domingo, 12 de diciembre de 2010

Un mundo sin Europa. El colapso del sistema monetario europeo sería un golpe insuperable para la unidad europea.

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La incapacidad para abordar efectivamente la crisis económica es sólo un síntoma de problemas más profundos. ¿Por qué ha sufrido Europa las consecuencias más dolorosas y prolongadas del desplome financiero global? Ahora, la crisis en Irlanda y su potencial propagación a otras economías europeas débiles alimenta mayor pesimismo. “Mi mejor cálculo actual”, escribe Gideon Rachman en el Financial Times, es que “la divisa única se hará eventualmente trizas, y que el verdugo del euro será Alemania”. Su cálculo es que sucesivas crisis financieras y sus respectivos salvatajes agotarán la paciencia de Alemania. Alemania, escribe, podría entonces sentirse liberada de su obligación histórica para “construir Europa”. /////




Un mundo sin Europa.

El colapso del sistema monetario europeo sería un golpe insuperable para la unidad europea.

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Por Moisés Naím (*).


La Nación. Viernes 10 de diciembre del 2010.

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La globalización está expandiendo rápidamente problemas cuyas soluciones requieren respuestas coordinadas de varios países trabajando juntos. El experimento europeo de gobierno colectivo es el más ambicioso jamás intentado

Predecir la creciente irrelevancia internacional de Europa ha pasado a ser algo tan común como burlarse de las insensateces de Bruselas. De hecho, el consenso dice que en unas pocas décadas más, el peso de las economías europeas en el mundo está destinado a caer a menos de la mitad de lo que es hoy. Sobre todo, en los años recientes se ha hecho cada vez más difícil encontrar una decisión tomada por la Unión Europea que sea digna de aplauso. El proyecto europeo actual parece más un programa de empleos para la clase media profesional del continente que un ideal que genera esperanzas y vigoriza a la gente.

La incapacidad para abordar efectivamente la crisis económica es sólo un síntoma de problemas más profundos. ¿Por qué ha sufrido Europa las consecuencias más dolorosas y prolongadas del desplome financiero global? Ahora, la crisis en Irlanda y su potencial propagación a otras economías europeas débiles alimenta mayor pesimismo. “Mi mejor cálculo actual”, escribe Gideon Rachman en el Financial Times, es que “la divisa única se hará eventualmente trizas, y que el verdugo del euro será Alemania”. Su cálculo es que sucesivas crisis financieras y sus respectivos salvatajes agotarán la paciencia de Alemania. Alemania, escribe, podría entonces sentirse liberada de su obligación histórica para “construir Europa”.

El colapso del sistema monetario europeo sería un golpe insuperable para la unidad europea. Que esto sería malo para Europa resulta obvio. Menos obvio es que un mundo sin una Europa influyente e integrada es un mundo que habrá empeorado para todos. Europa irradia valores y estándares que son tan necesarios como escasos en el mundo de hoy. La declinación económica y política del viejo continente disminuirá su influencia positiva sobre otros. Conocemos el actual repudio de Europa a la guerra, legado de sus dos terribles conflictos del siglo XX. Y también sabemos el desdén con que tratan al pacifismo europeo aquellos que confunden aversión a la guerra con debilidad o algo peor. Pero un mundo sin un continente que prefiere cometer errores tratando de evitar la guerra es mejor que un mundo de superpotencias rápidas para disparar a las que no les importa estar equivocadas cuando deciden librar “guerras preventivas”. Si un gobierno del Asia, África o América Latina empieza a violar los derechos humanos, a hacer “desaparecer” opositores políticos y a encarcelar periodistas, ¿a quién quiere usted con una voz fuerte en la comunidad internacional? ¿Al partido comunista chino? ¿A la Rusia de Putin? ¿O a Europa?

Durante la última década, o algo así, Estados Unidos ha tolerado pasivamente una redistribución masiva de riqueza desde sus ciudadanos más pobres a los más ricos, y mientras Rusia y China celebran una nueva oligarquía que acumula riquezas inimaginables, Europa sigue teniendo una enorme aversión a la desigualdad. ¿Cuál prefiere usted: ¿un mundo en el que 5% de la población acumula el 95% de la riqueza y el resto sigue pobre y excluido, o un mundo dominado por una amplia, creciente y políticamente poderosa clase media? Europa todavía se empeña por lograr este segundo escenario. El sistema europeo de bienestar social es excesivamente generoso y muchos países ya no pueden resistirlo. Pero un modelo donde millones de personas carecen de atención de salud o están condenados a la pobreza a unos cuantos meses de haber perdido un empleo o al haber envejecido o enfermado podría ser igualmente insostenible en el largo plazo. La ayuda europea al desarrollo suele ser ineficiente, pero el compromiso de Europa con las causas humanitarias a nivel internacional tiene pocos pares. Cuando el extremismo religioso arrecia y divide en todas partes a naciones y sociedades, el compromiso de Europa con el secularismo y la tolerancia a todas las religiones sigue estando hondamente enraizado en el que solía ser el más rico campo de cultivo para las guerras religiosas.

La globalización está expandiendo rápidamente problemas cuyas soluciones requieren respuestas coordinadas de varios países trabajando juntos. El experimento europeo de gobierno colectivo es el más ambicioso jamás intentado. Su fracaso llevaría a muchos a desechar la idea y abstenerse de intentar algo parecido por un tiempo. Perder este tiempo precioso para buscar formas de coordinar a diferentes nacionales es un lujo que no podemos permitirnos en momentos en que demasiados desafíos globales exigen acciones multilaterales decisivas e inmediatas. No sé si el ambicioso proyecto de la integración europea sobrevivirá a los enormes obstáculos que actualmente enfrenta. Pero sí sé que si fracasa el mundo entero pagará las consecuencias.

(*) Asociado senior del Carnegie Endowment for International Peace y ministro de Comercio e Industria de Venezuela a comienzos de los años 90.*****

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