lunes, 14 de diciembre de 2009

CUBA: De la Economía de la carencia a la Suficiencia productiva. El Replanteamiento Político de la Participación Social.

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La inversión de los factores sí altera el producto. Una agroindustria desarrollada y eficiente como la finlandesa se organiza sobre mínimas extensiones de tierras cultivables y bajo condiciones climáticas extremadamente desfavorables. El rendimiento promedio de una hectárea de tierra en África es 1,2 ton. de trigo, mientras que en Europa es de 5.4 ton. Si la benevolencia climática y de tierras explotables le proporciona a Cuba importantes ventajas comparativas, la escasez de recursos económicos, en cambio, la obliga a la concentración productiva de los mismos, en pos de crear en el menor tiempo las ventajas competitivas que le faltan. Es decir, obliga a la eficiencia económica de la concentración, no a la concentración cuantitativa de la explotación (grandes granjas o combinados de producción). Es en ese sentido que ha de asumirse la economía de escala de altos rendimientos relativos. Ello permite la asimilación de la idea de la estructuración empresarial según un modelo propio agro-campesino y agroindustrial PYME para el sector.
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Cuba: de la economía de la carencia a la suficiencia productiva.


La revolución en la agroindustria, una revolución política: subalternidad versus emancipación.

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Roberto Cobas Avivar Para Kaosenlared 12-12-2009.

¿Dónde seguimos?

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En 1959 Cuba se sacude, como el can el agua del cuerpo, el capitalismo-periférico que hipotecaba su soberanía nacional. Con la sacudida comienza el proceso de emancipación social del pueblo cubano. Ha sido una ruptura con las verdades del orden natural de las ideologías burguesas en el continente americano. Esa es la esencia política de la revolución sociocultural que se emprende. Por delante quedaba el largo y tortuoso camino de deconstrucción y construcción. La alternativa era anti capitalista, aunque faltara una teoría política de la transformación revolucionaria.

Cincuenta años después la transición pos-capitalista ha sido estancada en las formas de un Estado monopolista que mantiene en su propiedad burocrática y gestión centralizada los factores de producción, especialmente la fuerza de trabajo. La reproducción forzada de dichas relaciones se erige en forma de gobernabilidad política de un modelo de participación al que el Estado no le confía la auto sustentación. El impacto social del voluntarismo político es regresivo y se alza como barrera contra la transición hacia relaciones de producción y distribución socialistas.

En el reciclaje de las formas de gobierno el Estado se vuelve corporativista, a través de la absoluta subordinación de la tecno-burocracia empresarial. Con respecto al pueblo tiende al populismo mediante políticas de transferencia de rentas que, sin adecuado respaldo en la producción, pierden valor real por los efectos inflacionarios sobre los precios y la carencia asociada (presión de la demanda por aumento de jubilaciones, subida de salarios en sectores no productivos, subsidiosa la ineficiencia empresarial).

El efecto político de las contradicciones se advierte en el surgimiento reptante de grupos de poder económico - privados: economía sumergida y remesas de divisas, e institucionales: remuneración en divisas y tráfico de influencias -, los que, aún no articulados entre sí, de facto desafían la hegemonía del centralismo burocrático del propio Estado. Mientras tanto la mayoría proletaria sobre cuyo trabajo se arma el patrón de acumulación y distribución actual, permanece de espaldas al proceso de enajenación de su posición como sujeto político.


Si los cambios estructurales – reversión de la desposesión económica y política del pueblo - ameritan la graduación de su introducción, las patologías sociales deben y pueden ser acorraladas en la inmediatez. Desautorizar la burocracia reaccionaria y sofocar sus relaciones corrupto-géneris; transparentar públicamente toda la estructura corporativa de las grandes empresas asociadas al comercio, las inversiones y a la industria del turismo y democratizar el acceso a los cargos ejecutivos (expedientes de trayectoria profesional y concursos públicos); así como exponer a la luz pública en informes abiertos la estructura de los agregados monetarios y los balances de cuenta corriente de la economía; constituyen exigencias políticas llamadas a impedir que el proceso de reapropiación capitalista avance.

