lunes, 14 de marzo de 2011

Esta vez nos llevamos el planeta entero con nosotros. Nuestro capital natural, nuestros bosques, el combustible fósil, el aire y el agua.

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La globalización es la articulación moderna de la ideología antigua usada por las élites para transformar a los ciudadanos en ciervos y el mundo natural en un páramo, en pos de ganar dinero. Nada es sagrado para estas élites. Los seres humanos y el mundo natural son explotados hasta que queden exhaustos y colapsen. Las élites no pretenden defender el bien común. En síntesis, es la derrota del pensamiento racional y la muerte del humanismo. La marcha hacia la auto-destrucción ya ha terminado con el 90% de los grandes peces en los océanos y la mitad de los bosques naturales maduros, los pulmones del planeta. A este ritmo para el 2030 sólo existirán el 10% de los bosques tropicales de la Tierra. El agua contaminada mata a 25.000 personas cada día en el planeta, y cada año 20 millones de niños son dañados por la malnutrición.
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En el nuevo proceso mundial de acumulación del capitalismo, la acumulación por despojo, las corporaciones transnacionales se lo llevan absolutamente todo el planeta tierra. No dejan nada.

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Esta vez nos llevamos el planeta entero con nosotros.
Nuestro capital natural, nuestros bosques, el
combustible fósil, el aire y el agua.
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“Sociedades complejas, precarias, vulnerables;
poblaciones aterrorizadas y élites que acumulan riqueza
y consumo extravagante”.

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¿Qué aprender del pasado y las civilizaciones e imperios? La tierra es un sistema cerrado. El tiempo es cíclico y corto. Hay barreras humanas que transforman la globalización en una trampa.
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Chris Hedges.
Kaosenlared. Sábado 12 de marzo del 2011.
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He caminado a través de los restos infértiles de Babilonia, en Irak, y de la antigua ciudad romana de Antioquía, la capital de la Siria romana, ahora enterrada en depósitos de limo. He visitado las ruinas de mármol de Leptis Magna, una vez uno de los más importantes centros agrícolas del imperio romano, ahora aislada en las desoladas dunas de arena al sudeste de Trípoli. He trepado a la puesta del sol los ancianos templos de Tikal, mientras bandas de coloridos tucanes sobrevuelan en el foliaje de la selva allá abajo. Me he parado entre los restos de la antigua ciudad egipcia de Luxor a lo largo del Nilo, mirando la estatua del gran faraón egipcio Ramses II quebrada en el suelo, con el poema Ozymandias de Percy Shelley en mi mente:
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“Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
Mira mis trabajos, tu poderoso, y desespérate!”
Nada queda a su lado. Alrededor del deterioro de la ruina colosal, enorme y desnuda
Las arenas solitarias y niveladas se extienden en la lejanía.
Las civilizaciones se alzan, decaen y mueren. El tiempo para los individuos y estados, como los antiguos griegos argumentaban, es cíclico. A lo que las sociedades se vuelven más complejas se vuelven inevitablemente más precarias. Se vuelven crecientemente vulnerables. Y cuando se comienzan a quebrar la aterrorizada y confundida población se repliega de la realidad, con una inhabilidad de reconocer su evidente fragilidad y su inminente colapso. Las élites al final hablan en frases y en un lenguaje que no se corresponde con la realidad.
Se refugian en espacios aislados, sea en la corte de Versalles, o la Ciudad Prohibida o en los modernos palacios estatales. Las élites se dedican al hedonismo sin control, a una aún más vasta acumulación de riquezas y al consumo extravagante. Se hacen sordas al sufrimiento de las masas que son reprimidas incluso con mayor ferocidad. Los recursos son agotados sin piedad hasta que se terminan. Y entonces, el edificio vacío colapsa. Los imperios romanos y sumerios cayeron así. Las élites mayas, luego de que terminaron con los bosques y contaminaron los ríos con limo y ácidos, se volvieron al primitivismo.

A medida que los alimentos y el agua escasean, y esto se expande a través del globo, a medida que la creciente pobreza y miseria causan protestas callejeras en el Oriente Medio, África y Europa, las élites hacen lo que todas las élites han hecho. Lanzan más guerras, construyen monumentos más grandes para ellos mismos, sumergen a sus naciones en un aún mayor endeudamiento, y a lo que todo se desarma se desquitan con los trabajadores y los pobres.

