domingo, 12 de mayo de 2013

FRANCIA MAYO DEL 68: 45 AÑOS DESPUÉS.

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PARÍS. Pensar que Mayo del 68 fue un movimiento social que se redujo al territorio de Francia es un absurdo. "Fue una revuelta planetaria. Si nos remontamos a los finales de los años 60, se observan revueltas tanto al este como el oeste, al sur como al norte. Prácticamente en todo el planeta estamos confrontados con revueltas, ocupaciones de universidades, manifestaciones... No podemos entender el significado de este fenómeno si lo reducimos a un solo país. La especificidad de Francia es que aquí la revuelta fue la más intensa, porque contrariamente a lo que sucedió en otros países, desembocó en una huelga general". Lo dice Daniel Cohn-Bendit, una de las figuras de proa del movimiento, 40 años después. Tampoco es acertado creer que el movimiento Mayo del 68 nació en París. Sus orígenes están al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, donde la contestación se forjó al calor de la oposición contra la guerra en Vietnam y la discriminación racista hacia la población negra. Al comienzo del 68, el movimiento de protesta contra el statu quo atravesó el océano para llegar primero a Alemania, donde el sociólogo Rudi Dutschke y sus seguidores despotricaban, tanto contra la rigidez del capitalismo del oeste como contra el comunismo stalinista del este.



Inspirados por la avanzada alemana, los estudiantes de la Universidad de Nanterre (vecina a París) decidieron sublevarse contra el régimen autoritario y represivo que sufrían en su centro de estudios. "Hace 40 años en toda Francia los jóvenes solo teníamos derecho a callarnos, la autoridad de los profesores era incuestionable, las relaciones y la moral estaban sometidas a reglas rígidas y puritanas. Imagínese que los chicos no podían visitar a las chicas en sus dormitorios de las residencias universitarias", cuenta a El Comercio Philippe Leduc, quien entonces acababa de concluir sus estudios de Química. El 22 de marzo, 142 estudiantes, entre los que estaba Daniel Cohn-Bendit, ocuparon el pabellón administrativo de la Universidad de Nanterre para reclamar la liberación de unos compañeros arrestados por haber destruido una vitrina del Banco American Express durante una manifestación contra la guerra de Vietnam ocurrida dos días antes. Firmaron un manifiesto que rezaba: "De la crítica de la Universidad a la Universidad crítica". Unas semanas después, el 2 de mayo, el rector, ante los constantes disturbios y la creciente agitación, decidió cerrar el centro superior. La solidaridad de la parisina Universidad La Sorbona fue inmediata. El 3 de mayo se organizó una manifestación de apoyo que llevó a la policía a invadir el claustro universitario. Entonces la chispa que incendiaría el llano se prendió: "Para nosotros resultaba inaceptable que las fuerzas del orden hubiesen ingresado a La Sorbona, eso no estábamos dispuesto a tolerarlo", recuerda Leduc. En un abrir y cerrar de ojos los estudiantes de las facultades conocidas como apolíticas, de las escuelas superiores y hasta de los liceos (secundaria) de todo París se sumaron a las protestas y tomaron las calles de la capital francesa.
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FRANCIA MAYO DEL 68: 45 AÑOS DESPUÉS.
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Luis Roca Jusmet.

Rebelión domingo 12 de mayo del 2013.

¿Cuándo acabo el Mayo del 68?, le preguntaron a Daniel Blanchard, agudo observador y participante en dichos acontecimientos. En Junio del 68, afirmó. La respuesta tenía algo de broma, y algo de cierto: la energía se perdió en gran parte en cuando acabó la movilización.

Sabemos que fue el síntoma de una transformación a largo plazo. El primer aspecto que reivindicaban era el fin de las instituciones jerárquicas. La sociedad era muy autoritaria en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde la familia (patriarcal) hasta política (el Presidente de Gaulle o su reverso, el PC francés) pasando, por supuesto por las instituciones educativas. Podemos preguntarnos ahora si en estos cuarenta y cinco años hemos ganado algo en este sentido. La respuesta es ambigua, ambivalente.

Jacques Lacan decía que hemos pasado del Discurso del Amo al Discurso Universitario. Ya no son poderes autoritarios, personalizados, patriarcales. Son poderes tecnocráticos, de expertos y gestores, de evaluadores anónimos. Gilles Deleuze hablaba del paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Michael Foucault es quien lo trabajó más, aunque murió a medio camino. Entendió que las sociedades disciplinarias que había estudiado en su célebre texto Vigilar y castigar se estaban transformando en formas de gobiernos que ejercían el poder indirectamente. Nikolás Rose lo ha desarrollado más en sus estudios sobre neoliberalismo social. Vargas Llosa, que es un liberal conservador, decía que Mayo del 68 había provocado la crisis de valores y autoridad que vivimos. Es cierto. El patriarcado ha caído y con él la autoridad, tal como nos mostraba el psico-sociólogo Gerard Mendel en su excelente análisis histórico de la autoridad. Cuando cae el patriarcado en la sociedad moderna la autoridad en todos los ámbitos tambalea. La sociedad es hoy más liberal en todos los aspectos, esto es lo que se ha ganado : derechos de la mujer, de los niños, de los homosexuales, de las minorías raciales y étnicas...

