jueves, 14 de marzo de 2013

“HABEMUS PAPAM”: Errar es divino. Un estratega político. El papa argentino fue sorpresa en la plaza.

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UN ADMINISTRADOR ORDENADO.- Cómo fue su gestión al frente de la Arquidiócesis Porteña La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional. Jorge Mario Bergoglio se convirtió en el nuevo pontífice de la Iglesia Católica Romana y como Francisco I será también el primer papa no europeo, el primer latinoamericano y el primer argentino. Todas estas novedades, sin embargo, no deberían hacer pensar que el nuevo papa generará cambios importantes en la Iglesia. Se puede esperar sí que Francisco I avance, como lo hizo en la propia arquidiócesis de Buenos Aires, en una administración ordenada de la Iglesia y en ese sentido pueden producirse novedades en relación con las finanzas del Vaticano y su Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco vaticano seriamente cuestionado en los últimos tiempos y fuertemente sospechado de manejos ilícitos de dinero. Este puede ser un frente de acción inmediato para Bergoglio, quien ha seguido de cerca todo lo que ha venido sucediendo en Roma en esta materia. Probablemente los cardenales Angelo Sodano (secretario de Estado durante el pontificado de Juan Pablo II) y Tarcisio Bertone (en el mismo cargo durante la jefatura de Benedicto XVI) no estén muy contentos con la designación de Bergoglio. La depuración de las finanzas del Vaticano puede ser una de las primeras tareas que encare el Papa que tiene, entre los rasgos característicos de su personalidad, una fuerte marca de austeridad tanto para la vida personal como para la institucional. Habrá que esperar a las próximas semanas para que el Papa “hable” a través de los nombramientos en puestos tan claves como la Secretaría de Estado (el número dos de la jerarquía vaticana) y la gobernación del Estado Vaticano, que administra gran parte de los fondos de la Iglesia. Las personas que allí se designen darán indicios respecto del rumbo a tomar.
Es cierto también que, como arzobispo de Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina durante dos períodos, Bergoglio no tuvo una buena relación con la curia romana y con los cardenales que allí ejercieron el poder. En más de una oportunidad sus diferencias llegaron a traducirse en fuertes protestas cuando, desde Roma, se le pretendió imponer, por ejemplo, el nombramiento episcopal de algunos sacerdotes que no contaban con su aval. En todos esos casos, Bergoglio sorteó las dificultades a través de contactos directos con los papas, primero con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI, con quien tiene especialmente una relación de cercanía. A pesar de que Benedicto XVI, el hoy “Papa emérito”, ha manifestado que no interferirá en la acción de su sucesor, es poco pensable que Ratzinger no siga siendo un hombre de consulta y de referencia para el hoy Francisco I. Sin que esto, dada la personalidad de Bergoglio, implique menoscabo de su autoridad o pérdida de autonomía en sus decisiones. Es altamente probable que Jorge Bergoglio impulse, no de manera inmediata pero seguramente a paso firme, una reforma de la estructura de la Iglesia, incluyendo a la propia curia romana. Desde su condición de arzobispo y de cardenal, siempre de manera discreta y reservada, Bergoglio ha sido un crítico permanente del funcionamiento de la estructura eclesiástica. En la arquidiócesis de Buenos Aires, si puede servir el ejemplo, intentó reducir al máximo los mecanismos burocráticos y formales, aunque no cedió en nada respecto del manejo centralizado del poder eclesiástico.


