martes, 2 de marzo de 2010

SINDROME DE ESTOCOLMO: Definición, Historia, doméstico y laboral.

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Hoy en tiempos globales neoliberales, el Síndrome de Estocolmo Laboral, se presenta y manifiesta, cuando se han eliminado absolutamente todos los derechos sociales y laborales de millones de trabajadores en todo el mundo - característica central de la globalización neoliberal por la asimetría y desigualdad de sus políticas neoliberales - la realidad más lacerante se centra en las extensas zonas del sudoeste asiático - China, India, Tailandia, Singapur, Corea del Sur, Hong-Kong, Taiwán, etc - ZPE. y en las Maquilas ubicadas en Centro América - el Caribe - República Dominicana y el norte de Mèxico - donde hoy más de 200 millones de jóvenes trabajadoras entre 18 y 24 años, analfabetas, captadas y secuestradas del sector rural, desconocen absolutamente sus derechos, salarios de miseria, "conviven" con el que les da trabajo, con el explotador de nuevo tipo, durante 6 a 8 años, su verdadero enemigo de clase en simples galpones o centros de "reclusión" para "aprovechar" el trabajo de 16 a 18 horas. Son los nuevos esclavos asalariados del mundo. Después de la "convivencia" de 6 a 8 años son botadas sin derecho alguno, porque su fuerza de trabajo es desechable, descartable. Estas son las corporaciones transnacionales y el proceso de la deslocalización empresarial.
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Síndrome de Estocolmo: Definición, historia, doméstico y laboral.


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Lunes 22 de febrero del 2010.


Elena Luz González Bazán.

(especial para ARGENPRESS.info)


Este trabajo fue publicado en octubre del 2005, en este tiempo muchos han consultado sobre este tema en nuestro portal, por ello, nos pareció importante hacer un relevamiento un poco más abarcador: como el que puede tener también en las situaciones domésticas y en el contexto laboral.

Este síndrome fue vértice para dar explicaciones a una etapa negra en la Argentina, que fue justamente, la última dictadura militar (24 de marzo de 1976 – 10 de diciembre de 1983).

Por lo tanto, esta nota trata esa problemática política y social que atravesó la sociedad, la implantación del terrorismo de Estado y sus efectos: uno de ellos fue el SINDROME DE ESTOCOLMO.

Protagonizada, en su mayoría, por mujeres que se involucraron sentimentalmente: secuestradas y secuestradores. Torturadas y torturadores, violadas y violadores. En este escenario complejo hubo una cantidad de casos no desdeñable, no encontrando respuestas satisfactorias a dichas conductas.

Aquí nos adentramos en qué es el Síndrome de Estocolmo, su historia, casos resonantes, incluido actuales

Esta historia se inicia con sus protagonistas Kristin y Olafson, y un final: la unión entre captor y secuestrada.

Se afirma que: Expuesto a situaciones límites, el instinto de supervivencia lleva al ser humano a recurrir a impensadas formas de preservar su vida: desarrollar lazos de afecto, con aquel que la amenaza, es una de ellas.

Por esto se confirma que, este Síndrome de Estocolmo es el nombre por el que se conoce un curioso efecto de identificación que, en ocasiones se da entre el secuestrado y su secuestrador.

La historia.

En el mes de septiembre de 1973, Clack Olfsson toma como rehenes a todos los se hallaban dentro de una institución bancaria en la capital de Suecia.

Para quienes fueron sus rehenes pasó a ser una persona por la cual abogaron sus propios capturados. Su buen comportamiento y la justicia de los móviles que lo llevaban a hacer esa toma hicieron que los propios rehenes pidieran por su libertad.

Pero, indudablemente, en aquel 1973, lo que más quedó fue la imagen de un hombre y una mujer besándose y que conmovió al mundo. La fotografía no hubiera causado sensación si no fuera porque fue captada durante la liberación de la toma de rehenes en el banco de Estocolmo, Suecia; y tuvo como protagonistas a Kristin y Clack Olofsson secuestrada y secuestrador respectivamente.

Tiempo más tarde, la prensa dio a conocer un final de telenovela: la mujer había roto su compromiso matrimonial para unirse definitivamente a su ex captor. Pero podemos agregar, que la identificación de Kristin llegó al límite, pero los otros rehenes también se sintieron identificados con su apresador.

A medida que se fueron conociendo casos, la ciencia médica y psico – sociológica fue adentrándose para dar una caracterización a esta realidad.

