en Estados Unidos. La causa fue el desplome del valor de las acciones bursátiles de las compañías tecnológicas, en las cuales el beneficio por cada una de ellas, en relación con su valor, había superado las 30 veces.
Se había configurado una “burbuja” especulativa que se reventó. La receta para paliar el choque, incentivando la economía, fue bajar las tasas de interés a niveles inéditos en cuatro decenios (2%) y pese a ello a finales de ese año el desempleo llegó al 5,7%, la inversión bajó, el déficit comercial y el fiscal eran crecientes y el PIB disminuyó. Durante un trecho, hasta 2003, los signos de la economía más grande, responsable de la tercera parte de la producción mundial, fueron negativos.
El repunte, basado en tasas de interés en algunos casos inferiores a la inflación, propició, entre otros, el desarrollo de un sistema de construcción de vivienda, donde se involucraban estrechamente el sector financiero y el hipotecario. Según el FMI el valor de dicho mercado en 2003 era de 110.000 millones de dólares, de los cuales el 52% estaba en créditos otorgados a clientes de bajo riesgo, el 14% de categoría intermedia y el 34% restante en dudoso recaudo. Esas operaciones estaban ligadas a las entidades estatales de promoción de vivienda, las que durante años habían sido seguras debido a los sistemas de respaldo y aseguramiento del crédito. No obstante, el sistema comenzó a ser competido por reconocidas firmas privadas como Wells Fargo, Lehman Brothers, Bear Stearns, JPMorgan, Goldman Sachs y Bank of America. Con dineros venidos de las ganancias del petróleo, ese mercado hipotecario en 2006 creció a más del doble, a 258.000 millones, especialmente en el sector de dudoso recaudo, que ya era el 44% del total, el de primera categoría declinó al 26% y el de riesgo intermedio el 30%. En 2007 comenzó a crecer la cartera morosa hasta llegar en el tercer trimestre a más del 16% y decayó el precio de la vivienda, reduciendo el valor de las garantías de los préstamos.Las pérdidas de capital y de liquidez de la economía con la consecuente restricción al crédito, que cobijan a varios anillos del sistema financiero, prestamistas y seguros de riesgo, que han garantizado contra las pérdidas a inversionistas por más de un billón de dólares en los denominados “derivados financieros”, rematan en una contracción de la demanda lo cual es mortal para una economía en superproducción como la norteamericana.
El mayor banco estadounidense, el Citygroup, ha visto caer el valor de sus acciones en un 47% en el último año, el desempleo ya volvió a estar por el 5% y los precios promedio de la vivienda familiar cayeron en enero de 2008 por primera vez en cuatro décadas. Los remedios se han centrado en volver a reducir la tasa de interés, en inyectar capital, proveniente de Kuwait, Singapur y Emiratos Arabes a las empresas de finanzas, y en devolver liquidez, venida de fondos fiscales a inversionistas y a hogares para impedir el desplome de la economía. Este último “salvamento” se ha aforado en 150.000 millones de dólares. Joseph Stiglitz ha advertido que debe ubicarse en sectores de “gasto rápido” como en seguros de desempleo, en gobiernos locales para el gasto público, en presupuestos en educación y en la promoción de energía con bajas emisiones de carbono. Previene que Bush de nuevo aproveche para “cortar impuestos a los americanos de más altos ingresos” lo cual no es un “estímulo que estimula”.La economía norteamericana padece uno más de los quebrantos propios de la crisis estructural de las economías capitalistas en su fase superior, la de superproducción. Va de burbuja en burbuja. Surgen “necesariamente”, como dice Carlos Marx en el III tomo de El Capital (sí Marx), “disonancias entre las proporciones limitadas del consumo con base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente”. Detrás de cifras y de datos, lo que subyace es el deterioro paulatino de la vida de millones de norteamericanos que han perdido su capacidad adquisitiva y del mundo colonial que en su conjunto ya no es capaz de aportar los niveles de tasa de ganancia necesarios para los financistas de las metrópolis. Con la guerra y la energía, éste es otro problema insoluble para el Imperio de la actual globalización, un asunto que intentó resolver sin frutos poniendo al orbe entero bajo su carpa.