El humo blanco en la chimenea del cónclave fue la señal de que habían elegido al nuevo papa Francisco
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En lo doctrinal y en lo pastoral, Bergoglio no habrá de alejarse seguramente de lo sostenido por sus antecesores. No deberían esperarse cambios en cuestiones tales como la moral familiar y sexual, aunque es posible que haya mayor flexibilidad y pequeños gestos de apertura, por ejemplo admitiendo en la comunión eclesiástica a los católicos separados y vueltos a unir en pareja. Son actitudes pastorales que Bergoglio consintió en Buenos Aires, aunque nunca lo haya admitido formal e institucionalmente. En términos eclesiásticos lo anterior se traduce en mayor capacidad “pastoral”, es decir, de cercanía con las inquietudes y los problemas de los fieles y de las personas en general, pero sin alterar en lo fundamental aquellas cuestiones que se consideran esenciales a la doctrina de la Iglesia. Seguramente Francisco I continuará la batalla iniciada por Benedicto XVI contra los pedófilos en la Iglesia, una labor que quedó inconclusa y que, según muchos, fue uno de los motivos de la renuncia de Ratzinger. Tampoco habría que esperar mayores reformas en temas tales como el acceso de las mujeres al sacerdocio o la continuidad del celibato obligatorio para los ministros consagrados. En eso Bergoglio no ha dado mayores pasos como obispo y seguramente tampoco lo hará desde el pontificado. Debería esperarse un magisterio social que insista en el compromiso de la Iglesia Católica con los más pobres, pero al mismo tiempo un tratamiento cauteloso y no agresivo con los poderes económicos, con los que el nuevo pastor universal nunca entró en conflicto directo.
¿Podría Francisco I convocar a un concilio, es decir, una gran asamblea de la Iglesia Católica de todo el mundo para discernir sobre los problemas que afectan a la institución? Bergoglio es un hombre que ejerce la autoridad escuchando a sus pares. Si durante el consistorio y el cónclave este fue un tema abordado y acordado, el nuevo papa puede dar ese paso. En la Iglesia argentina ha dado señales que muestran que es capaz de atender a la opinión mayoritaria de sus colegas, incluso cuando contradicen sus propios puntos de vista. Sucedió con el tema del matrimonio igualitario. Su estrategia no coincidía con la que finalmente se puso en práctica y que había sido acordada mayoritariamente por el Episcopado. Pero, en su condición de presidente del Episcopado, se puso a la cabeza y condujo las acciones que se determinaron. De la misma manera, a la vista de los resultados que a su juicio fueron negativos para la Iglesia, luego “pasó facturas” en el mismo seno de la asamblea episcopal. Atento a su personalidad, no habrá que esperar del nuevo papa decisiones precipitadas o bruscos cambios de rumbo. Todas las medidas serán tomadas con tiempo, de manera meditada y calculada. También aguardando el momento que el propio Bergoglio considere oportuno y prudente de acuerdo con su criterio y a su conocimiento político institucional. Washington Uranga.
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“HABEMUS PAPAM”: Errar es divino.
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El Arzobispo argentino JORGE BERGOGLIO se convirtió ayer en el Primer Papa Latinoamericano de la Historia.
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Había quedado detrás de Ratzinger en la votación de 2005, pero esta vez no figuraba entre los candidatos. Ejercerá el cargo con el nombre de Francisco. En la Argentina se lo cuestiona por su actuación durante la dictadura.

Página /12 jueves 14 de marzo del 2013.

Por Fernando Cibeira.