El colapso de la economía global, que ha borrado la increíble suma de $ 40 billones (40.000.000.000.000), fue causada por nuestras élites, que luego de destruir nuestra base manufacturera, ha vendido cantidades masivas de documentos apoyados en hipotecas fraudulentas a los fondos de pensiones y a pequeños inversionistas, bancos, universidades, al estado mismo y gobiernos extranjeros y a sus accionistas. Las élites, cubrieron sus pérdidas cuando se robaron el tesoro público para volver a especular de nuevo. Ellas también, en el nombre de la austeridad, comenzaron a desmantelar las bases de los servicios sociales, quebrar lo que quedaba de las uniones sindicales, cortar empleos, congelar salarios, tirar millones de personas de sus hogares, sin aproblemarse mientras creaban una clase de permanentes desempleados y subempleados.

La élite maya se volvió al final, como escribe el antropólogo Ronald Wright en sus notas “Una pequeña historia de Progreso,” ...”extremista y ultra conservadora, sacándole hasta las últimas gotas de ganancia a la naturaleza y la humanidad.” Esto es como en todas las civilizaciones, incluso la nuestra: se osifican y mueren. Los signos de muerte inminente son imposibles de negar. El sentido común reclama una respuesta radical. Pero la carrera hacia la auto inmolación sólo es acelerada por la parálisis moral e intelectual. Tal como pensó Sigmund Freud en “Más allá del Principio del Placer” y en “Civilización y sus Descontentos”, las sociedades humanas están intoxicadas y enceguecidas por su propia carrera hacia la muerte y la destrucción, tanto como lo están por la búsqueda de la satisfacción erótica.

Los levantamientos del Medio Oriente, la autodestrucción de las economías nacionales, como la de Irlanda y Grecia, la creciente rabia de la clase trabajadora en casa y en el extranjero, la creciente desesperación de las migraciones humanas y la negación a detener nuestra despiadada destrucción del ecosistema en el que depende la vida misma son todas señales de nuestro colapso, consecuencia de la idiotez de nuestra élite y de la locura de la globalización. Las protestas que no se construyen alrededor de una completa reconfiguración de la sociedad norteamericana, incluyendo el rápido desmantelamiento del imperio y del estado corporativo, sólo pueden retrasar lo inevitable. Seremos salvados solamente por el nacimiento de un nuevo radicalismo militante que busque destronar nuestra élite corrupta del poder, y no negociar mejores términos con ella.

La economía global está construida sobre la creencia errónea de que el Mercado –leamos mejor codicia humana- debe de dictar la conducta humana y expandir eternamente las economías. El globalismo trabaja bajo la creencia de que el ecosistema puede continuar siendo golpeado por emisiones masivas de carbón sin mayores consecuencias. Y la máquina de expansión económica global está basada en que siempre habrá petróleo barato y abundante. La inhabilidad de confrontar ciertas verdades simples sobre la naturaleza humana y del mundo natural hace a las élites incapaces de articular paradigmas sociales, económicos y políticos nuevos. Simplemente buscan formas de perpetuar un sistema moribundo.

La globalización es la articulación moderna de la ideología antigua usada por las élites para transformar a los ciudadanos en ciervos y el mundo natural en un páramo, en pos de ganar dinero. Nada es sagrado para estas élites. Los seres humanos y el mundo natural son explotados hasta que queden exhaustos y colapsen. Las élites no pretenden defender el bien común. En síntesis, es la derrota del pensamiento racional y la muerte del humanismo. La marcha hacia la auto-destrucción ya ha terminado con el 90% de los grandes peces en los océanos y la mitad de los bosques naturales maduros, los pulmones del planeta. A este ritmo para el 2030 sólo existirán el 10% de los bosques tropicales de la Tierra. El agua contaminada mata a 25.000 personas cada día en el planeta, y cada año 20 millones de niños son dañados por la malnutrición.

El dióxido de carbono en la atmósfera está hoy por encima de 350 partes por millón y la mayor parte de los científicos sobre el clima nos advierten que es nivel máximo para sostener la vida como la conocemos. [Nota del editor: la frase anterior ha sido revisada desde que este artículo ha sido publicado primero aquí.] El Panel Intergovernamental sobre el Cambio Climático estima que la medida podría alcanzar de 541 a 970 ppm para el 2100. En ese punto enormes áreas del planeta, sufriendo sobrepoblación, sequías, erosión de los suelos, tormentas inesperadas, fallas masivas de los granos y crecientes niveles del mar, quedarían incapacitadas para la existencia humana.