Ante tales problemas la transparencia informativa de los medios de comunicación no puede seguir aparentando control social reduciendo su papel crítico al de eco de las quejas de la población sobre las penurias de la vida cotidiana que provoca la disfuncionalidad del Estado burocrático. Los medios deben asumir el papel de prensa investigativa y de opinión crítica sobre las contradicciones estructurales y los problemas de fondo que las mismas generan. Puesto que aceptando la subordinación política al Partido y al Estado contravienen los intereses de la sociedad cubana.

La transición socialista en Cuba, por consiguiente, no puede subestimarse entendiéndosela en términos de reformas al estado de cosas actual. Si este fuera el caso se estarían enterrando las premisas de viabilidad sistémica de la transición.

Las reformas pueden sólo funcionar sobre un objeto perfectible. Es decir, sobre un sistema cuya estructuración es lo suficientemente racional en el sentido de su capacidad para auto generar contradicciones de progreso. Aquellas que proporcionan la posibilidad de síntesis cualitativas.

Nada indica que la realización del VI Congreso del Partido esté en condiciones de plantear respuestas estructuralesa las contradicciones que desarticulan y desgastan el sistema socioeconómico y político cubano. Que desarticulan y desgastan a la sociedad. La indefinida posposición de su preparación y ejecución habla claramente sobre la incapacidad del PCC (Partido, en lo adelante) para tal empeño.

Las razones son objetivas.

El Proyecto Sociopolítico de la Revolución no se encuentra ante la necesidad de perfeccionamiento, sino ante el imperativo de su reorientación política. Ello significa el replanteamiento de la concepción de la participación social.

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La naturaleza multidimensional de la participación social se enraíza en las relaciones sociales de producción. La materialidad de la existencia humana establece un orden de relaciones sociales consustancial a las necesidades reproductivas primarias. El cambio conceptual concierne la redefinición de la cualidad política del modo de reproducción material. Si hoy afirmamos que el modo de producción cubano se estructura según la concepción de la propiedad estatal sobre los medios y el capital y que, debido a ello, el Estado centraliza todo el movimiento de la microeconomía, estamos identificando el objeto de redefinición conceptual.

La idea de reforma, por tanto, no expresa la naturaleza de los cambios que se necesitan. El precepto de reforma puede sólo ajustarse a los cambios en las partes de un todo que ha de sufrir transformación integral. La transformación del sistema (el todo) necesita ser predefinida conceptualmente. De manera que se identifique y caracterice el horizonte de lo que popularmente se asume como “cambios necesarios”.

¿Hacia dónde queremos marchar y cómo queremos hacerlo?

Esa cardinal interrogante le impone el límite del poder decisorio al Partido y al Estado. Nada sobre el rol del pueblo sin las decisiones del pueblo sobre su rol. Ello significa que la consideración introductoria de todo proceso de cambio es el cambio de la actual inecuación política: el pueblo debe ser reconocido como sujeto de las razones, de las decisiones y de las acciones.

La definición conceptual de la transformación sistémica no puede darse sin la abierta, profunda y sistemática discusión con el pueblo cubano. No es un problema que pueda allanar un Partido único. No desde el entendimiento doctrinario de su papel de vanguardia política.

Cuando se decide la creación de grupos de expertos (declaración del Partido en 2007) que en tres años habrían de presentar un paquete de reformas sobre problemas estructurales, el Partido desconoce al pueblo, por cuanto opta por la ingeniería social. El ejercicio de la democracia se emparienta con el espíritu del parlamentarismo burgués, que permite la toma de decisiones sobre definiciones del régimen de participación social sin contar con la sociedad, amparado en la convención política de la democracia delegada. Es decir, mediante los pactos horizontales entre las facciones políticas que una vez en el parlamento toman vida propia. La toma de decisiones sobre la naturaleza política de la participación la deciden los sujetos dominantes en la superestructura política.

Esa lógica de la representatividad impide al Partido cubano el diálogo democrático con la sociedad cubana, suplantándolo por el monólogo acerca de sus dolencias (la recurrente convocatoria a que el pueblo manifieste sus opiniones). La obligación de pactar con el pueblo el derrotero y los cambios no es premisa determinante. Pactar no sobre las pre-definiciones del Partido (sus plataformas programáticas), sino con las exigencias de participación que el pueblo demanda. La transformación conceptual de las formas en que el pueblo podrá reorganizarse para producir, intercambiar y distribuir.

