lunes, 15 de diciembre de 2014

GUERRA HÍBRIDA ENTRE RUSIA Y OCCIDENTE. MOSCÚ MIRA AL SUR CON GANAS DE COMPRAR.

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De hecho, bajo el amparo de la crisis en Ucrania, Occidente encontró en la eficacia estratégica de Vladimir Putin un argumento para revisar sus concepciones y su misión. A finales de este año, la Alianza Atlántica debe concluir el retiro de sus tropas de Afganistán. Ahora, Ucrania le ha servido para reactivar sus ambiciones y volver a su misión esencial, es decir, la seguridad en Europa. Constituida por 28 países que representan a 900 millones de personas, la OTAN es hoy la alianza militar más grande que existe. Su roce con Rusia proviene también de sus propias metas y de las condiciones fijadas por Moscú. Europa lleva años intentando arrimar a su espacio político a zonas como Ucrania y Georgia. Ese acercamiento incluye también un ingreso parcial o total de esas repúblicas a la OTAN. Un acuerdo semejante con estas regiones pondría los ejércitos de Occidente a las puertas mismas de Rusia. Aquí, Vladimir Putin ha sido claro: “Las dos ex repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia no deben formar parte de la OTAN”. Ese era precisamente el proyecto que el ex presidente norteamericano George Bush puso en marcha en 2008. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la alianza fue ampliando sus zonas de influencia en los territorios del derrumbado imperio rojo. Primero lo hizo con las repúblicas bálticas de Lituania, Estonia y Letonia, y luego con una serie de ex aliados de la URSS repartidos en Europa: Bulgaria, Rumania, Albania, Hungría, Polonia, Republica Checa, Croacia y Eslovena.

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Presidente Obama de Estados Unidos y Putin de Rusia, en la coyuntura actual - donde suelan los tambores de guerra -son protagonistas de una "nueva" Guerra Fría. Conquista y dominio de los mercados, guerra de divisas, guerra entre las economías de la guerra y economías criminales de Occidente y Euro-asiáticas. Ambos Presidentes hoy también son protagonistas de una guerra de bloqueo económico - viejo estilo de los años 60' cuando se aplicó hasta hoy a la República Socialista de Cuba - . A la distancia existe una mirada que ambos mandatarios serán los actores de esta nueva Guerra Fría.
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GUERRA HÍBRIDA ENTRE RUSIA Y OCCIDENTE.
Vocabulario guerrero, acusaciones de tono alarmante y movimientos militares.
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En esta nueva guerra sin movilizaciones militares aparatosas, está en disputa mucho más que el territorio de Ucrania. Los dos imperios, Occidente y la Federación Rusa, se juegan en ese escenario sus poderíos futuros.
Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París lunes 15 de diciembre del 2014.
Guerra Fría, guerra seca, guerra tecnológica o guerra híbrida, las relaciones entre Occidente y Moscú está definidas bajo diferentes conceptos que exponen el antagonismo que se instaló entre los dos bloques desde que estalló la crisis con Ucrania. La Unión Europea y la Federación Rusa consumaron una ruptura que finalmente dio lugar a una suerte de guerra muy distinta a las que se conocieron hasta hoy.
Jens Stoltenberg, el secretario general de la Alianza Atlántica, asegura que “no queremos un conflicto con Moscú”. Pero el conflicto existe. A principios de diciembre, el presidente ruso Vladimir Putin denunció las intenciones de los “enemigos de ayer”. Según el mandatario, “Occidente quiere montar en Rusia el escenario de Yugoslavia, o sea, el hundimiento y el desmembramiento con todas las consecuencias trágicas que esto tendría para Rusia”. Hasta el ex presidente de la desaparecida Unión Soviética, Mijail Gorbachov, el hombre cuya política puso fin a la Cortina de Hierro y al Muro de Berlín, advirtió que “el mundo está al borde de una nueva Guerra Fría”.
Europa occidental, su comandante mayor, Estados Unidos, y su brazo armado, la Alianza Atlántica, la OTAN, no sólo ingresaron en una zona conflictiva con Rusia, sino que, también, hicieron de ese conflicto un pilar de su reactualización estratégica en Europa y un argumento para disputarle a Moscú la supremacía en una república tan sensible como Ucrania. En esta nueva guerra sin movilizaciones militares aparatosas, está en disputa mucho más que el territorio de Ucrania, la pertenencia de esta república al sol occidental o el destino de las regiones rusófonas del Este de Ucrania: los dos imperios, Occidente y la Federación Rusa, se juegan allí sus poderíos futuros.
