sábado, 14 de mayo de 2011

Un Nobel en apuros. “O grandes acontecimientos de la humanidad o simplemente hipocresías históricas”.

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Entre las bases para la entrega de este premio nos encontramos con conceptos contrarios a los que le otorgaron la riqueza. Por ejemplo, el premio se tiene que otorgar "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Convendría recordar que, mucho antes, en los días del nacimiento de la razón, cuando en Grecia, con maravillosa y fragante intuición, se quiso representar a la diosa de la sabiduría, Palas Atenea, se la vistió con casco, lanza y escudo. La razón ya nació armada y combatiente. La razón que originó los premios Nobel también procede del fuego que proporciona la guerra. Y, no solo eso, a veces se otorgan más por interés ardiente que por méritos contraídos. Aunque existan honrosas excepciones.


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Un Nobel en apuros.


“O grandes acontecimientos de la humanidad o simplemente hipocresías históricas”.


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Tribuna Abierta. Viernes 13 de mayo del 2011.


Julián Zubieta Martínez.


LO que conocemos como grandes acontecimientos de la humanidad, no son más que hipocresías históricas resultado inequívoco de la violencia entre nosotros mismos. Estos actos violentos los debemos considerar, por lo tanto, un fenómeno social intrínseco al ser humano y globalizado, sin otra finalidad que dirimir las diferencias sociales entre pobres y ricos, mediante la única lucha que siempre está presente en la cultura humana: la guerra.


Una de las paradojas de esta hipocresía histórica consiste en que siempre se acaba otorgando notoriedad a los que causan las mayores catástrofes. Todos conocemos los nombres de los mayores dictadores del mundo, el poder de los imperios más celebrados no pasa desapercibido a la opinión pública y, desde luego, a nadie le son desconocidos los medios empleados: las armas. De manera, que no es difícil llegar a la conclusión de que la guerra ha sido, y es, uno de los acicates de la tecnología. Como testimonio del esfuerzo tecnológico invertido para preparar las guerras y la necesidad de sus conocimientos, el arte de la guerra es el que menos dificultades de su subsistencia ha tenido, perdurando su conocimiento de generación en generación.


Este sarcasmo bélico consigue el umbral con el invento de la dinamita. Hija menor, por ello mucho más experimentada, del fuego griego y de la pólvora, que tantos éxitos le han dado a la guerra. Corría el año 1867, cuando Alfred Bernhard Nobel consiguió domesticar la nitroglicerina mezclándola con dióxido de silicio. El resultado, un potente explosivo que, de nuevo, hizo carrera en la industria militar, puesto que su empleo revolucionó el arte de la guerra. Aunque Nobel trabajó para la paz de su tiempo, como Einstien lo hizo en el suyo, pasó los últimos años de su vida atormentado por la mortandad que ofreció su invento a la guerra. Su remordimiento le llevó a destinar su inmensa fortuna, ganada a través de la industria bélica, a los premios que llevan su nombre (de nuevo, la notoriedad buscada por los caminos de la catástrofe), incluyendo el de la paz.


Entre las bases para la entrega de este premio nos encontramos con conceptos contrarios a los que le otorgaron la riqueza. Por ejemplo, el premio se tiene que otorgar "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz". Convendría recordar que, mucho antes, en los días del nacimiento de la razón, cuando en Grecia, con maravillosa y fragante intuición, se quiso representar a la diosa de la sabiduría, Palas Atenea, se la vistió con casco, lanza y escudo. La razón ya nació armada y combatiente. La razón que originó los premios Nobel también procede del fuego que proporciona la guerra. Y, no solo eso, a veces se otorgan más por interés ardiente que por méritos contraídos. Aunque existan honrosas excepciones.


A la luz de estos hechos, se comprende que el 9 de octubre de 2009 se le concediera el Premio Nobel de la Paz al todavía presidente de Estados Unidos, Barack Obama, nada más y nada menos que por sus esfuerzos diplomáticos en pro del desarme nuclear (Fukushima, por desgracia, va a hacer mucho más), por la consecución de un proceso de paz en Oriente Medio (un repaso a la geografía de sus sucesos horroriza) y por la defensa contraída para frenar el cambio climático. Los hechos ocurridos este año 2011, las actuaciones de Obama, le sitúan sin embargo como un Nobel en apuros.