Luego de cuatro votaciones, no demasiadas teniendo en cuenta sus últimas reuniones, el cónclave de cardenales del Vaticano eligió ayer como nuevo papa al arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien resolvió que ejercerá con el nombre de Francisco. “Ustedes saben que el deber del cónclave es dar un obispo a Roma, y parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo al fin del mundo”, bromeó el argentino desde el balcón de San Pedro a los miles de fieles que habían aguardado bajo el frío y la lluvia ver el ansiado humo blanco que surgió a las 19.08. Su designación es histórica por varios motivos: es el primer papa americano en los 266 que se han elegido, el primer jesuita, el primero en llamarse Francisco y viene a reemplazar a Benedicto XVI, el primer pontífice en renunciar en 600 años. En la Argentina su figura es controversial por el papel que desempeñó durante la dictadura. También por hecho más recientes, como su militante oposición al proyecto de matrimonio igualitario. La presidenta Cristina Kirchner, con quien siempre mantuvo una relación tirante, le envió una carta felicitándolo y en un acto abogó porque lleve adelante “una labor significante para la región”. En la Casa Rosada adelantaron que viajará el martes a Roma para la ceremonia.
Si bien en 2005 había quedado segundo detrás de Joseph Ratzinger, Bergoglio esta vez no figuraba entre los principales candidatos a la sucesión. En eso jugaban en contra su edad, 76 años, y sus recientes achaques de salud. Luego del rápido declive físico de Benedicto, se suponía que los cardenales elegirían a alguien más joven. Bergoglio incluso le había enviado a Benedicto XVI la carta presentando su renuncia al arzobispado dado que había superado el límite de edad, pero el anterior papa le extendió el mandato. La primera decisión de Bergoglio fue pedirle a los fieles en San Pedro una oración por su antecesor. Poco después lo llamó por teléfono.
Los especialistas creyeron ver señales de una nueva etapa en una Iglesia Católica jaqueada por múltiples controversias. Una, más evidente, la de optar por un nombre nunca usado, el de Francisco de Asís, el santo que eligió vivir en la pobreza. La segunda, más sutil, la aparición pública con sotana blanca y crucifijo negro de obispo, evitando el púrpura y el oro papal, en un símbolo de austeridad. Una de las características de Bergoglio en su carrera han sido sus dotes de político, enrolado en las corrientes conservadoras moderadas de la Iglesia.
Historia oscura
Porteño del barrio Flores, hincha de San Lorenzo –el equipo “santo” que ayer difundió orgulloso el carnet de socio del Papa–, Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en un hogar de inmigrantes italianos: su padre era empleado ferroviario y su madre ama de casa. Estudió para técnico químico, pero a los 21 años decidió entrar al seminario jesuita. Se ordenó sacerdote a los 33 años e inició una rápida y siempre ascendente carrera: apenas cuatro años después ya presidía la Compañía de Jesús en Argentina.
Durante aquella época sucedió el episodio por el que debió declarar como testigo ante la Justicia en 2010 y que aún hoy le vale las acusaciones de los organismos de derechos humanos. Hay testimonios que aseguran que Bergoglio les quitó protección a los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes hacían trabajo social en la villa de Flores y fueron secuestrados en mayo de 1976, al inicio de la dictadura. Fueron liberados cinco meses después, luego de sufrir la tortura de los interrogatorios de la ESMA. Esos testimonios sostienen que Bergoglio les había advertido que debían abandonar el trabajo social. Como los sacerdotes se negaron, les dijo que tenían que renunciar a la Compañía de Jesús, lo que fue interpretado como una luz verde por la represión.