Jared Diamond en su ensayo “Los últimos Americanos” nota que para el tiempo que Hernán Cortés alcanzó Yucatán, millones de mayas habían desaparecido.

“¿Por qué,” escribe Diamond, “reyes y nobles no reconocieron y resolvieron estos problemas? La mayor razón fue que su atención estaba evidentemente focalizada en problemas a corto plazo para su enriquecimiento, guerras, levantar monumentos, competir entre ellos, y extraer suficientes alimentos de los campesinos como para apoyar todas estas actividades.”

“Bombear ese petróleo, cortar esos árboles y pescar esos peces puede beneficiar a la élite dándole más dinero o prestigio y sin embargo ser malo para la sociedad (incluyendo los niños de la élite) a largo plazo,” Diamond dice. “Los reyes Maya estaban consumidos por las preocupaciones inmediatas por su prestigio (que requería más y más grandes templos) y su éxito en la próxima guerra (requiriendo más seguidores), en vez de por la felicidad de los comuneros o de la próxima generación. Esas gentes con el mayor poder de decisión en nuestra sociedad hoy hacen dinero regularmente en actividades que pueden ser malas para la sociedad como tal y para sus propios niños; entre los que toman decisiones están los ejecutivos de Enron, muchos que desarrollan la tierra (construcción), y quienes exigen cortes de impuestos para los ricos.”

No fue diferente en la Isla de Pascua. Cuando los habitantes llegaron a la isla de 64 millas cuadradas en el siglo 5, encontraron agua fresca en abundancia y bosques llenos con la Palma Chilena del Vino, un árbol que puede llegar a ser tan grande como el roble. Los alimentos del mar, incluyendo peces, focas, marsopas y tortugas, y las aves marinas que anidan eran abundantes. La sociedad de la Isla de Pascua, que se dividió en un sistema de castas elaborado de nobles, sacerdotes y comuneros, había aumentado en cinco o seis siglos a 10.000 personas. Los recursos naturales fueron devorados y comenzaron a desaparecer.

“Los bosques fueron cortados para crecer granos que llevarían a un aumento poblacional pero también a la erosión del suelo y al declive de la fertilidad del suelo,” Paul Bahn y John Flenley escriben en “Easter Island, Earth Earth, o Isla de Pascua, Isla Tierra.” “Progresivamente más tierra tendrá que ser deforestada. Árboles y arbustos tendrán que ser cortados para hacer canoas, para leña, construcción de viviendas y para las maderas y cuerdas necesarias para levantar estatuas. Los frutos de la Palma serán comidos, reduciendo la regeneración de la palma. Las ratas, introducidas con los alimentos, pueden alimentarse de los frutos de la palma, multiplicando rápidamente y completamente previniendo la regeneración de la palma. La sobre explotación de los prolíficas aves marinas las habría eliminado excepto en los islotes lejos de la costa. Las ratas pueden haber ayudado en este proceso comiéndose sus huevos. Los alimentos abundantes provistos por la pesca, las aves marinas y las ratas habrían aumentado el crecimiento inicial de la población.

El aumento de la población humana sin límites pondría presión después sobre la disponibilidad de tierra, llevando a disputas y eventualmente a la Guerra. La falta de madera y cuerda hizo imposible tallar más estatuas. Desilusionados con la eficacia de la religión de las estatuas en cuanto a proveer las necesidades de la gente pudo haber llevado a que la población abandonara ese culto. La falta de canoas restringió la pesca y llevó a un declive mayor en la provisión de proteínas. El resultado puede haber sido un hambre general, la guerra y el colapso de la economía toda, lo que llevaría a un marcado declive poblacional.”

Los clanes, en el período posterior de la civilización de Isla de Pascua, compitieron por el honor de sus ancestros construyendo imágenes de piedra cada vez más grandes, estas demandaban el uso de lo que quedaba de madera, cuerda y mano de obra en la isla. Para 1400 no quedaban bosques. El suelo estaba erosionado y era arrastrado al mar. Los isleños comenzaron a pelear entre ellos por la madera restante y tuvieron que comerse sus perros y pronto las aves marinas que anidaban.