Por ello, se tejió una teoría psico-sociológica a la que se denominó Síndrome de Estocolmo en recuerdo del primer caso estudiado.

Pero, en realidad, el término y la propia problemática se popularizaron con el secuestro de Patricia Hearst, descendiente del emporio Hearst.

En este caso Patty, nacida en San Francisco en 1954, nieta de William Randolph Hearst, magnate de la prensa norteamericana y promotor de la prensa amarilla, fue secuestrada por el Ejército Simbionés de Liberación, surgido en California en 1973. Pidieron un rescate exagerado, la familia entregó alimentos para los pobres por un valor de 6 millones de dólares. No hubo noticias hasta el 5 de abril de 1974, cuando con un rifle de asalto es fotografiada y con una indumentaria y aspecto físico diferente. Se sostuvo que había cambiado sus ideas a las de los raptores. Se libró orden de captura y en septiembre del año siguiente fue apresada.

En el juicio, el 20 de marzo de 1976, Patricia Hearst sostiene que fue encerrada, cegada en un armario, se la abusó física y sexualmente, por estos motivos decidió colaborar y comprometerse con el grupo subversivo.

El juzgado le dio condena y luego fue indultada por el ex presidente Bill Clinton.

Debido a este hecho, y el primero que fue el de Kristin y Olofsson, donde se establecen lazos de afecto extraños y se identifican las víctimas y victimarios, se lo bautizó como Síndrome de Estocolmo.

A nivel psicológico los especialistas lo explican como “una estrategia inconsciente de supervivencia que se da en casos de extrema indefensión”.

Las guerras, dictaduras y grandes genocidios son, quizás, las situaciones límites que mejor ilustran la definición del término. Según la Licenciada Alejandra Bo de Besozzi, psicoanalista especializada en catástrofes colectivas, “en estos casos el ser humano llega a adaptarse a cualquier circunstancia en pos de preservar la vida. Ya no están en juego los valores o la ética, sino el instinto de supervivencia”.

En este sentido los especialistas coinciden: cuando existe Síndrome de Estocolmo, el oprimido tiende a sentirse agradecido hacia su opresor porque éste le perdona la vida y termina, sin darse cuenta, identificándose con sus conductas y pensamientos. “Esta identificación tiene que ver con una situación de extremo desamparo psíquico”, explica la Licenciada Bo de Besozzi, “a nivel inconsciente, se produce una regresión al desvalimiento del nacimiento, un apego emocional a la figura del opresor para mantener la vida”.

El captor toma una figura paterna: es el que da de comer, el que “cuida” y el que establece los límites. Una vez que están libres, los rehenes que pasan por este estado suelen también relativizar los hechos o justificarlos.

Para la Licenciada Mónica Dohmens, especialista en psicología jurídica y victimologia y especialista en Violencia Familiar de la UBA, cualquier persona puede padecer este síndrome. “Una personalidad más lábil va a estar más expuesta, pero nadie está exento porque la imposición del otro es muy fuerte. Uno queda sometido ciento por ciento a sus decisiones: mi vida o mi muerte están en sus manos”, afirma.

En el caso de la violencia familiar.

El concepto de Síndrome de Estocolmo se usa también para describir la situación de una mujer víctima de la violencia familiar (Síndrome de Estocolmo Doméstico, SIES-d); o para referirse a las sociedades que son víctimas -pero cómplices- de gobiernos autoritarios.

“En el ámbito doméstico, el encierro no siempre es metafórico”, asegura la Licenciada Dohmens, “incluso puede llegar a darse el cautiverio. A veces un marido golpeador encierra a su mujer con llave”. El denominado SIES-d presenta además la particularidad de darse en el seno del hogar, con actores unidos por un vínculo previo. “Pero sigue siendo una relación basada en el abuso de poder del que manda -en este caso, el marido- que es el que fija la ley, como el secuestrador en el secuestro”.

Además la especialista resalta que en ambos casos se observan características en común: cautiverio (aún si la persona no está literalmente encerrada pide permiso para todo), dependencia emocional, sometimiento y una relación ambivalente afecto - violencia.

El victimario, por su parte, recurre a diferentes métodos para manipular a la víctima -el marido para obtener información sobre su mujer y el secuestrador para pedir dinero, ver con qué integrante de la familia le conviene hablar o ejercer presión”.

Un caso en Buenos Aires.