Además de la salva de sanciones que el campo occidental adoptó contra Moscú luego de la anexión de Crimea por parte de Rusia y el empantanamiento de la guerra en el Este de Ucrania, el signo más tangible de la ruptura es la decisión tomada por el presidente francés, François Hollande, de no suministrar a Moscú uno de los dos barcos portahelicópteros Mistral que Francia le vendió a Rusia por un total de 1200 millones de euros. París supedita la entrega de los barcos a un alto el fuego real y a un acuerdo político sólido en Ucrania. Alemania y Francia, uno por la dependencia energética y el otro por los contratos que están en juego, diseñan mecanismos poco exitosos para llegar a ese fin. Las informaciones que Moscú y los occidentales suministran dan cuenta de la escalada permanente. Los dos antagonistas han rozado varias veces incidentes mayores. A finales de noviembre, el secretario general de la Alianza Atlántica reveló que en el curso de 2014 la aviación de la OTAN llevó a cabo acciones de intercepción en un porcentaje sin precedentes desde el fin de la Guerra Fría. Jens Stoltenberg declaró que “la actividad aérea rusa se intensificó en toda Europa. Por ello, los aviones de los países de la OTAN efectuaron más de 400 vuelos en respuesta a alertas de proximidad en el espacio aéreo de la OTAN, lo que equivale a un 50 por ciento más que el año pasado”. Por otra parte, convencida de que Moscú buscará expandirse territorialmente, la OTAN decidió crear una “fuerza de acción inmediata” con el objetivo de “proteger” a los países de Europa del Este. La concepción no puede ser más evidente: el nuevo enemigo ha dejado de ser el terrorismo internacional. La figurita antagónica es Rusia.
De hecho, bajo el amparo de la crisis en Ucrania, Occidente encontró en la eficacia estratégica de Vladimir Putin un argumento para revisar sus concepciones y su misión. A finales de este año, la Alianza Atlántica debe concluir el retiro de sus tropas de Afganistán. Ahora, Ucrania le ha servido para reactivar sus ambiciones y volver a su misión esencial, es decir, la seguridad en Europa. Constituida por 28 países que representan a 900 millones de personas, la OTAN es hoy la alianza militar más grande que existe. Su roce con Rusia proviene también de sus propias metas y de las condiciones fijadas por Moscú. Europa lleva años intentando arrimar a su espacio político a zonas como Ucrania y Georgia. Ese acercamiento incluye también un ingreso parcial o total de esas repúblicas a la OTAN. Un acuerdo semejante con estas regiones pondría los ejércitos de Occidente a las puertas mismas de Rusia. Aquí, Vladimir Putin ha sido claro: “Las dos ex repúblicas soviéticas de Ucrania y Georgia no deben formar parte de la OTAN”.
Ese era precisamente el proyecto que el ex presidente norteamericano George Bush puso en marcha en 2008. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, la alianza fue ampliando sus zonas de influencia en los territorios del derrumbado imperio rojo. Primero lo hizo con las repúblicas bálticas de Lituania, Estonia y Letonia, y luego con una serie de ex aliados de la URSS repartidos en Europa: Bulgaria, Rumania, Albania, Hungría, Polonia, Republica Checa, Croacia y Eslovena.
El nudo de este peligroso conflicto está en gran parte en ese expansionismo atlántico y en las sucesivas provocaciones occidentales a Putin. Ucrania es, para el mandatario ruso, la perla más preciada. Europa occidental ha insistido en su estrategia de traer a Kiev a su zona de influencia de una u otra forma: apoyando la revuelta pro occidental que acabó con el mandato del presidente ucranio Viktor Yanukovich, o buscando a toda costa concluir un acuerdo de asociación con Ucrania, como ocurrió este año. En respuesta a ello, Rusia avanzó los peones de lo que las cancillerías occidentales califican con una hipocresía muy audaz “la guerra de Putin”, o sea, lo que los estrategas militares de la Alianza Atlántica llaman “la guerra híbrida” que, según ellos, Rusia desencadenó en Ucrania. Esa idea de guerra híbrida nada tiene que ver con la guerra entre dos naciones –la convencional– o la guerra asimétrica –contra una fuerza con menos capacidad militar como una guerrilla por ejemplo–. Se trata de un conflicto en el cual uno de los actores –ahora Moscú– activa una suerte de mezcla de ejércitos convencionales con soldados sin uniforme, guerra de guerrillas, guerra de la información, movilización de civiles, ciberataques, levantamientos urbanos, instauración de focos de conflicto, grupos subversivos, presiones económicas. Ese es el guión con el que trabaja hoy la Alianza Atlántica.
