martes, 12 de enero de 2010

CHILE. ELECCIONES. Alianza-Concertación, clones políticos.

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Alianza-Concertación, clones políticos.

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Enero 12 del 2010.
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Compiten por maquillar el cuadro general, pero sin realizar cirugía mayor. Poseen idénticas concepciones respecto de la economía y de la forma en que Chile debe conectarse con el mundo, así como se igualan en sus planes sobre la educación y la salud. Aun más, el accionar de ambos conglomerados se asemeja incluso en materias de equipamiento bélico para las fuerzas armadas.



A mediados de los años ’80, Chile tenía claro algunos asuntos; por ejemplo, sabía bien qué era lo que no quería, pero dudaba y vacilaba respecto de lo que sí quería. El país deseaba disponer de un mejor nivel de vida, pero desconfiaba de un gobierno administrado por empresarios y, quizá torpemente, miraba con recelo a quienes disponían de capital financiero para reactivar empresas e industrias. No apostaba todas sus fichas a la clase política, pero tampoco colocaba un centavo a favor de uniformados a cargo del gobierno.

En esos tira y afloja, ambos, políticos y empresarios, llegaron a un acuerdo bajo la mirada aprobatoria del mundo militar. Tendríamos un marco político caracterizado por la ‘protección de la democracia’, en el que no cabían los excesos ideológicos; y adoptaríamos un modelo económico en el cual el mercado pondría la mayor parte de las reglas.


Para cumplir con éxito el primer punto se aceptó –durante un tiempo indeterminado (que se transformó en eterno)- el sistema binominal en las elecciones parlamentarias. Y en cuanto a la forma que se requería para dar cumplimiento al segundo punto, se protocolizó una serie de medidas cuya longevidad se desconocía (y aún se ignora), como por ejemplo, ‘desmochilar’ al empresariado de los pagos previsionales de sus trabajadores, regular en beneficio de la empresa el derecho a sindicalización y a huelga, reducir al mínimo posible el tamaño del estado y, finalmente, que la economía del país abriera sus puertas al mundo y a al capital extranjero, al que se le exigiría una responsabilidad risiblemente exigua en materias de impuestos y cuidados del medio ambiente.

Bien o mal (eso lo juzgará cada quien), Chile dilucidó sus dos deudas históricas. Y en ello estamos hoy, viviendo tales acuerdos, pues ninguno de nuestros últimos cuatro gobernantes ha intentado salirse de los marcos ya expuestos. Por el contrario, actividades tan relevantes como la salud, la educación y el transporte urbano, fueron absorbidos por la nueva marea.

Más rápido que lento, las gratuidades del estado asistencialista desaparecieron gradualmente, y el paternalismo de antiguas administraciones dio paso al consumo irrestricto y al individualismo como norma de vida. Si todos tienen uñas, que cada cual se rasque por sí mismo.

¿DÓNDE ESTÁ LA DIFERENCIA?

Diariamente estamos enfrentados a una sempiterna decisión: elegir entre esto, eso o aquello. En todo orden de cosas. Siempre, al momento de elegir, se produce indefectiblemente una pérdida. Ocurre hasta con el menú de la cena. ¿Carne o pescado? Usted decide. Pero, al hacerlo, debe tener claro que perderá el sabor del plato desechado.

En política y en economía sucede lo mismo, aunque para algunos este ejemplo podría resultar en exceso mecanicista… sin embargo es válido en cuanto explicación directa y entendible.

El marco económico actual permite más de una reflexión, con mayor propiedad luego de esta última crisis financiera de la cual el mundo aún no logra reponerse del todo. Oficialismo y oposición –Concertación y Alianza- se mueven en un espacio muy acotado y con fronteras claras.

En estricto rigor, ambos bloques poseen idénticas concepciones respecto de la economía y de la forma en que Chile requiere conectarse con el mundo en el actual período de globalización, así como en sus planes sobre la educación y la salud, coincidiendo también en las decisiones ‘legales’ de hostigamiento y persecución al pueblo mapuche, e impulsando una muy poco democrática política de prensa, la que beneficia casi en exclusiva sólo a los dos consorcios derechistas que se han adueñado del 90% del avisaje fiscal. Aun más, el accionar de ambos bloques (Alianza y Concertación) se asemeja incluso en materias de equipamiento bélico para las fuerzas armadas.

Las diferencias son menores, pues los dos bloques poseen historia poco limpia si revisamos el pasado cercano.

La Concertación no puede negar (aunque le quite el bulto) que algunas de sus raíces provienen del terreno que ocupó la desaparecida Unidad Popular, responsable en parte significativa del fracaso económico y del desorden social acaecido durante el trienio 1970-1973, con las trágicas consecuencias conocidas.