Cada vez está más en entredicho el “sueño americano” Las enormes carencias de millones de norteamericanos, incluyendo las de muchos de quienes emigraron hacia los Estados Unidos en busca de una mejor situación económica y social que en sus países de origen, son tan o más abrumadoras como en las de cualquier nación del Tercer Mundo.
El ex -candidato presidencial demócrata, John Edwards, a quien Paul Krugman reconoce haber puesto los “temas de la campaña”, habla de “dos Américas”, una, la de los ciudadanos del común y, otra, la de las grandes corporaciones. Cada vez la distancia entre ellas dos es más grande y sus intereses más contradictorios. Las transnacionales, por ejemplo, han disfrutado de la competitividad para el comercio exterior fruto de la devaluación del dólar frente a casi todas las monedas del mundo en los últimos tiempos; frente al euro de 1,1680 dólares en enero de 1999 ha pasado en 2008 a 1,48 dólares, casi un 32% más. Al contrario, esa medida ha reducido la capacidad adquisitiva de las clases medias y trabajadoras norteamericanas, a las cuales el salario mínimo por hora no se les ha ajustado en la misma proporción en la cual el dólar ha perdido valor. En diciembre de 2007 todos los salarios, tanto en servicios como en la industria, civiles y estatales, registraron una pérdida real de 0,7% en promedio luego de descontar la inflación, un hecho igual se había registrado en 2005 y 2004. Esa misma devaluación ha hecho que los precios de los bienes importados, en particular por el petróleo, hayan subido en 34% en términos reales desde 2002 hasta 2007.
La peor parte la han llevado los llamados trabajadores “mal pagados”. Mientras en la industria en promedio se pagaron 17 dólares por hora en 2007, a ellos se les pagó cerca de 9 a los hombres y de 8 a las mujeres. Esto debido a que en Estados Unidos no está prohibida la discriminación por género en el salario. En noviembre y diciembre se produjeron diversas huelgas por reivindicaciones laborales desde algunas reputadas como la de los libretistas de Hollywood o la de los técnicos de los espectáculos de Broadway hasta otras marginadas como las de las empresas de aseo del área de Washington y la de los recolectores de tomate de Florida. En el sector de “mal pagados” es abundante la mano de obra hispana, que es la segunda minoría, por encima de la negra, con casi 40 millones de personas y de las cuales mínimo 12 carecen de los documentos legales para trabajar, lo cual los hace presa fácil de la explotación patronal. Los trabajadores rurales en Florida, por ejemplo, viven en arriendo en casas-carro por las que pagan cerca de 400 dólares semanales hacinados en tres y cuatro familias por carro. Su movimiento reclama 77 centavos de dólar por caja recogida de 32 libras de tomate mientras se les paga a 45 centavos, apenas 5 más que en 1980.
John Edwards denunció que hay 37 millones de pobres y que es peor la desigualdad; el 40% del crecimiento del ingreso en las décadas del 80 y del 90 fue a parar a manos del 1% de la población más rica y añade que los 300.000 individuos millonarios superan en riqueza a los 150 millones más pobres como también que apenas el 30% de los ciudadanos creen que la próxima generación vivirá mejor. La desigualdad en el ingreso tiene su peor nivel desde 1928 y, así mismo, que si todos los americanos participaran en la misma proporción en la distribución de la riqueza que hace 30 años, las familias del 80% de menores ingresos podrían haber ganado 7.000 dólares más por año. En la realidad, para el 90% de los hogares el ingreso permanece estancado.No solamente en términos de ingresos laborales están sufriendo las clases populares en Estados Unidos.
También en términos de cobertura en salud se presentan allí unos de los peores estándares a escala global. Uno de cada 7 de los ciudadanos carece de servicios y uno de cada tres hispanos. Este tema y el de la iniquidad social y económica, el de los salarios y los ingresos, se han vuelto palpitantes en el debate interno tanto que en la actual campaña electoral por la Presidencia han desplazado al de la guerra de Irak que aparecía como el tema líder. Todos ellos están conectados además con la globalización en la cual -como Krugman también lo ha afirmado- los grandes perdedores han sido los sectores de bajos salarios y los ganadores los que perciben las más altas remuneraciones. Otro asunto que, acorde con los intereses prevalecientes, tampoco tiene fácil respuesta.