Uno de los rehenes tomados en la sucursal Flores del Banco Itaú, en julio de 2001, contó públicamente que las pizzas que él y el resto de los rehenes compartieron con sus secuestradores fueron como una comida entre amigos. Ese no fue el único absurdo de las cinco horas que duró el encierro. Uno de los captores dejó salir a una chica que tenía un parcial en la Facultad y hasta se mostró preocupado porque su rehén no había estudiado. Otro integrante de la banda ofreció $100 a uno de los cautivos para pagar la cuenta del celular que le había usado y le pidió que atendiera los llamados de la madre y la tranquilizara, así es el relato de la crónica policial.

Vale aclarar que los asaltantes recalcaron en todo momento que “le estaban robando al banco y no a la gente”. Incluso, de acuerdo al relato de un testigo, uno de ellos explicó que “le faltaban $3.000 para terminar de construir la casita”. La Licenciada Bo de Besozzi, afirma que “en la Argentina influye, además, una identificación que tiene que ver con ‘ponerse del lado de', porque hay una subjetividad social que vale para todos: todos nos sentimos vulnerables a la exclusión social. Esa implicancia hace que todos nos sintamos amenazados y el capturado termine hermanándose con el sentimiento de su captor”.

En esto de identificarnos de un lado o el otro, hagamos una digresión, se visualiza a nivel político actual, se está con un lado u otro del espectro político, se es golpista o popular. Se desmerece a aquellos que teniendo una visualización más clara de la realidad política no tienen compromiso con unos ni otros.

De tipo ideológico: Caso en Gagdad.

La identificación de la víctima también puede ser de tipo ideológico, tal como sucedió con las italianas Simona Toretta y Simona Pari, secuestradas por un grupo de iraquíes mientras desarrollaban tareas humanitarias en Bagdad, Irak. Sanas y salvas declararon, públicamente, compartir las ideas de sus captores y se mostraron comprensivas con los motivos de su propio secuestro, calificado “de guante blanco” por el trato “cordial” que recibieron.

Otro caso más reciente.

La liberación de la ex candidata colombiana Ingrid Bentancourt tomada como rehén junto a su amiga y compañera de fórmula Clara Rojas, quienes en pleno cautiverio tendrán problemas y 0no volverán a comunicarse entre ellas. Clara Rojas mantiene una relación con un guerrillero de las FARC, de quien hoy tiene un hijo.

Cualquiera sea la causa del Síndrome de Estocolmo, las consecuencias son muy similares. “Muchas personas empiezan a padecer pánico o agorafobia, por miedo a que el episodio se repita”, explica la Licenciada Dohmen. Pesadillas, flashbacks, cuya traducción sería destellos otra vez de lo vivido, insomnio y reclusión también son comunes a quienes han coexistido la experiencia de mantener un vínculo estrecho con sus victimarios. “Algunos secuestrados necesitan asistencia, pero otros no quieren hacer un tratamiento y, finalmente se recuperan” explica Dohmen. En cambio, para Bo de Besozzi “la persona se adaptó a cosas que violentan la autoestima y provocan humillación, vergüenza. Por lo que estos hechos no pueden ser narrados a nadie, excepto al terapeuta, por la valoración social negativa que implican”. En todos los casos el tratamiento parece ser el mejor camino para evitar que los efectos postraumáticos se prolonguen en el tiempo y el patrón del vínculo se repita en situaciones futuras.

Volviendo a la violencia familiar.

La situación de violencia contra la mujer ha crecido, esto lo podemos verificar en distintas estadísticas y relevamientos que hemos ya ampliamente desarrollado en otros trabajos periodísticos.

La prensa ha comenzado a tratar más seriamente estos temas, crecen las denuncias por maltratos y ha subido el porcentaje de muerte de mujeres a manos de sus parejas o maridos.

Por otro lado, diversos factores contribuyen a que los contornos del fenómeno se expongan a la luz pública pero en muchas ocasiones el silencio de la víctima y el mutismo, a pesar de observar el problema, de quienes le rodean, obstaculizan la búsqueda de soluciones.

Entre los elementos que mantienen a la mujer en silencio sobre el maltrato que está sufriendo se encuentran diversos procesos paralizantes generados y mantenidos por el miedo, la percepción, por parte de la víctima, de una ausencia de vías de salida de la situación de tortura, y la carencia de recursos alternativos, sobre todo en el caso de mujeres con hijos que no vislumbran, por causas variadas, un apoyo externo viable.