Al redefinir el carácter de la participación, estamos replanteando la naturaleza política del sistema socioeconómico. No se trata del problema de la producción en sí. El problema concierne en primer lugar las formas en que el pueblo podrá relacionarse para trabajar. Concierne la cualidad política del modo de producción y la cualidad socioeconómica de su estructura funcional. Desde esa perspectiva el lugar del trabajo no se reduce al definido por un proceso productivo. Se asume como la participación política vital de los individuos en la organización de su existencia sociocultural. Se trata, por consiguiente, de la redefinición del modo de producción como expresión del modo de vida.
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La burgocracia – la llamada democracia burguesa – se asegura en vender el modo de vida como la natural estratificación de las relaciones sociales y el modo de consumir. Está obligada a ello por la necesidad de ocultar la doble premisa de la expropiación privada: el trabajo asalariado en la esfera de la producción y el consumo masivo en la esfera de la circulación. Induciéndole a la sociedad el fetiche de la mercancía oculta su propio fetiche, el de la apropiación de la fuerza de trabajo que le asegura la fuente de acumulación.
Un modo de vida alternativo está llamado a establecer una cultura del trabajo soberano, propiciando con ello la desmaterialización de la cultura del consumo y de las relaciones sociales.

Asumida la alternativa como socialista, ese nuevo modo de vida puede ser sólo consensuado y practicado por la sociedad en condiciones de autonomía. La utilidad del Partido en Cuba está en su capacidad para la persuasión sobre la naturaleza ideológica del consenso. “Tarea” que ha sustituido durante medio siglo de gobierno por la ingeniería social y el tecnocratismo decisorio, en función del modo de producción y de vida establecido y defendido doctrinariamente como idea de lo socialista.

El emplazamiento político que el pueblo cubano puede hacer al Partido y al Estado sobre el derecho a la democracia es tan legítimamente justo como ilegítima es la burgocracia, donde el principio del derecho es la intangibilidad de la propiedad privada. Si la sociedad cubana imbuida en su revolución social puede superar en pos del socialismo sus propias contradicciones; la superación de la contradicción fundamental en la sociedad burguesa, por antagónica, apunta inexorablemente a la progresión cultural de sus relaciones socio-humanas, cosa que no puede darse sino a través de la negación del modo de producción capitalista.

¿Seguirá el pueblo cubano obligado a trabajar sin otra opción que la forma capitalista de asistir a una entidad económica ajena y vender su fuerza de trabajo?, ¿seguirán siendo los ciudadanos cubanos trabajadores alienados, es decir, eslabones de una cadena que no eslabonan?, o tendrá el pueblo el derechode organizar el modo en que se asociará, producirá y dispondrá solidariamente del fruto social de su trabajo.


La emancipación social como idea fix de lo socialista, faculta al pueblo cubano para el cuestionamiento de la institucionalización del socialismo monopolista de estado actual:

¿Qué idea política de la emancipación social se atribuyen el Partido y el Estado para la institucionalización del trabajo en entidades de producción creadas según un criterio no democrático de la participación; remunerando la fuerza de trabajo por defecto, luego de asegurarse la apropiación de plusvalías extraordinarias sobre las que se abrogará la prerrogativa de expendio sin que responda al control popular directo sobre la eficiencia del gasto de dichos recursos y decidiendo, como exigencia de gobernabilidad, el tributo de la restricción de la soberanía ciudadana del pueblo?

No existen argumentos convincentes que defiendan el modelo de participación política cubano anquilosado en el socialismo monopolista de estado, en ningún caso desde el criterio de la verdad. Si el sistema estatal de apropiación y distribución cubano funcionara, tendríamos en Cuba un estado de organización y desarrollo integrales cercano al que exponen los modelos capitalistas suecos y finlandés. En cuyo caso, habría Cuba demostrado la definitiva superioridad del socialismo monopolista de estado con respecto a la idea política socialmente más avanzada del capitalismo moderno dentro de las fronteras de un estado-nación.
Los cuestionamientos tocan el problema de la naturaleza política de la participación socio-económica de los individuos: el desenlace del aparente “nudo gordiano” de la democracia.

