miércoles, 10 de abril de 2013

LA QUINUA: el regreso a la gastronomía latinoamericana. Cuidado con el boom del “grano de oro”.

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Este reconocimiento de la quinua contrasta con la tendencia comercial de priorizar la “comida chatarra” que para países como Estados Unidos se ha convertido en un grave riesgo a la salud pública. También desmitifica esa vieja división de “haute cuisine” occidental con los platos “étnicos”, lo que evidencia la tendencia de un movimiento culinario interesado en la salud del comensal, que prefiere optar por productos frescos, locales y de estación, creando posibilidades de fusión que lleva a opciones altamente refinadas como la de un “risotto de quinua” en cualquiera de sus presentaciones. Las ventajas en el cultivo de la quinua no sólo residen en sus tres mil variedades, su adaptabilidad climática y aportes nutritivos, la quinua trae el respaldo milenario de la cultura Andina que ha diversificado su preparación a través de los siglos y se convirtió en un elemento simbólico de la abundancia incaica.

La creciente demanda de quinua contribuye efectivamente a una subida de los precios, que se han triplicado en los últimos seis años. Pero aún más preocupante que el impacto en los precios de consumo de la quinua en Bolivia es el impacto en el uso de la tierra. La producción de quinua se está expandiendo a un ritmo vertiginoso en uno de los ecosistemas más vulnerables del planeta: suelos frágiles y pastos nativos del Altiplano. Antes estas tierras eran cuidadosamente administradas con períodos de barbecho (descanso) de ocho años o más. Ahora muchas áreas están en producción casi constante, amenazando con destruir por completo la fertilidad del suelo. Los rebaños de llamas que proporcionaban estiércol para fertilizar las parcelas de quinua durante milenios se han reducido para dar paso a monocultivos de quinua a gran escala. El gobierno está repartiendo tractores, y esta mecanización está permitiendo el cultivo de superficies cada vez mayores.
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La Asamblea General de la ONU, formalizó el lanzamiento del "Año Internacional de la Quinua", reconociendo a los pueblos Andinos que han mantenido, protegido y preservado este grano para las futuras generaciones.
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LA QUINUA: el regreso a la gastronomía latinoamericana.
Cuidado con el boom del “grano de oro”.
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José Fortique.

ALAI. América latina en Movimiento. Marzo del 2013.

El año 2013 ha sido declarado por la ONU como el año internacional de la quinua, en una batalla larga que data desde la época colonial, este producto agrícola de alto valor en la cultura andina ha abierto el debate por alcanzar el reconocimiento internacional, abriendo sus posibilidades para la exportación pero incidiendo en una nueva victoria política de la región en los foros internacionales en temas vinculados a culturas indígenas. Los dos representantes escogidos para abanderar este reconocimiento, involucran a los dos mayores productores del rubro: Evo Morales Ayma por Bolivia y la primera dama peruana Nadine Heredia Alarcón.

La globalización ha incidido en la estandarización de sabores, especies y productos que integran la cocina moderna, en un divorcio entre la tradición agrícola orgánica, la agricultura a escala implican millones de dólares en semillas transgénicas, agroquímicos y fertilizantes de alta toxicidad que se riegan para la obtención de cosechas inmediatas de alto rendimiento pero que involucran daños en la calidad del suelo y de los cuerpos de agua dulce. La alteración genética de los alimentos conlleva a un grave riesgo para la soberanía alimentaria, en un proceso de desplazamiento de semillas locales se imponen modelos de cultivos exógenos generando dependencia del sector a las grandes transnacionales que se reservan la propiedad de las patentes.

En Europa el activismo político por la agricultura sostenible lleva unas cuantas décadas de combate por un sistema de etiquetado que permita al consumidor conocer el origen real de los alimentos, hecho que en escándalos recientes como el de la carne de “caballo” ha revitalizado esta demanda que involucra también a los transgénicos. Las grandes corporaciones como Monsanto tienen en su haber una larga lista de denuncias por productos químicos adversos a la salud humana y animal, influencia política en gobiernos a través del soborno de funcionarios de alto nivel para permitir la entrada sin regulación de sus productos en condiciones monopólicas.

Este reconocimiento de la quinua contrasta con la tendencia comercial de priorizar la “comida chatarra” que para países como Estados Unidos se ha convertido en un grave riesgo a la salud pública. También desmitifica esa vieja división de “haute cuisine” occidental con los platos “étnicos”, lo que evidencia la tendencia de un movimiento culinario interesado en la salud del comensal, que prefiere optar por productos frescos, locales y de estación, creando posibilidades de fusión que lleva a opciones altamente refinadas como la de un “risotto de quinua” en cualquiera de sus presentaciones. Las ventajas en el cultivo de la quinua no sólo residen en sus tres mil variedades, su adaptabilidad climática y aportes nutritivos, la quinua trae el respaldo milenario de la cultura Andina que ha diversificado su preparación a través de los siglos y ser convirtió en un elemento simbólico de la abundancia incaica.