El sistema de salud en Estados Unidos es tema de debate central en la actual campaña presidencial. Cerca de 50 millones de personas, el 16% del total, están desprotegidas. El gasto llega a 2,2 billones de dólares, el más costoso del planeta, y para 2016 se estima en el 19,6% del Producto Interno Bruto subiendo desde el 13,6% de ahora. Un “mercado” de este tamaño no podía estar por fuera del interés de los grandes grupos financieros representados en centenares de firmas aseguradoras que se mueven en él. De cada 100 asegurados, 71 lo están por vía de sus empleadores, 11 lo hacen de manera individual y apenas 32 por programas estatales. Predomina en el sector el “ánimo de lucro”. Las consecuencias de ese modelo son patéticas: es el único país “industrializado” sin cobertura universal, ocupa el puesto 41 en el mundo en cuanto a la tasa de mortalidad infantil y el 45 en cuanto a la edad de expectativa de vida. Si se consideran todos los estándares de desempeño de la OMS para sistemas de salud, como acceso, calidad, eficiencia y equidad, Estados Unidos ocupa el puesto 34 y si se añaden los relacionados con patrones de salubridad apenas está en el lugar 72.
El grueso de la población asiste al servicio cuando está en estado crítico y apenas cuatro centavos de cada dólar gastado en salud se invierten en prevención. ¿Para dónde corre entonces la plata? Los costos de administración (intermediación y ganancia) eran en la década del noventa el 20% del total; en los últimos seis años los pagos a las aseguradoras por persona han crecido cuatro veces más que los salarios. El gasto anual por habitante pasó en una década de 4.178 dólares a 7.129. De ahí que el 27% de los asegurados dudan que puedan seguir siéndolo. Cada vez “se paga más por menos”, hay un 44% de los usuarios insatisfecho por la calidad.
Los candidatos a la Presidencia hacen propuestas al respecto. Los demócratas insisten en la cobertura universal mediante mecanismos como descuentos en impuestos a los ciudadanos, ampliación de programas estales y apoyos a las pequeñas empresas para facilitarles asumir los costos. Así mismo, desean intervenir los márgenes de los prestadores. Los republicanos, con Mac Cain a la cabeza, insisten en los “instrumentos” del mercado y la regulación. Organizaciones como Public Citizen pugnan por un cambio total, por un único sistema bajo control estatal y dicen que hasta la falta de “competitividad” laboral estadounidense tiene que ver con el pago de la salud. Aseveran que, por dicho concepto, un vehículo FORD en Canadá, país que posee uno de los modelos gubernamentales más reputados en salubridad, vale 1.400 dólares menos que en Estados Unidos. Debe añadirse a todo esto, el alto valor de los fármacos, el mayor del mundo, 40% más que en Europa, debido a la posición dominante de un oligopolio de empresas con gran poder de cabildeo que les otorga la inexistencia del control de precios y la vigencia plena de las patentes.Al empobrecimiento de las clases medias y al perverso sistema de salud los acompaña la situación de los indocumentados, un grupo que creció en un 40% desde el año 2000 y que supera los 12 millones de personas. Un trabajo conocido (Fernández y Useche, 2007) apunta en el centro del problema: “México, y cada vez más los países de Centro y Sur América, se han convertido en prisiones de pobreza de las cuales sus habitantes necesitan escapar en masa”. No en vano el candidato Obama ha propuesto “promover el desarrollo económico en México para disminuir la inmigración ilegal”, a la vez que cree necesario “balancear las necesidades de Estados Unidos de trabajadores inmigrantes”. Esas “necesidades” cobijan los trabajos más arduos, agrícolas, aseo, construcción y similares y recientemente el ejército. Alrededor de 69.300 personas nacidas en el extranjero sirven en las fuerzas armadas de Estados Unidos, casi un 5% del total y de ellas 29.800 no son ciudadanos de ese país; este tipo de reclutamiento se ha incrementado para la invasión a Irak y a Afganistán.
Los problemas sociales del Imperio, que podrían resolverse en alto grado con aportes fiscales del gobierno federal, se agravan paulatinamente porque lo impiden los grandes compromisos militares en los que está embarcado. Estos, que corresponden a una concepción completa del papel en la “globalización”, ocasionan el gravísimo problema de la deuda pública nacional, otro asunto insoluble.

CONCLUSIONES.