Los estados de conciencia social dominantes en la sociedad capitalista a fuerza de la inducción ideológica burguesa aceptan como verdad revelada que en dichas realidades se vive en democracia. Ni la etimología de la palabra, ni su contenido histórico, ni las propias condiciones de subalternidad en que vive la absoluta mayoría, la mayoría trabajadora, es decir, la mayoría asalariada, conminan la conciencia crítica. La conciencia no es el reflejo cognitivo del ser, sino su víctima.

Para entenderlo nada más educativo que las realidades políticas en América Latina. Las clases medias asalariadas del estado capitalista montan la ductilidad de su conciencia política en el corporativismo. Las dependientes de patronos privados hacen del hecho de la subalternidad la complicidad que las pone a salvo hasta la próxima crisis (son inexorables por definición y cíclicas por desesperación en el capitalismo) de la suerte de esa masa que recicla su existencia en los peldaños más bajos de la dependencia asalariada. El temor de las capas populares a perder lo que se tiene; la lucha de la clase media baja entre caer o ascender; la ambivalencia del confort de la clase media-media, apreciado con respecto a los que van a la zaga en la escala de la servidumbre y depreciado por el complejo de inferioridad con respecto a la clase propietaria y a la clase política que se reproduce a costa del Estado; se combinan para que a coro o ante el espejo, como en un exorcismo, se agite la palabra democracia cual muñeco de trapo inerme.
La libertad de expresarse como en la esquina del Parque Central de Nueva York (la heterogeneidad de la catarsis), el consumo como adicción (feliz cuando lo haces y enfermo cuando no puedes), la posibilidad del movimiento espacial (según la solvencia económica en condiciones de extremas desigualdades crónicas), se auto asumen como sucedáneo de la emancipación. El fenómeno sociológico constituye el mayor logro cultural del capitalismo.
Confiados en ello, los beneficiarios determinantes de las relaciones socioeconómicas capitalistas convierten en masa crítica revolucionaria a los que eternamente les imponen los costos. Ante el susto de las revoluciones sociales democráticas – hoy en Venezuela y Bolivia – las burguesías dominantes del orden natural de las cosas cargan contra la democracia sin importarles ahora “el qué dirán”. Ahí está a ojos vista toda la historia de golpes de estado y de dictaduras militares de la burgocracia, hasta la violencia “smart power” actual de la oligarquía argentina, la boliviana, la colombiana, la hondureña, la venezolana, secundadas por esas clases medias siempre expectantes - como Fouche - hacia dónde se inclinará la balanza del poder para acupar posiciones privilegiadas.

Si se concuerda que en Cuba la expresión axiológica de la naturaleza política de la participación ha de ser esencialmente socialista, lo que políticamente interesa como objeto de consenso social es la definición del ámbito de la igualdad. Las condiciones que hagan posible que el orden de relaciones socioeconómicas de los individuos sea consecuencia de relaciones entre iguales.

La participación socio-económica se da en un modo de producción concreto. Por ende, la cuestión es si la igualdad ha de darse en el plano de la propiedad sobre los factores de producción, o ha de constituir un atributo exclusivo de la distribución de la riqueza. Ese problema no podría discernirse apropiadamente si se ignora o no se comprende el contenido ideológico de las opciones.

¿De qué se trata en principio?

En primer lugar, es preciso entender que la fuerza de trabajo, el individuo-trabajador, constituye el factor de producción determinante. El capital constante (medios básicos), el capital variable (materiales de producción) y el capital financiero productivo (recursos económicos) son secundarios con respecto a la fuerza de trabajo. Por consiguiente, al definir el ámbito de la igualdad o la desigualdad, estamos decidiendo sobre el derecho de unos a la propiedad sobre el factor de producción determinante, es decir, la propiedad sobre la fuerza de trabajo que otros comportan. Al derecho de unos a ser “modernos señores” y otros “modernos siervos de la gleba”. Sobre el derecho, en nombre utilitarista de “la producción y la creación de puestos de trabajo”, a mantener a otros en una relación de subalternidad.