El otro aspecto que reivindicaban era la felicidad, la alegría. Contra las pasiones tristes contra el malestar, contra la infelicidad. Aquellos jóvenes veían (veíamos) que la forma de vida de nuestros padres, que la generación que heredábamos no era una sociedad de personas felices. Y que el consumo como expectativa solo generaba insatisfacción. La felicidad, ya lo sabemos, es una cosa muy compleja y que solo puede medirse en términos subjetivos (objetivarla es uno de los aspectos de la biopolítica, que también nos dice como ser felices). Pero aquellas gentes no parecían muy felices y queríamos otra vida, intentarlo de otra forma. Quizás tenía algo de ingenuidad porque como decía el viejo y sabio Freud la civilización comporta represión y por tanto malestar y nadie está dispuesto a negar las ventajas de un mundo civilizado. Pero aún aceptando esto podemos aspirar a un grado de felicidad y no conformarnos con ser víctimas de unas costumbres y una manera de vivir con la que no nos identificábamos. 

Podemos preguntarnos también si cuarenta y años después, en las llamadas sociedades avanzadas, somos más felices. Y yo también diría que no. La sociedad cada vez parece producir más infelicidad y la depresión tiene características de plaga social, añadida a otras como al anorexia, las adicciones... Parece cumplirse la fatal predicción de Nietzsche cuando decía que lo que llegaría si no éramos capaces de transformar los valores, era el nihilismo del último hombre. Aquí Nietzsche señalaba una cuestión central que era que para vivir intensamente, para querer vivir hay que aceptar el dolor y la muerte. Y no aceptamos ni una cosa ni la otra, por lo cual nos convertimos cada vez más en individuos que lo único que quieren es no sufrir y negar la propia finitud, la propia muerte. Y el precio es vivir a mínimos y guiados por una sociedad que cada vez nos ofrece más servicios para ser un rebaño que tiene la vida cada vez más reglamentada y que va desde los objetos tecnológicos hasta el turismo de masas, que por otra parte crean cada vez nuevas y mayores obligaciones para todos los que componemos, mal que nos pese, este rebaño.

Podemos pensar entonces que lo que vale la pena recoger de aquel movimiento es la lucha por la autonomía y la lucha por la felicidad. Esto, mal que nos pese, no es solo incompatible con el autoritarismo o las costumbres represivas ya que como bien nos recuerda Zizek ahora el imperativo es que hay que gozar. Con lo que es realmente incompatible es con el capitalismo. Ya sé que no conocemos alternativas globales y las que se han ensayado han fracasado pero hay que introducir una lógica diferente a él para conseguir el máximo de felicidad colectiva y el máximo de autonomía personal. Como ya vieron bien los jóvenes del Mayo del 68 con sus consignas anticapitalistas lo que nos ofrece el sistema es un engaño: una satisfacción aparente a través del consumo que no es felicidad y un individualismo que no es autonomía real.
En todo caso vale la pena no olvidarlo y buscar algo mejor que lo que tenemos. Estos valores de los que hablo, no lo olvidemos, sí son muestras del Progreso, que nos es otra cosa que lo que ganamos colectivamente en felicidad y en libertad. Es incompatible con el capitalismo.

En estos momentos de crisis intentemos recuperar algo de esta lucha por la autonomía y la felicidad que no pase por querer recuperar el consumismo.

No olvidemos tampoco que como planteaba Claude Lefort, también vinculado al movimiento, que las dos salidas al vacío de poder de las sociedades tradicionales son la democracia y el totalitarismo. Son las dos opciones que hoy podemos ver más claras en la crisis que vivimos del Estado oligárquico liberal que nos ha gestionado estos años.

No olvidemos tampoco que el capitalismo ha sobrevivido perfectamente a esta crisis de autoridad. Todo lo sólido se desvanece, decía Marx refiriéndose al capitalismo. Se equivocaron los que decía que la crisis de la familia patriarcal autoritaria sería el fin del capitalismo. El capitalismo sobrevive con parejas gay, con mujeres emancipadas y mucho más. Es la lógica del aumento incesante del capital y la mercantilización generalizada lo que lo define. Y se adapta muy bien a los cambios sociales. No será esto lo que lo matará.
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