A finales de los 60 del siglo pasado, Herbert Marcuse en el Final de la Utopía planteaba que era posible erradicar el hambre y la miseria del mundo, el desarrollo tecnológico alcanzado para ese momento permitía la autosuficiencia global, 40 años después el “progreso científico” de la ingeniería genética descifró y modificó el mapa genético de gran parte de los alimentos, mientras los hambrientos en el mundo se incrementan y los programas de ayuda internacionales carecen de fondos suficientes. La paradoja de esta globalización es que mientras la información genética se convierte en un puntal del capitalismo informacional al decir de Castell, es la información agro – ecológica de los pueblos la que presenta alternativas decisivas para el combate contra la pobreza sin patentes, ni derechos corporativos.
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La Quinua. Alimento estrella, el "grano de oro" de los Andes, poco consumido por su población y desconocido en la alimentación del "mundo moderno", que privilegia la "comida chatarra".
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QUINUA: ¿Será comprar o no comprar la pregunta?.
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Tanya Kerssen.

ALAI. Marzo del 2014.

Últimamente hemos escuchado mucho acerca de la quinua. Mientras que los consumidores de EE.UU. la valoran como un “súper alimento” delicioso, existe una creciente ansiedad sobre el impacto del boom de la quinua en los países andinos, y en particular en Bolivia, el primer productor mundial. Los medios de comunicación en el Norte se han centrado principalmente en el hecho que la demanda global está provocando una subida del precio de la quinua, situando al alimento fuera del alcance de los pobres—incluso los mismos productores de quinua—obligándolos a consumir productos de trigo refinado, como el pan y el fideo, que son más baratos pero que tienen bajo valor nutricional. Según esta lógica, algunos sugieren, los consumidores del Norte deberían boicotear el “grano de oro” para bajar su precio y hacer que sea accesible de nuevo para los consumidores pobres.

Otros señalan que los campesinos del Altiplano por fin están obteniendo un precio justo por su quinua, uno de los pocos cultivos adaptados a su ambiente árido y de gran altura. Según esta perspectiva, los mercados mundiales están finalmente funcionando para los campesinos, y un boicot de parte de los consumidores del norte sólo dañaría a los pequeños productores de Bolivia.
En resumen, el debate ha sido en gran parte reducido a la mano invisible del mercado, donde las únicas opciones para corregir injusticias dentro de nuestro sistema alimentario mundial son impulsadas por la decisión de consumidores ricos: comprar o no comprar. Es la misma lógica que hace que los consumidores norteamericanos se sientan bien cuando compran una libra de café orgánica de comercio justo. No quiero descartar los muchos beneficios del comercio justo u otras formas de consumo ético, pero la problemática de la quinua demuestra los límites de las políticas de consumo. No importa cómo se presione la palanca (comprar más / comprar menos) habrá consecuencias negativas, en particular para los agricultores. Para afrontar el problema tenemos que analizar el sistema en sí, y las estructuras que limitan las opciones de los consumidores y de los productores.

La creciente demanda de quinua contribuye efectivamente a una subida de los precios, que se han triplicado en los últimos seis años. Pero aún más preocupante que el impacto en los precios de consumo de la quinua en Bolivia es el impacto en el uso de la tierra. La producción de quinua se está expandiendo a un ritmo vertiginoso en uno de los ecosistemas más vulnerables del planeta: suelos frágiles y pastos nativos del Altiplano. Antes estas tierras eran cuidadosamente administradas con períodos de barbecho (descanso) de ocho años o más. Ahora muchas áreas están en producción casi constante, amenazando con destruir por completo la fertilidad del suelo. Los rebaños de llamas que proporcionaban estiércol para fertilizar las parcelas de quinua durante milenios se han reducido para dar paso a monocultivos de quinua a gran escala. El gobierno está repartiendo tractores, y esta mecanización está permitiendo el cultivo de superficies cada vez mayores.

En un acto público a principios de febrero, el presidente Evo Morales brindó 65 tractores John Deere a 35 alcaldías en el departamento de Oruro para promover la expansión de la quinua. Que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) llame al 2013 Año Internacional de la Quinua, va de la mano con este gran impulso de la mecanización.