El 6 de mayo de 2004, el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, pronunció en Chicago un discurso denominado “Globalización e innovación”. Expresó que la “globalización”, entendida como “la extensión de la división del trabajo y la especialización más allá de las fronteras nacionales”, y la financiación del déficit fiscal y de la balanza de pagos, mediante los ahorros venidos de otros países, le permitían a Estados Unidos llegar “a límites” sin “experimentar alguna clase de erupción financiera”. No obstante, acotó que “la plena globalización, en la cual el comercio y las finanzas se dirijan sólo por las tasas de retorno ajustadas al riesgo indiferente de las distancias, probablemente nunca sería alcanzada” y en ese sentido habló de “una perspectiva opaca” con respecto a lo que fuera a acontecer al final de esta década ya que es incierto, según dijo, si este “paradigma” está “cerca de su desaceleración”.Al panorama de la globalización también se refiere el artículo, “Yendo a la bancarrota” de Chalmers Johnson, recientemente publicado. En él se declara “insostenible” la deuda pública estadounidense de 9,81 millones de millones de dólares, más del 75% del PIB e incrementada en un 45% desde enero de 2001 cuando George W Bush se posesionó. Johnson argumenta que el desplazamiento de la industria norteamericana a los nuevos “talleres del mundo”, como China, no sólo obedece a un modelo económico global sino a una política de Estado –incubada durante décadas-.
Se fue desechando la producción de bienes en general a fin de adoptar “un militarismo keynesiano” consistente en especializarse en las industrias de seguridad y defensa, financiadas con presupuesto público. Ese rubro supera los 650.000 millones de dólares anuales, que es más de la mitad del total del gasto militar de los 10 primeros países en ese campo, y, entre 1940 y 1996, sumó al menos 5,8 millones de millones. Johnson asegura que en 1990 el valor de las armas, del equipo y de las factorías dedicadas al Departamento de Defensa era el 83% del valor de todas las plantas y equipo industriales. Es decir, una economía orientada con tal dirección no podrá solventar su déficit; los rendimientos iniciales que ese modelo aporta al aparato productivo con el tiempo van decreciendo.Estas fallas estructurales empujan a Estados Unidos a prorrogar como sea su supremacía sobre toda potencia. Juan Gabriel Tokatlian afirma que en la actual contienda electoral, cualquiera sea el partido, el género o el color, hay consenso en ello. “La continuidad la imponen un conjunto de fuerzas, factores y fenómenos, internos y externos, que limitan la capacidad de acción e innovación de una persona con poder, por más que él o ella sean el presidente de Estados Unidos” y que en relaciones internacionales “confían cada vez más en el músculo militar en detrimento de la persuasión política”.
Esa definición prevalece aun sobre la implosión que pueda derivarse de una economía con ciclos de inestabilidad cada vez más frecuentes y destructivos; de su insolvencia energética y de su precario sistema de salud; de la pobreza y la desigualdad crecientes; de la compleja problemática de los inmigrantes; de la inatajable tendencia de devaluación de su moneda. Estos asuntos se atenderán supeditados al papel hegemónico; es más, su eventual solución se pondrá a depender en alguna medida de él. Estamos frente a una superpotencia que ya demostró que es capaz de pasar por encima de la comunidad internacional. Que, como dice Noam Chomsky, al meterla en el conjunto de “estados fallidos”, que se considera como ellos “más allá del derecho nacional o internacional, y, por tanto, libres para perpetrar agresiones y violencia”, y últimamente hasta torturas.
Las grandes dificultades que padece el Imperio no le derrumban todavía los contrafuertes de su inmensa capacidad para apropiarse de esferas de influencia, de mercados para sus mercancías y capitales, de fuentes de materias primas y energía y de nuevos surtidores de mano de obra barata que aporten plusvalías absolutas. No obstante, en perspectiva, las contradicciones con otros fuertes poderes, entre, los que Kissinger incluye ya a China e India además de los reconocidos, Europa , Rusia y Japón, sumadas a las propias, casi insolubles, impelerán a la precipitación de esta fase agonizante de monopolios financieros y el desenlace general, habrá de alumbrar, sin duda, un nuevo orden. Al final, Estados Unidos será más víctima que ganador de su propia globalización, la senda está marcada.
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