La condición de subalternidad no la resuelve la propiedad estatal como supone la idea política del Partido en Cuba. Puesto que con el monopolio de la propiedad estatal lo que ha hecho el Estado cubano es asegurarse la dependencia económica del ciudadano. Para el individuo lo que ha cambiado es el sujeto de su subordinación. El contrato de subordinación salarial antes se lo imponía el propietario privado y el estado capitalista, hoy el estado supuestamente socialista.
En consecuencia, definiendo el ámbito de la igualdad, estaremos decidiendo, en principio, el fundamento humanista sobre el que erigiremos el modo de reproducir la materialidad de nuestras vidas. Estaremos decidiendo sobre la ética del desarrollo en que soportaremos nuestro modo vida.
En esencia, la decisión por la que se opte al consensuar el carácter político de la transformación conceptual y estructural del sistema socioeconómico y político a la que hoy está abocada la sociedad cubana, establece la diferencia entre el tránsito hacia el socialismo y la regresión capitalista.

Como puede advertirse, nos estamos refiriendo a la transición socialista como una segunda revolución cultural.

Una revolución cultural como un proceso que, siendo para Cuba imperativo, exige la decidida discusión popular en pos del consenso social sobre el concepto político, el horizonte estratégico, las formas y las fases a transitar en el corto (5 años), mediano (10 años) y el largo plazo mínimo (25 años – una generación). La visión teleológica de un ciclo de desarrollo aprensible en términos de proyección estructuralista.

Ignorar la necesidad de definir dicha proyección significa dejar la transición hacia el desarrollo socialista en la deriva que hoy se encuentra. Ante lo cual el proceso de desarticulación social y política que se cocina aparentemente a fuego lento, se hará irreversible.

La revolución democrática de la agroindustria

La realidad cubana se debate en el cronicismo de marcados desajustes económicos y sociales.
El importante reajuste de la macroeconomía después del estallido de la crisis de 1990-1993 y la decisiva recuperación del ciclo de crecimiento ya desde 1994, no fueron razonados por el Partido gobernante como premisas para acometer los cambios estructurales del modelo socioeconómico; cuya necesidad se había hecho evidente desde el imposible de la campaña agrícola conocida como zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar en 1970. Hecho que resultaba una inflexión de la línea desarrollista, a partir de la cual el sistema sociopolítico se endeuda económica y socialmente de manera insolvente. Evidencia que confirma el declive económico desde 1985, todo un preludio de la pronunciada caída cinco años después en 1990, cuando desaparece el mercado y el crédito proveniente de los otrora “socialismos reales”.

La apertura de emergencia provocada por el picado en barrena del 30% del PIB con dicho desplome (según informaciones oficiales, lo que apunta a una pérdida de no menos de 15 años de crecimiento), no se reajustó a una concepción de reformas puntuales que tributase hacia la reorganización estructural del modo de producción. Por el contrario, se desaprovecha la oportunidad de acción pro-cíclica (a favor de la corriente) que ha ofrecido el periodo de crecimiento relativamente sostenido del presente decenio 2000-2009 (un promedio aprox. de 7%).

Si se observa que el jalonamiento del PIB en Cuba lo producen en gran medida las cuentas de servicios productivos indirectos (especialmente la salud y la educación), el inmovilismo político es aún menos comprensible teniendo una estructura del PIB que ha venido indicando una línea de escaso desempeño en los sectores productivos: en la agroindustria más de 3 puntos y en las manufacturas más de 2 puntos por debajo del promedio para el periodo.

Ya a partir de 2007 se instala una tendencia de declive (de 7.3% a 1.2% para el cierre del 2009) que carga con el impacto de otra pérdida de alrededor de 10 años de crecimiento por los estragos de las inclemencias climáticas en 2008. Ahora en condiciones recesivas globales y menor disponibilidad de capitales (comerciales e inversionistas) - condiciones generales siempre agravadas por las afectaciones del Bloqueo económico estadounidense (una constante ecuacional) -, la economía nacional se sume en el umbral de un largo reajuste carencial interno.

Ante tales perturbaciones las respuestas coyunturales desarticuladas a problemas de profunda matriz estructural refuerzan el débil rendimiento sistémico y fagocitan las energías sociales. Si yendo a favor de la tendencia alcista las acciones reestructuradoras del modelo socioeconómico podían incidir en el reforzamiento del crecimiento, ante la reversión de la tendencia pueden actuar de manera anti-cíclica, con la ventaja de estarse creando al mismo tiempo condiciones para la auto-sustentabilidad del desempeño económico a largo plazo.