En su declaración testimonial, Bergoglio negó haber quitado esa protección y aseguró que los sacerdotes decidieron ellos alejarse de la Compañía porque querían formar su propia congregación. Que luego incluso vio dos veces a Jorge Videla y dos veces a Emilio Massera para pedir por los sacerdotes. Yorio nunca se recuperó. Murió en Uruguay en el 2000 convencido de que Bergoglio no había hecho nada por salvarlos.
Los organismos de derechos humanos mostraron ayer su contrariedad por la llegada de Bergoglio al trono de San Pedro (ver página 11).
Contra los Kirchner.
En su imparable ascenso, Bergoglio fue nombrado obispo de Buenos Aires en 1992, arzobispo en 1998 y en 2001 llegó a cardenal por decisión de Juan Pablo II. Desde la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina mantuvo su enfrentamiento con el gobierno de Néstor Kirchner primero y de Cristina Kirchner después. Las diferencias fueron tanto de políticas como de estilo. Bergoglio siempre se presentó como un cultor del diálogo, en contra de la “crispación social” que adjudicaba al kirchnerismo. Pero lo cierto es que siempre encontró reparos para mantener ese diálogo con el Gobierno, mientras que le resultó mucho más sencillo encontrarse con frecuencia con algunos dirigentes de la oposición con los que entabló una muy buena relación.
En su estilo siempre un poco críptico, ya en su homilía de 2004 Bergoglio criticó “el exhibicionismo y los anuncios estridentes”, que fue interpretado como una crítica al Gobierno. Kirchner lo identificó entonces como un opositor y evitó a partir de ahí el Tedéum en la Catedral Metropolitana. En 2008, durante el conflicto por el campo, le reclamó a la Presidenta “un gesto de grandeza”. Pero la ruptura se volvió sin retorno a partir de proyectos como los de matrimonio igualitario o el aborto no punible, a los que Bergoglio se opuso con denuedo. “Es la pretensión destructiva del plan de Dios”, sentenció en una carta acerca del matrimonio entre personas del mismo sexo. Las organizaciones de la diversidad sexual ayer criticaron su designación (ver página 14).
En paralelo con estas posturas, Bergoglio siempre mostró preocupación social y en sus escritos y homilías suele incluir párrafos relacionados con la pobreza. En su entorno destacan sus costumbres austeras: que se mueve en transporte público, que evita las salidas nocturnas y todo tipo de ostentación. También resaltan su preparación y solidez intelectual.
Algunos cientos de personas se congregaron por la tarde en la Catedral de Buenos Aires para celebrar la designación de Bergoglio agitando banderas argentinas y del Vaticano. La Conferencia Episcopal Argentina, que Bergoglio presidió hasta 2011, expresó “su alegría al hermano Jorge”. Dirigentes opositores como Gabriela Michetti y Elisa Carrió –que siempre se jactaron de su relación con el religioso– dijeron sentirse emocionadas por la noticia.
Repercusiones.
El papa argentino generó repercusiones en todo el planeta. Los líderes mundiales saludaron su llegada. “Espero trabajar con Su Santidad para promover la paz, seguridad y dignidad para todos los seres humanos”, escribió en Twitter el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Los mandatarios latinoamericanos celebraron la consagración de un pontífice de la región, en la que viven casi la mitad de los 1200 millones de católicos de todo el mundo. “En nombre del pueblo brasileño felicito al nuevo papa Francisco y saludo a la Iglesia Católica y al pueblo argentino”, sostuvo la brasileña Dilma Rousseff.
En general, los medios del mundo destacaron el perfil “modesto” y “conservador” de Bergoglio. Obviamente, también se resaltó la inédita condición de jesuita, latinoamericano y argentino. Las palmas se las llevó el diario inglés Daily Mirror: “La nueva mano de Dios”, tituló en su portada.