Montero, Presidente de la Sociedad Española de Psicología de la Violencia de España, asevera lo siguiente: En muchos casos puede observarse que tanto mujeres de perfil social considerado más independiente como aquellas otras de dependencia más ligada a un núcleo familiar del tipo que sea, comparten la reacción paradójica de desarrollar un vínculo afectivo gradualmente más fuerte con sus agresores, llegando al punto de asumir las excusas esgrimidas por el agresor tras cada paliza y de aceptar sus arrepentimientos, retirar denuncias policiales cuando han tenido un momento de lucidez y las han presentado, o detener procesos judiciales en marcha al declarar a favor de sus agresores antes de que sean condenados.

Esto verifica que el síndrome de Estocolmo, continúa, es un conjunto de reacciones psicológicas observadas en personas sometidas a cautiverio mediante las cuales las víctimas acaban manifestando una paradójica adhesión a la causa de los secuestradores, estableciéndose cierto tipo de procesos de identificación entre rehenes y captores e, incluso, desarrollándose lazos afectivos y de simpatía en el marco del contexto traumático del secuestro. En muchos aspectos, es posible establecer un paralelismo muy claro entre la emergencia de vínculos paradójicos en experiencias de personas sometidas a secuestro y en mujeres que sufren violencia en la intimidad, a modo de un Síndrome de Adaptación Paradójica a la Violencia Doméstica.

Aislamiento.

En este sentido, Montero dice que: Igual que las personas en períodos prolongados de aislamiento durante un secuestro, las mujeres maltratadas sufren una exposición constante al miedo que provoca la agresión física continuada en su espacio íntimo. Los iniciales estados agudos de ansiedad se cronifican pasando a generar cuadros depresivos que se unen a las claves traumáticas del escenario de violencia para producir una configuración en donde la mujer, cada vez más aislada del mundo seguro que conocía junto a su pareja íntima, comienza a perder la noción de una realidad que ya no reconoce. La ruptura del espacio de seguridad en su intimidad, consecuencia de la conversión de su pareja de referente de seguridad y confianza a fuente de agresión y peligro, será el eje de desorientación sobre el que pivotará la incertidumbre acerca de cuándo y porqué se producirá la siguiente paliza. La mujer, ante estas perspectivas, pierde la capacidad de anticipar adecuadamente las consecuencias de su propia conducta y cede, cada vez más, a la presión de un estado de sumisión y entrega que le garantiza unas mínimas probabilidades de no errar en su comportamiento. El agresor mostrará momentos de arrepentimiento que contribuirán aún más a desorientar a la víctima y a incrementar la auto culpabilización de la mujer. La incapacidad de la víctima para poner en práctica recursos propios u obtener ayuda externa para disminuir el riesgo de agresión impulsará a la mujer a adaptarse, vinculándose paradójicamente a la única fuente que percibe de acción efectiva sobre el entorno: su pareja violenta.

Para ello, disociará las experiencias negativas de las positivas y se concentrará en estas últimas, asumiendo la parte de arrepentimiento de su agresor, sus deseos, motivaciones y excusas, y proyectando su propia culpa al exterior de la pareja, protegiendo así su debilitada autoestima y modificando su identidad. Después, cada una de las percepciones e informaciones que reciba la mujer pasarán por el filtro del nuevo modelo mental que ha asumido para explicar su situación, complicándose en gran medida las probabilidades de extraer a esa víctima del entorno de violencia. En mujeres con relaciones personales muy limitadas al espacio doméstico, cuyas oportunidades de intercambio en otros ámbitos estén restringidas, la percepción de su espacio vital puede ser bastante similar a la de un cautivo, concluye.

Todo esto lleva a que este especialista español nos comente que en la Universidad Autónoma de Madrid, un equipo de investigación dirigido por José Antonio Carboles lleva adelante un trabajo de campo para colaborar en buscar las formas y métodos que contribuyan a encontrar procedimientos que desactiven dicho síndrome. Ya que el mismo se detecta con facilidad pero desactivarlo es complejo. Aquellos que primero se conecten con la víctima, ya sea los centros de salud o bien juzgados o policías u otros deben saber identificar el problema y darle apoyo a la mujer para que salga de lo que se denomina: dinámica circular que la mantiene expuesta a la agresión.

Hay un tema que es claro para la mujer golpeada, maltratada y es que se auto culpabilizan por la situación, que guardan silencio sobre el maltrato, que justifican, que se avergüenzan, que el vínculo afectivo es fundamental a la hora de encontrar en los golpeadores un justificativo para hacerlo. Aunque ella esté en condiciones deplorables luego de la golpiza.