En un sistema de entropía cero la interrogante crítica es: ¿por dónde empezar la reestructuración de un todo bajo el presupuesto de la eficiencia como función objetivo?

Es preciso diferenciar las exigencias macro de las microeconómicas. Las primeras son condiciones marco, las segundas definen el movimiento de la economía real: la producción y el empleo. En el campo de las primeras se destaca por su importancia “llave” la unificación y convertibilidad interna de la moneda cubana. En el de las segundas la reorganización de las relaciones de producción. Si la acción marco puede entenderse como una reforma, el movimiento real puede responder eficientemente sólo ante una transformación de sus premisas sistémicas. La reforma puede definirse e introducirse de manera vertical, la transformación ha de ser horizontal. En un escenario de laboratorio (ideal), la reforma monetaria debiera anteceder el movimiento de transformación. Sin embargo, ambos vectores pueden “atravesarse” perfectamente según un desfase no pronunciado en el proceso simultáneo de cambios. La interdependencia de ambas acciones es inexcusable. La reforma monetaria ha de garantizar la unificación y transparencia de las informaciones de los precios con los que se moverá de manera autónoma la microeconomía.

El abordaje sectorial de la transformación sistémica de la economía real permite, por lo tanto, la descentralización del esfuerzo organizativo y el aprendizaje social. Permite la concentración relativa de los recursos económicos a aplicar, buscando en el menor tiempo la mayor tasa de convertibilidad productiva de los mismos. De manera que el efecto de sinergia (mariposa) apalanque los cambios en el resto de la economía.

La prioridad económica y sociopolítica actual para Cuba está en la recuperación integral de dos sectores de la economía: la agroindustria y la construcción residencial. La recuperación sistémica no puede lograrse bajo la concepción desarrollista que el Estado aplica a la crisis crónica de ambos sectores.

Estimando que el impacto de la sostenida precariedad alimentaria sobre el tejido social y su capacidad de regeneración decide sobre los estados de disposición sico-biológica y, en consecuencia, sobre la absorción de la energía intelectual de la sociedad, puede considerase que la revolución de la agroindustria se impone como el ser o no ser de los cambios transicionales hacia el nuevo modo de producción general. Se estaría yendo de lo particular a lo general.

En consecuencia, plantear como programa un salto de magnitud en el corto/mediano plazo en el desarrollo de la agroindustria resulta prioritario en la transformación del modelo socioeconómico. Desde el punto de vista político conecta de forma positiva el estado de necesidad y las expectativas de bienestar material básico del pueblo. Lograr la transformación cualitativa de las relaciones de producción en el sector decide sobre la renovación de la cohesión sociopolítica.

Centrados en la agroindustria el problema a abordar tiene cinco aristas determinantes:

*- la alta ociosidad de tierras cultivables,
*- la baja productividad agrológica de las que están en cultivo,
*- el insignificante valor agregado de la producción, dada su pronunciada des-industrialización,
*- la incapacidad de sinergia productiva territorial y nacional entre los entes de producción (incapacidad de formación de cadenas productivas),
*- el insignificante valor de la logística como piedra angular de la eficiencia en la esfera de la circulación.
La integración de dichos problemas en las soluciones decidirá sobre la viabilidad socioeconómica de la transformación del sector.
Veamos el problema desde dos momentos álgidos de la realidad actual. Es de dominio general que no menos del 60% de las tierras cultivables del país permanecen improductivas. La lógica reactiva del Estado ante la emergencia alimentaria ha sido la decisión de entregar en usufructo dichas tierras a “quien quiera ponerlas a producir”.