Mientras los occidentales elaboraban una suerte de montaje diplomático para abrazar a Ucrania, Putin les preparó como respuesta un cóctel imprevisto. Por ahora, ni Moscú ni los occidentales rompieron el pacto que los liga desde 1997. Ese año, Rusia y la OTAN acordaron la llamada acta fundadora de la relación entre la alianza militar y Rusia. Mediante este texto, la alianza transatlántica declara que no “tiene ninguna intención, ni ningún proyecto o razón” de instalar arsenales nucleares en los nuevos países miembros. Por ahora hay un vocabulario guerrero, acusaciones de tono alarmante y claros movimientos militares en ambos lados. Pero todo apunta a que las renovadas ambiciones de la Alianza Atlántica y el propio diseño estratégico de Rusia aumenten el caudal de provocaciones y amenazas. A menos que la razón liberal, o sea, los intereses económicos y energéticos en juego, vengan a desarmar un conflicto en constante multiplicación.


La gira de Putin (aquí con Cristina Kirchner) por Brasil y Argentina fue resaltada como estratégica por Rusia.
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MOSCÚ MIRA AL SUR CON GANAS DE COMPRAR.

Sanciones y sintonía política impulsan negocios entre Rusia y Sudamérica.
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Aunque el comercio bilateral crece y las perspectivas son buenas, la amenaza de recesión para la economía rusa en el 2015, la caída estrepitosa del rublo y el hundimiento del precio del petróleo podrían socavar un aumento del intercambio.

Agustín Fontenla
Página/12 En Rusia
Desde Moscú lunes 15 de diciembre del 2014.
En el mes de agosto y como respuesta a las sanciones que impuso Occidente a Rusia por la crisis en Ucrania, Moscú decidió suspender por un año la importación de productos alimenticios de la Unión Europea, EE.UU., Canadá, Australia y Noruega. La decisión supuso la apertura de un negocio superior a los 10 mil millones de dólares para países exportadores como la gran mayoría de América latina.
Sin embargo, antes de que esa oportunidad se abriera, las relaciones entre Moscú y la región ya disfrutaban de un período de sintonía política sin precedentes. En julio, el presidente Vladimir Putin realizó una gira, catalogada de histórica por los medios rusos, por las principales capitales de América latina. En aquella oportunidad se reunió con sus pares Cristina Kirchner y Dilma Rousseff y aprovechó su estadía en Brasilia para dialogar con otros mandatarios del continente. La visita dejó promesas de cuantiosos negocios y declaraciones de peso. Sobre Argentina, afirmó que es su principal socio estratégico, y de Brasil destacó que se trata del mayor socio comercial en América latina. En general, señaló que Rusia debe recuperar su presencia en la zona, ya que la considera sumamente interesante y con un gran futuro.
Después de aquellas definiciones y del embargo a los productos alimenticios que trabó Rusia contra Occidente, las principales economías de Sudamérica muestran que en principio están aprovechando la oportunidad para conquistar el vasto mercado ruso. Una aspiradora que sólo en el 2013 importó más de 20 mil millones de dólares en alimentos. Así, en las góndolas de una de las principales cadenas de supermercados de Moscú, Azbuka Vkusa, los productos franceses, españoles y alemanes, entre otros, van dejando lugar a los uruguayos, brasileños, peruanos o argentinos.