Al mismo tiempo, las tormentas de tierra son cada vez más comunes en el altiplano sur, un indicador de la progresiva desertificación de la región. La desertificación se caracteriza por suelos salinos, pérdida de nutrientes, erosión y disminución de rendimientos. Provocada por la mecanización de las prácticas agrícolas, como también por la ruptura del delicado equilibrio entre el pastoreo y la agricultura. La quinua se cultivaba principalmente en pequeñas terrazas en las laderas, ahora se está expandiendo sobre grandes áreas antes dedicadas al pastoreo de llamas. De esta manera, está eliminando la biodiversidad de los pastizales, tholares y bofedales—diversidad necesaria para la sostenibilidad de este sistema y para la adaptación al cambio climático.

Aunque nadie se opone a que los campesinos bolivianos deben obtener un buen precio por su cosecha, estas tendencias no pueden ser ignoradas, ni deben depender de las fuerzas del mercado global. Tal vez lo más trágico de todo es que, este auge (y los auges siempre son seguido de una caída) está llevando a los agricultores más vulnerables a degradar su propio ambiente, es decir, la base material para su propia supervivencia e identidad cultural, en nombre de la seguridad alimentaria a corto plazo.

Por todo el mundo, los campesinos tienden a tener una relación íntima y recíproca con el mundo natural—conocido en los Andes como Pachamama. Cuando esta relación comienza a romperse, generalmente se debe a que los campesinos tienen pocas opciones o ninguna. Lo que falta en la mayoría de los informes sobre la quinua en los medios de comunicación en el norte es una discusión sobre el rango de opciones políticas, es decir, más allá de los dos extremos indeseables de la pobreza, por un lado, y la destrucción del medio ambiente (invariablemente conduciendo de nuevo a la pobreza) por el otro.

Rara vez se discute la reforma agraria como una alternativa. Bolivia, al igual que la mayoría de países latinoamericanos, tiene una distribución muy desigual de la tierra, con miles de campesinos sobreviviendo en pequeñas parcelas en las tierras altas, mientras que las oligarquías (incluyendo a muchos inversores extranjeros) controlan enormes plantaciones en las tierras bajas, principalmente dedicadas a la exportación de soja y caña de azúcar. Durante las últimas décadas, esta desigualdad ha generado olas de migrantes rurales de las tierras altas hacía el trópico, incluidas las zonas de cultivo de coca, y a los crecientes suburbios de las ciudades. La demanda por las tierras también alimenta un creciente movimiento de los sin tierra, ahora organizados como el Movimiento Sin Tierra (MST) de Bolivia. Este movimiento presiona al gobierno boliviano para cumplir con sus promesas de reforma agraria como solución a la pobreza rural y la degradación ambiental.

Otra opción (las cuales no son excluyentes entre sí) sería reconstruir los mercados locales de alimentos que han sido diezmados por décadas de “ayuda alimentaria” e importaciones de EE.UU. ¿Podemos imaginar un futuro en que los productos de trigo altamente subsidiados de Estados Unidos no inundan el mercado boliviano, con un precio más barato que los alimentos andinos? Para ello sería necesario la voluntad política y la capacidad para regular las importaciones (es cierto, la dependencia comercial y los cambios dietéticos son cosas difíciles de deshacer). También requeriría el apoyo a los campesinos no sólo en la producción de productos para la exportación pero, más importante aún, para producir una gran variedad de plantas y animales para el consumo domestico, de manera adecuada para las ecologías locales. Es algo que los campesinos bolivianos ya saben hacer; han producido alimentos por miles de años en uno de los ambientes más diversos y desafiantes del mundo.

Bolivia tiene una serie de leyes en vigor (como la recién aprobada Ley de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien) demostrando que existe voluntad política por parte del presidente Evo Morales a favor de la soberanía alimentaria y la producción campesina para los mercados locales. Pero, como señala el agroecólogo Miguel Altieri:

Este discurso ahora se debe traducir en acción. Un punto de partida sería aprovechar las estrategias sostenibles de producción campesinas que han resistido la prueba del tiempo; movilizar los conocimientos indígenas y las prácticas ancestrales (uso de estiércol, rotaciones y barbechos, construcción de terrazas, etc.) y la difusión de estas experiencias a través de intercambios horizontales de campesino a campesino.

Aunque no hay una solución fácil a la problemática de la quinua—y mucho menos una solución impulsada por los consumidores del norte—el tema ha generado un debate importante acerca de nuestro sistema alimentario mundial. En esencia, se trata de un debate acerca de cuáles son las estrategias más eficaces para crear un sistema alimentario justo y sostenible. Las políticas de consumo, aunque forman parte de la caja de herramientas para efectuar el cambio, no son las únicas herramientas. Tenemos que examinar la gama completa de opciones políticas y estrategias para empezar a desarrollar soluciones reales.
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Tanya Kerssen es Coordinador de Investigación de Food First / Instituto para la Alimentación y Políticas de Desarrollo. Ella es autor del libro Grabbing Power: The New Struggles for Land, Food and Democracy in Northern Honduras.
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