La Presidenta Argentina Dra. Cristina Fernández de Kirchner y Monseñor Jorge Bergoglio. Existen muchas contradicciones en relación a los derechos de las minorías.
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Un estratega político

Dialoga, siempre que sea en sus términos.
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Washington Uranga.

Sereno, firme en sus decisiones, obstinado en aquello en lo que cree, consciente del poder que le da su condición, Jorge Bergoglio tiene una personalidad que puede leerse como contradictoria. A su austeridad y sencillez en todo lo concerniente a su vida personal y eclesiástica, se le opone una alta cuota de intolerancia y hasta de soberbia para enfrentar a quienes considera sus adversarios o enemigos. Esto tanto en el terreno eclesiástico como en el político.
Su despacho en el Arzobispado de Buenos Aires ha sido visitado por innumerable cantidad de dirigentes políticos, empresarios, varones y mujeres de poder. Muchos más de quienes lo admiten. Algunos por iniciativa propia y otros convocados por el entonces arzobispo, cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Siempre con absoluta discreción y bajo perfil, Bergoglio actuó como un estratega político que mide cada uno de sus pasos y sus acciones. Algunos que lo conocen bien lo describen como un hábil jugador de ajedrez para quien cada movimiento de piezas es parte de una estrategia de mediano y largo plazo. Bergoglio no hace nada por impulsos o por casualidad. Todo lo calcula y lo premedita. Seguramente trasladará también esa forma de actuar al Vaticano y a la Iglesia en general.
En cuanto se produjo su nombramiento, varias voces se alzaron para reconocerlo como un “hombre de diálogo”. Es verdad que Bergoglio siempre ha sostenido que él habla con todos aquellos que se lo proponen. Pero en su territorio (entendido incluso como lugar físico: su despacho en la curia) y bajo las condiciones que él impone. Este fue precisamente uno de los impedimentos que hicieron imposible el diálogo con Néstor Kirchner. Ante la insistencia del entonces presidente para construir un espacio de encuentro que permitiese discutir sobre las diferencias y buscar acercamientos, Bergoglio siempre pretendió establecer el lugar, las formas y las condiciones para un diálogo que finalmente nunca se concretó.
Sin embargo, la oposición política argentina encontró siempre a un Bergoglio dispuesto a conversar, a intercambiar. Cuantos accedieron a esos intercambios lo hicieron concurriendo al despacho episcopal y en los términos establecidos por el cardenal. Una vez planteada la conversación, también es cierto, no hubo tema que no se pudiese abordar. La agenda siempre es abierta con Bergoglio, aunque esto no significa que el ahora Papa se pronuncia, opina o brinda información sobre aquello que no se inscribe en su propio itinerario discursivo y atendiendo a sus intereses y estrategias.
De otra parte, todos quienes lo conocen resaltan su vida austera. No tiene auto, viaja en transporte público, viste de manera sencilla, con ropas eclesiásticas negras pero sin signos ostentosos y evidentes de su condición episcopal. En general, los sacerdotes y los religiosos de la Arquidiócesis de Buenos Aires lo recuerdan como un obispo cercano a sus preocupaciones y problemas. Ha sido un hombre afecto a pasar por las parroquias para dialogar con los curas sobre los problemas que se les plantean. Aun siendo obispo y luego cardenal no dejó de visitar a los enfermos en hospitales públicos y en instituciones privadas, como parte de su ejercicio sacerdotal.
Bergoglio, jesuita, es un hombre de sólida formación teológica y cultural, y desde el punto de vista político ha tenido fuertes vinculaciones con los sectores más tradicionales y ortodoxos del peronismo. Se lo puede considerar claramente como un religioso de pensamiento conservador en todos los aspectos y sentidos, pero no por ello cerrado al debate y a la discusión de las ideas.
La etapa más cuestionada y controvertida de su vida tiene que ver con su actuación como superior provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura militar. Se lo ha señalado como directo responsable de la desaparición de los sacerdotes también jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio. Ambos curas, que desarrollaban trabajo social en las villas de Buenos Aires, fueron secuestrados y llevados a la ESMA. De allí fueron devueltos después de padecer torturas. Bergoglio niega toda responsabilidad en la desaparición de los curas. Orlando Yorio, que ya murió, estaba convencido de que su superior los había entregado. El episodio nunca fue aclarado en forma suficiente.




En la Plaza San Pedro, entre la lluvia y el frío. Mucha gente se preguntaba por el nuevo papa, ya que para ellos era un perfecto desconocido.
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El papa argentino fue sorpresa en la plaza.

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El anuncio del nombramiento de Bergoglio, dejó a muchos preguntándose quién es el nuevo Papa.
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Bajo una lluvia persistente, la ignorancia de la gente y un frío que requirió una fe tenaz para soportar la helada y el agua durante varias horas, el nombramiento consagró a quien para muchos era un perfecto desconocido.