El Premio Nobel de la Paz ha concedido la máxima condecoración militar a las fuerzas especiales que participaron en la misión contra el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, en reconocimiento y logro extraordinarios originados por el éxito final; agradeciendo el "increíble valor y destreza de innumerables militares, agentes de Inteligencia e individuos durante tantos años. El líder terrorista que agredió a nuestra nación el 11-S no volverá a amenazar a Estados Unidos". Se ha confirmado, además, que mucha información para localizar a Bin Laden, se consiguió mediante métodos "poco ortodoxos de tortura" (como si alguna fuese ortodoxa). Grandes méritos para un Premio Nobel de la Paz: aplaudir un asesinato y admitir la tortura como hábito legítimo.


No debemos pasar por alto tampoco, las intervenciones de combate y amenazas continuas que hace el ejército estadounidense por el Mediterráneo y Próximo Oriente en nombre de la paz: Libia, Irak, Afganistán, Siria... por mencionar algunos lugares donde sus tropas actúan bajo el paraguas de la ONU y la OTAN. Todas han costado innumerables víctimas humanas, tan solo para satisfacer el ego de un país que, por primera vez en su historia, ha recibido una pequeña dosis de violencia desde el exterior (poca es mucha), lo que no justifica el ataque del 11-S, ni las acciones de ayuda humanitaria que realizan los ejércitos por el mundo.


Además, todos estos sucesos nos han sumergido en una espiral de indeterminadas consecuencias para el futuro, tanto en lo que respecta al cambio climático (las bombas acentúan el efecto invernadero) como en el ya precario sistema económico mundial, además del incremento de la inseguridad que ha generado el aumento de la violencia. Recordemos por qué le premiaron en el año 2007.


El discurso posterior de Obama se traslada de nuevo al intento de orientar y condicionar una opinión pública que le sea favorable. Pocos países se han escandalizado de la intromisión del Nobel de Paz en otras fronteras para solventar el problema del terrorismo internacional. Para los poderosos, el cumplimiento del derecho internacional es una exigencia moral necesaria -aunque en grado escaso-, pero la mención de moralidad debe ir acoplada a una legalidad internacional, y este es el discurso de Obama y de todo lo relacionado con el poder, llevar con naturalidad a la opinión pública a considerar legitimo el uso de la fuerza para asegurar su legalidad internacional, que debe ser garantizada si llega el caso, y siempre llega, por utilización de esa fuerza considerada legitima.


Asistimos a la globalización arbitraria del poder económico, mediante la legitimación de la guerra contra el terrorismo internacional. Pero, ¿cuántos muertos hay que provocar para ser declarado terrorista internacional? ¿Valen en número los de las Torres Gemelas? ¿Computan lo mismo, los "daños colaterales" de Irak o Afganistán? La violencia de género ¿se puede considerar terrorismo internacional? Bien se podían destinar algunos dividendos destinados a las guerras justas para frenarla. ¿Son terroristas sus autores? ¿O matan poco? ¿Cuánto se puede matar bajo la legitimidad del poder, sin ser considerado terrorista?


El Nobel está en apuros, está jugando a la verdad, como dijo Foucault, pero su legitimidad es frágil porque no está cimentada en una convicción de justicia humana. Solo le preocupa lo suyo, pero interviniendo en casa de los demás. No es casual que la manipulación de la realidad a través del lenguaje termine imponiendo expresiones que favorecen a los intereses económicos dominantes. Las palabras nunca son inocentes. El silencio tampoco.


Para concluir tan solo una pregunta: ¿Es condición suficiente que Estados Unidos, en su condición de dominador, utilice el monopolio de la fuerza para garantizar la legalidad y la legitimidad en estas acciones de justicia mundial? Sí, el Premio Nobel se encuentra en apuros.


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