Más allá de las importantes experiencias campesinas en explotación de escala, dos premisas de la solución la condenan al fracaso:
1) se determina el eventual aumento de la producción en términos de explotación extensivista. La aritmética tecnocrática de la fórmula es: más tierras rescatadas e incorporadas, más producción;
2) en consecuencia, se toma dicha decisión sin un programa sólido de factibilidad técnico económica, tal que permita la vinculación de la recuperación productiva de la tierra a un fuerte proceso inversionista en bienes de capital y tecnologías, capaz de garantizar la solvencia ante los capitales tanto propios como externos que se necesita invertir como condición sine qua non.
La inversión de los factores sí altera el producto. Una agroindustria desarrollada y eficiente como la finlandesa se organiza sobre mínimas extensiones de tierras cultivables y bajo condiciones climáticas extremadamente desfavorables. El rendimiento promedio de una hectárea de tierra en África es 1,2 ton. de trigo, mientras que en Europa es de 5.4 ton. Si la benevolencia climática y de tierras explotables le proporciona a Cuba importantes ventajas comparativas, la escasez de recursos económicos, en cambio, la obliga a la concentración productiva de los mismos, en pos de crear en el menor tiempo las ventajas competitivas que le faltan. Es decir, obliga a la eficiencia económica de la concentración, no a la concentración cuantitativa de la explotación (grandes granjas o combinados de producción). Es en ese sentido que ha de asumirse la economía de escala de altos rendimientos relativos. Ello permite la asimilación de la idea de la estructuración empresarial según un modelo propio agro-campesino y agroindustrial PYME para el sector.

La proyección práctica de la transformación del modelo socioeconómico agroindustrial se presenta como:
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1) Redimensionamiento del sector empresarial bajo la idea de la creaciónde un vasto sector de micros, pequeñas y medianas empresas no-estatales. En la producción directa: agrícola y de procesamiento industrial. En los servicios: asistencia técnica y comercio.
2) En ello: la economía cooperativa y la sociedad usufructuaria como formas predominantes de propiedad en la escala de producción que se necesita para el salto.
3) Establecimiento de la banca de fomento para la reestructuración del sector – capitalización de ahorro nacional y externo; en ello: capital productivo extranjero privado e institucional.
4) Plena autogestión de todos los sujetos del sector de la economía agraria.
5) Plena articulación del mercado minorista y mayorista del sector – liberación de precios bajo herramientas de regulación paramétrica (regulación jurídica sobre el margen de ganancia sectorial y reajuste de la progresión tributaria) e intervención administrativa estudiadamente selectiva.
6) Desarrollo de una vasta red de servicios logísticos modernos (almacenamiento y distribución), como proyectos empresariales autónomos llamados a formar un sector de la logística en la agroindustria.
7) Insoslayable diseño de factibilidad técnico-económica de cada uno de los proyectos de empresas, como condición para el acceso a las inversiones directas de capital extranjero (en ello asociaciones mixtas tipo joint venture con empresas de la región) así como a las líneas de créditos preferenciales canalizados por la banca de fomento.
8) Concentración de recursos en la expansión de toda la infraestructura actual y potencial de investigación y desarrollo de técnicas y tecnologías para la agro-cultura.
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Los consensos de la discusión social y la proyección experta pueden conceptuar el programa básico para la aplicación de arrancada en el corto plazo (5 años). Bajo una estructuración de medidas y proyectos que se desarrollen en planos de interacción horizontal. Creadas las premisas marco, la remodelación del todo avanza en barrido de manera autónoma a nivel de consejos populares, municipios y provincias. De esa manera la experiencia se descentraliza, y mediante la diversidad de soluciones y logros se retroalimenta la eficiencia sistémica del sector.
Todo el programa de reestructuración estará orientado a un mercado multidireccional: hacia la decidida expansión del consumo interno (poblacional y turístico), hacia nichos importadores en la región, hacia los proyectos de cooperación intergubernamental. La investigación de mercado (nacional e internacional) adquiere importancia estratégica y a ello debe orientarse la creación en el sector de una institución científico-técnica especializada.

Como puede advertirse estamos hablando de la concepción de un nuevo modo de relaciones sociales de producción, proyectado hacia el sector agroindustrial nacional y su inserción autónoma en los mercados internacionales. Una concepción que va a negar el monopolio estatal sobre la propiedad y la retribución del trabajo así como la centralización del movimiento de la microeconomía. El sector queda sujeto a su capacidad de auto sustentación. El instinto coyunturalista, el voluntarismo político de la mentalidad estatista y la burocracia pierden su razón de ser. La importancia política de la experiencia hacia una nueva cultura del trabajo hace tangible al pueblo los significados concretos de la transición socialista.
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