Eduardo Febbro.
Desde Ciudad del Vaticano.
La “fumata” de la mañana fue negra y al caer la noche el humo blanco de la chimenea instalada en el techo de la Capilla Sixtina le anunció al mundo la designación de un nuevo papa. Al júbilo que siguió la blancura del humo lo envolvió un estupor silencioso cuando, luego de que el cardenal protodiácono Jean-Louis Tauran dijera en latín el tradicional Habemus papam, pronunció el nombre de Jorge Mario Bergoglio. “¿Bergoglio? ¿Quién es?”, preguntó una señora azorada por la novedad. Luego hubo un silencio incómodo, como una sombra repentina que se tragó la voz, la respiración y la explosión de la alegría guardada en el corazón durante tantos y tantos días. El papa argentino entró así en la historia, bajo una lluvia persistente, la ignorancia de la gente y un frío que requirió una fe tenaz para soportar la helada y el agua durante varias horas. La gran mayoría de los feligreses no recordaba su nombre. Bergoglio era un perfecto desconocido y muchos recurrieron al teléfono móvil para preguntar o indagar por Internet quién era ese nuevo papa que abría un boquete en la muralla de la ciudad papal.
Bergoglio salió detrás del telón de las falsas evidencias que siempre tejen los “especialistas”. No figuraba ni como favorito, ni como segundo, ni como quinto o último. Tampoco hicieron falta muchas rondas de voto para designar a este papa jesuita, que, desde el punto de vista de la encadenada estructura del Vaticano, no pertenece a la curia, es decir, al riñón infectado de pugnas y malabares y confabulaciones y complots dignos de una trama de espionaje. Los 115 cardenales votaron una vez el primer día del cónclave, el pasado 12 de marzo y por lo menos tres veces ayer, por la mañana y por la tarde. Asomado en el balcón de la Basílica San Pedro, Bergoglio parecía haber llegado ahí pidiendo permiso para estar. Como un invitado que se equivocó de banquete y no encuentra su lugar y su gente. Tímido, dudoso, equivocándose en los pasos establecidos por ceremonial y a su vez radiante y próspero en ese momento de victoria íntima. Jorge Bergoglio es el primer papa argentino y el primer latinoamericano de la historia. De ahora en más se llama Francisco. Su gesto inaugural consistió en orar por Josef Ratzinger y luego invirtió el orden de las costumbres. En vez de dar él la bendición, pidió a los feligreses presentes que se la dieran a él. Entonces cayó otro silencio, masivo, repentinamente místico, y el papa recién electo recibió la bendición de los creyentes antes de bendecirlos a ellos.
“Ustedes saben que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo al fin del mundo. Pero aquí estamos”, dijo Bergoglio ya con los honores y la responsabilidad de Francisco. La prensa se equivoca en su designación: lo llaman “Francisco primero”. Es un error. Jorge Bergoglio es, y así lo aclaró el portavoz del Vaticano, monseñor Lombardi, solamente Francisco. Se llamará primero sólo cuando otro papa lleve el mismo nombre. Los fieles corearon su nombre, cantaron y bailaron en la plaza San Pedro en una suerte de éxtasis siempre renovado. No importaba que no lo conocieran bien, o que su nombre les resultara casi impronunciable. La lealtad de la fe se impuso a los procedimientos secretos y la sorpresa. “Es un papa y, al final, eso es lo único que nos importa”, decía con los ojos inundados por la emoción un señor de edad muy avanzada. El catolicismo, que no es otra cosa que la fe de la gente, dejó de estar huérfano. La magia de la comunión operó pocos minutos después de que la guardia suiza se formara en las escalinatas de la Basílica.
“Francisco, Francisco, Francisco”, coreaba la gente: jóvenes y ancianos, de Europa, de América, de Africa o de Asia. El rostro y el nombre de la restauración ya era público. La fe es un milagro entero, un oleaje perpetuo que le dicta el respeto por esa creencia y esa algarabía hasta al ateo más profundo. Un cuarto de hora más tarde la plaza San Pedro se colmó de miles de paraguas suplementarios y la Via de la Conciliazione se convirtió en un imparable flujo humano. A los indiferentes les puede parecer incomprensible. Pero no era hora de entender por qué, sino de ver que la idea de la providencia divina y de su representante en la Tierra aún funciona, al punto de colapsar las calles y los barrios aledaños al Vaticano. Nadie lo hubiese dicho. Después de haberle disputado el papado a Benedicto XVI en el precedente cónclave, Jorge Bergoglio fue sacado de todas las previsiones. Y entró por el arco más triunfal cuando todos esperaban a un italiano, un brasileño, un norteamericano o un húngaro. En los días previos y durante el cónclave, su nombre sólo fue citado por los vaticanistas de Roma como el candidato precedente que perdió frente a Ratzinger.