Mientras que la Alianza es heredera de un bagaje político que ella misma recaudó durante la dictadura militar, a la cual apoyó sin ambages (y colaboró, amén de incentivarla), desconociendo ex profeso y voluntariosamente los asesinatos, persecuciones y apremios ilegítimos efectuados por agentes del Estado, tanto como muchos de esos derechistas impulsaron y aprovecharon el desmantelamiento de las empresas fiscales que adquirieron a precios ínfimos.

En el acuerdo final, logrado por ambos conglomerados luego del plebiscito de 1988, la Concertación renunció a procesar judicialmente a Augusto Pinochet, mientras la Alianza prometió casarse con el sistema democrático, pero sin necesidad de amarlo.

Sin embargo, y esto es lo relevante, unos y otros se comprometieron a preservar la economía de libre mercado, la democracia protegida, el sistema binominal, la reducción del tamaño del estado, la privatización de la mayor parte posible del patrimonio fiscal, y la preeminencia del sector privado por sobre el estatal.

Ante ambos bloques, una vez más, se presentó la elección entre carne y pescado, aunque en este caso sólo momentáneamente.

No resulta extraño entonces, a los ojos de cualquier analista político, que el empresariado criollo y transnacional mostrase en estos últimos 20 años una abierta simpatía (y apoyo) por los gobiernos de la Concertación. Al capitalista de aquí y de allá le interesa únicamente que la oposición derechista UDI-RN mantenga un 35% de la votación popular, como forma de asegurar el derecho a veto en el Congreso Nacional ante cualquier posible desaguisado que se le ocurriese al ‘socialismo’ gobernante en cuanto a privilegiar –mediante el envío de proyectos de ley- la fuerza laboral por sobre el capital.

¿Y las diferencias reales, significativas, entre Concertación y Alianza, cuáles son? Muy pocas, o ninguna. En los hechos concretos resulta ímprobo demostrar qué distingue política y económicamente hoy, por ejemplo, a José Miguel Insulza de Pablo Longueira… o cuáles son los perfiles que en esas mismas materias diferencian a Sebastián Piñera de Ricardo Lagos… o a Cristián Larroulet de Andrés Velasco, y a este de Hernán Büchi.

Quizá se trate únicamente de detalles (algunos más importantes que otros, claro), como el discurso regionalista de la alcaldesa de Concepción, que por cierto no amaga ni cuestiona al actual sistema económico por ningún flanco, ni tampoco intenta jaquear al sistema binominal que tan buen rédito le ha dado a la derecha política.

Concertación y Alianza apuestan por maquillajes al cuadro general, pero no por cirugía mayor. Hoy, ni Frei ni Piñera difieren en sus concepciones más de fondo respecto del marco fiscal o de la gobernabilidad en términos económicos y de comercio internacional. Se diferencian por detalles que pueden ser considerados casi insulsos, mínimos, irrelevantes para la marcha del país.

Es que los antiguos golpistas ingresaron por una puerta lateral al salón de la democracia institucional, mientras que los viejos revolucionarios tomaron asiento en las primeras filas del libre mercado. Ahí lograron mezclarse, o ‘mixturarse’, como dicen los brasileños. Hoy, antiguos revolucionarios filo marxistas y viejos sediciosos golpistas ultra conservadores, disfrutan -como socios políticos- de los dos platos de la cena institucional: carne y pescado, sin necesidad de renunciar al sabor de uno de ellos… es que así actúa una verdadera ‘sociedad’ política-económica, como la instituida por el actual duopolio binominal.

¿Para qué -y con qué objetivo nacional- seguir discutiendo respecto de las habilidades y pecados de cada uno de los candidatos que actualmente postulan al sillón de O’Higgins? Se trata de una tarea superflua, útil sólo para rellenar ‘democráticamente’ las alicaídas y melifluas parrillas programáticas de nuestra ñoña televisión.

De aquí en más, tal como ha ocurrido desde el año 1990, la alternancia en La Moneda será sólo un cambio de nombre y de ‘facha’, pero no de ideas, pues a los chicos egresados de la University of Chicago en los años ’70- ’80, conscientes de la impronta que estamparían en el alma de Chile al inventar el juego que mantiene hasta hoy entusiasmada a la clase política y adormecido al electorado mediante el consumo desatado, le asistía la certeza de estar imponiendo un sistemita que duraría, como mínimo, tres cuartos de siglo.

Y la Historia parece haberles dado la razón.

Arturo Alejandro Muñoz
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