Los especialistas hacen mención a la importancia del apoyo social, la calidad de la información que reciban las mujeres que son expuestas al maltrato y la forma que se trasmite la información pertinente. Se necesita generar espacios de seguridad que sustituyan a los que vive la víctima golpeada y sometida.



En lo Laboral.





Se lo conoce al Síndrome de Estocolmo también como Síndrome de Helsinki y puede ser rastreado en el ámbito laboral.

Posee características particulares, se encuentra estrechamente vinculado a los sucesos que originaron su nombre, por eso sostienen los especialistas que: El síndrome de Estocolmo Laboral no es otra cosa que la conducta de apego, identificación e incluso vinculación psico-emocional del individuo o grupo de éstos a empresas cuyas condiciones de trabajo y/o estilos gerenciales son hostiles, inadecuadas e incluso reprochables.

Afirman también que el Síndrome de Estocolmo Laboral se diferencia del clínico porque “la victima” no ha sido forzada o sometida a cautiverio por un tercero, entre otras expresiones asociadas a éste, por el contrario ha ingresado por su entera voluntad y se mantiene atada a ese escenario ya sea porque es incapaz de concebir su vida sin las presiones, maltratos y limitaciones que encuentra en él o bien porque es absorbida por una cantidad, a veces inverosímiles, de razones que le impiden deshacerse del mismo, independientemente de que en ambos casos observan ventajas dentro del escenario que coinciden con sus expectativas.

En este sentido algunas estadísticas afirman que hay porcentajes elevados de aceptación de este contexto represivo y hostil, presuponen que hay que soportar esta situación.

En el caso de nuestro país, la realidad de desocupación abultada, a pesar de los anuncias presidenciales, hace que muchos trabajadores y sin conciencia como tales, maniatados por amplias burocracias sindicales y sin participación, seguramente prefieren soportar antes que revelarse.

En este sentido también podemos afirmar que muchos trabajadores no luchan por sus reivindicaciones, y sin embargo, terminan gozando de la lucha de sus compañeros.

En este caso ¿Cómo explicamos el Síndrome de Estocolmo laboral?

En cuanto a la identificación emocional de los empleados con las empresas forma parte de un trabajo publicitario y de prensa de las mismas empresas, que fuerzan a los trabajadores a que se involucren como si fueran dueños de la empresa y sin embargo, son simples empleados.

Entre las razones que arguyen pueden destacarse las siguientes:

• Como conocen al jefe saben como manejar la situación
• Hay pocas posibilidades de encontrar otro empleo en la actualidad
• Con el tiempo uno se acostumbra
• Es el estilo de la empresa
• No hay otras opciones
• Mejor esto que nada
• Me gusta lo que hago, no la empresa.

El síndrome de Estocolmo Laboral es un fenómeno más común de lo que parece, se observa en personas de todo tipo, nivel de educación, diferentes edades y niveles de maduración, por lo general está asociado a la baja autoestima, dicen los especialistas, pero su característica más extraordinaria es la identificación con un estilo gerencial que pone en riesgo su salud física, mental y emocional.

A esto debemos agregar, no poseen conciencia como trabajadores, se sientan más allegados a la clase media, aquellos que son empleados, que conformando parte del movimiento obrero, porque estar enrolado colectivamente, lo compromete.

En definitiva este Síndrome de Estocolmo puntualiza una situación social profunda en distintos ámbitos de la vida, pero que cada realidad se expresa independientemente una de la otra.

La captura de un rehén en un caso de secuestro con violaciones y situaciones coercitivas duras, la violencia familiar, la realidad social de humillación en el ámbito laboral, no implican que haya de ninguna de las partes una situación de libertad.

Forzar no es sólo raptar, forzar es la extorsión que se ejerce ante la falta de trabajo. Sino, pensemos en el trabajo en negro, en las conquistas laborales que se han despilfarrado por parte de las patronales.

En todos los casos, no todos soportan y entran en las características del Síndrome de Estocolmo, miles de secuestrados no se enredaron jamás con sus secuestradores, miles de mujeres golpeadas no permitieron los golpes, millones de trabajadores no soportan el avasallamiento.

El Síndrome de Estocolmo es una herramienta más del sistema para doblegar voluntades, ya sea en la represión, en la violencia familiar y laboral. Es un proyecto político de doblegación para poder explotar mejor a la sociedad.
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