Una referencia del pasado, un dato sin trascendencia. Pero Mario Jorge Bergoglio se instaló en el trono de Francisco al mando de una Iglesia vapuleada por sus propios pecados. Más aún, la designación de Bergoglio también rompió el embrujo de la adversidad. Se anunciaba un cónclave dividido, antagónico en sus raíces, inconciliable en sus posiciones. La rápida designación del papa Francisco fue recibida como un alivio. Aquel hombre de andar modesto y palabras suaves reconcilió en un instante a la plaza San Pedro de todos sus desencuentros. En aquel momento, el pasado del hombre era una incógnita como su nombre. Josef Ratzinger quedó vencido por el peso virulento de los pecados cometidos. Jorge Bergoglio dijo: “Comenzamos este camino, obispo y pueblo juntos. Este viaje de la Iglesia de Roma, que guía a todas las iglesias, un viaje de hermandad, de amor, de confianza entre nosotros”.
El viaje de Francisco habrá de ser denso porque la Iglesia no buscaba un papa, sino un superhombre, un atleta, un bombero, un conciliador, un corredor de cien metros y un general disciplinado y fuerte. “Nos hace falta un papa fuerte”, repetían hasta la saciedad los expertos y los cardenales antes de que se iniciara el cónclave. Un papa con poder para reorientar la curia, reorganizar los dicasterios –ministerios– del Vaticano, purgar las aguas contaminadas con las suciedades profundas reveladas por los Vatileaks y, encima, volver a sembrar los valores cristianos en el corazón de las sociedades occidentales que bañan en el hedonismo y el consumo. Un papa orquesta completo que haría a la vez de administrador, evangelizador, pastor, teólogo de alcance mundial y gran comunicador de sus mensajes. La apuesta tiene la envergadura de un imposible, pero es lo que dicta la historia y lo que los creyentes esperaban del papa antes de que se conociera su nombre.
En los primeros lugares de la plaza San Pedro había un grupito de argentinos que fueron literalmente invadidos por la prensa. Entre las muchas banderas que flamearon desde la tarde, había dos argentinos. A la noche se convirtieron en el foco de atención y de alegría. La gente bailaba en torno de ellos, los abrazaba, venía a pedirles su opinión, a buscar información y hasta una mirada como bendición. Había sobre todo argentinos jóvenes, emocionados de alegría e incredulidad, convencidos de que luego de dos papas fríos, Francisco sería el papa latino, el papa de la humanidad, el papa de los matices, de la bondad y la solidaridad instantánea que caracteriza a los pueblos de América latina. “Dios está en el cielo, pero en la tierra el papa es argentino”, decía un argentino joven con pronunciado acento cordobés.
Las primeras obligaciones de Francisco son vergonzosamente terrenales. La primera de ellas: penetrar el contenido del informe secreto elaborado por una comisión cardenalicia compuesta por los cardenales Jozef Tomko, Salvatore de Giorgi y Julián Herranz. Ese informe está enteramente consagrado al caso de los Vatileaks, o sea, el robo de los documentos de Benedicto XVI y el contenido de los mismos: las guerras de poder, los abusos sexuales y las prácticas financieras en el seno del banco del Vaticano, el OIR, manchadas de irregularidades. Ese informe ha sido determinante en la renuncia de Josef Ratzinger. El papa renunciante que determinó que el contenido global del informe sólo fuese conocido por su sucesor. Los cardenales se revelaron ante la voluntad de Benedicto XVI y exigieron conocer el informe antes de elegir a un nuevo papa. Hubo “comunicación” sobre las grandes líneas del informe, pero no lectura total. Cuando Francisco lo lea tal vez entienda mejor por qué Ratzinger renunció, o de pronto se dé cuenta de que ser pastor no bastará para reformar la iglesia, sus males atávicos, sus posturas reaccionarias ante los temas de sociedad, el interminable catálogo de abusos sexuales contra menores y la también interminable lista de jerarcas que protegieron a esos criminales. Esta Iglesia moderna, corrupta, que lava dinero de la mafia o se mete en cuestiones delicadas, que pacta con ideologías que luego combate con sus discursos –el ultraliberalismo– está vigente desde el mandato de Juan Pablo II. Pese a todo y gracias a la ligereza y la complicidad de los medios de comunicación del sistema, el difunto papa polaco conserva una popularidad asombrosa. Hasta ahora, en los alrededores del Vaticano, hay más fotos, afiches e insignias en su honor que de Benedicto XVI. Bergoglio también tiene un pasado con zonas poco felices. Tal vez Francisco lo haga mucho mejor y vaya en otra dirección que la que tomaron Juan Pablo II, Benedicto XVI y el mismo Bergoglio antes de ser el papa Francisco.


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