Desesperados, los isleños desarrollaron un sistema de creencias que planteaba que los dioses de piedra, moai, volverían a la vida y los salvarían del desastre. Este último refugio en la magia caracteriza a todas las sociedades que caen en un declive terminal. Es una respuesta desesperada a la pérdida de control, a la desesperanza y a la falta de poder. La vuelta desesperada a la magia llevó a las danzas fantasmas de los Cherokee, a que los Taki Onqoy ya perdidos se rebelaran contra los invasores españoles en Perú, y a las profecías Azteca de los 1530. Las civilizaciones en sus últimos momentos se separan totalmente de la realidad, una realidad que se vuelve muy deprimente como para ser absorbida.

La creencia moderna de los cristianos bíblicos en el éxtasis, no existe en la literature bíblica, y no es menos fantástica, cuando uno acepta negar la realidad del calentamiento global, o de la evolución, o acepta la teoría absurda de que los honrados han de ser salvados e irán flotando desnudos al paraíso al fin de los tiempos, está cayendo en lo mismo. La fé que la ciencia y la tecnología, que son moralmente neutras y sirven a las ambiciones humanas, volverán integro nuevamente el mundo no es menos ilusoria. Tenemos pensamiento mágico secular tanto como religioso.

Pensamos que hemos de alguna forma escapado los errores del pasado. Estamos seguros de que somos más sabios y más grandes que los que fueron otros antes que nosotros. Ingenuamente creemos en la inevitabilidad de nuestra propia salvación. Y quienes proveen falsas esperanzas, en especial a lo que las cosas se deterioran, reciben nuestra adulación y nuestras alabanzas. Nosotros en los Estados Unidos, somos sólo un 5% de la población del mundo, pero nos indignamos si alguien nos dice que no tenemos derecho divino a niveles de consumo que derrochan el 25% de la energía del planeta. El presidente Jimmy Carter, cuando sugirió que ese consumo no era beneficioso, fue transformado en una figura del ridículo nacional. A medida que las cosas se vuelven peor demandamos incluso un discurso más iluso y feliz. Quienes estén dispuestos a proveernos esa fantasía e ilusión son, porque nos hacen políticamente pasivos, apoyados muy generosamente y promocionados por las fuerzas corporativas y oligárquicas. Y en el final mismo han de llevarnos felices al despeñadero esos mismos bobalicones y lunáticos, muchos de los cuales parecen estar formando fila en estos momentos para la nominación del candidato presidencial Republicano (en EEUU).

“¿Pueden, eventos acaecidos hace 300 años en una pequeña isla, tener significancia para el mundo?” Bahn y Flenley preguntaron. “Nosotros creemos que si. Consideramos que la Isla de Pascua es un microcosmos que provee un modelo para todo el planeta. Como la Tierra, Isla de Pascua era un sistema cerrado. La gente creía que eran los únicos sobrevivientes en la Tierra, todas las otras tierras hundidas en el mar. Ellos llevaron a cabo para nosotros este experimento de crecimiento poblacional sin restricciones, uso de recursos sin medida, destrucción del medio ambiente y creer con mucha confianza que su religión se encargaría del futuro. El resultado fue un desastre ecológico que llevó a un colapso poblacional.
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... ¿Tenemos que repetir el experimento en mayor escala? ¿Tenemos que ser tan cínicos como Henry Ford y decir ‘La historia es una tontería’? ¿No será más sensible aprender de la lección que nos da la historia de Isla de Pascua y aplicarla a la Tierra isla en la que vivimos?”
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Los seres humanos parecen sufrir la maldición de tener que repetir estos ciclos de explotación y colapso. Y con un mayor tamaño del deterioro se da una menor capacidad de comprender que es lo que está pasando alrededor. La Tierra está plagada de restos de tonterías y arrogancias humanas. Parecemos condenados a ir nosotros y llevar nuestra especie a la extinción, aunque este momento parece que vivimos el desenlace de lo que ha sido la vida establecida y civilizada del planeta que comenzara hace unos 5000 años. No queda nada en el planeta por tomar. Estamos gastando lo último de nuestro capital natural, incluso nuestros bosques, el combustible fósil, el aire y el agua.
Esta vez al caer, nuestra caída ha de ser global. No hay nuevas tierras que saquear, no hay nuevos pueblos que explotar. La tecnología, que ha terminado las limitaciones tiempo y espacio, ha vuelto nuestra aldea global en una trampa de muerte global. El destino de la Isla de Pascua ha de ser escrito en grande a lo largo de la extensión del planeta Tierra.
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(Traduce Nora Fernández)

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