Según datos del Ministerio de Economía de Rusia, sólo durante los meses de agosto y septiembre de 2014 Brasil aumentó sus exportaciones en 168 millones de dólares. Creciendo en 1,5 los envíos de carne de ganado, y en un 56 por ciento los de ave de corral. Precisamente sobre este ítem, el Ministerio de Agricultura de Brasil informó que en la comparación del período de enero a octubre del 2013 con igual período de 2014, se duplicó el volumen de las 39 toneladas a las 92 actuales, con un ingreso de 237 millones de dólares. En sintonía con este crecimiento, el Servicio Sanitario ruso Rosselkhoznadzor habilitó en noviembre tres establecimientos de productos lácteos de Brasil para la exportación de queso a Rusia. De este rubro, en lo que va del año se entregaron cinco habilitaciones y en general el país cuenta con más de 160 sitios en condiciones de exportar a la Federación. Para el ministro de Agricultura, Pesca y Abastecimiento de Brasil, Neri Geller, “constituye un hecho inédito que muestra la confianza de los rusos con la producción brasileña”.
En Argentina, el envío de carne congelada se incrementó un 30 por ciento, pasando de 65,6 a 88,1 millones de dólares, en la comparación de agosto-septiembre de este año con el pasado, según el Ministerio de Economía ruso. El aumento es de un 60 por ciento si se compara el período de enero a septiembre. Índices positivos también registran la leche y nata con un 15 por ciento y los aceites con un 42 por ciento, siempre según el organismo económico ruso. En tanto que para las cámaras locales argentinas, entre agosto y octubre de este año, Rusia se convirtió en el principal mercado de los cortes y trozos aviares congelados, por detrás de países como China o Sudáfrica. El director del Servicio Sanitario ruso dijo estar fascinado con la disposición de las autoridades argentinas para ampliar el negocio y aseguró que los acuerdos firmados pronto mostrarán sus resultados. Su prédica no es casual ni a título personal, forma parte de la renovada alianza ruso-argentina. Los rusos dan especial importancia a la amistad pero sobre todo a la lealtad, y la crítica de Cristina Kirchner a Occidente por su posición de “doble rasero” respecto de la anexión de Crimea constituyó un hecho muy valioso para el Kremlin. La presentación del canal ruso Russia Today en Argentina sería otra muestra de esa cooperación estratégica.
En cuanto al otro grande de Sudamérica, Chile, la relación podría estar dada más por el impacto de las sanciones que por la intensidad de las relaciones bilaterales con Rusia.
Los ciudadanos rusos son grandes consumidores de salmón, y con Noruega, su principal proveedor, afectado por el embargo, Moscú debió poner la mira en otros productores. Así, la industria pesquera chilena disfruta de una etapa dorada, con hasta 30 habilitaciones para sus establecimientos de producción de pescados y mariscos desde el inicio del embargo y una exportación que crece a pasos agigantados. Comparando los meses de agosto y septiembre de 2013 con los de 2014, la nación aumentó su exportación de pescado congelado en más del 70 por ciento y en mariscos el aumento es de 6,3 veces. Atento a no despertar susceptibilidades después del reclamo de la Unión Europa a América latina para no aprovecharse de las sanciones, el director de la Comisión de Comercio de la Embajada de Chile, José Campusano Alarcón, precisó que “esperamos que la situación que acontece se resuelva en beneficio de todas las personas y empresas de los países afectados”.
Perú, por su parte, que contó con el impulso de la visita de Ollanta Humala a Moscú, la primera de un presidente de este país a Rusia, recibió una veintena de habilitaciones para exportar pescado congelado a la Federación Rusa, además de ser el principal proveedor de productos horto-frutícolas de Sudamérica, según la Asociación de Gremios Productores Agrarios (Agap) del Perú. Su directora, Ana María Deustua, afirmó que están creciendo a un promedio de 10 millones de dólares por mes y que esperan cerrar el 2014 en 80 millones. En tanto que, Uruguay, también con un volumen de negocios menor al de Brasil y Argentina, experimentó un salto cualitativo en su exportación de quesos y pescados. Del primero, las ventas pasaron de 75 toneladas en julio de este año a 1298 en septiembre y 2.121 en octubre. En cuanto al segundo, el volumen exportado logró multiplicarse por cuatro del 2013 a lo que va del 2014. Hasta septiembre de este año, los tres grandes de Sudamérica muestran comportamientos dispares respecto del total exportado. Brasil creció un 6,1 por ciento, Chile disminuyó un 6,5 por ciento y Argentina lo hizo en un 2,8 por ciento. Es cierto que, de acuerdo con la tendencia por el efecto de las sanciones, los últimos meses del año deberían suponer un repunte en el cómputo final.
Las perspectivas son buenas y así lo reconocen desde Rusia y Sudamérica, sin embargo dos grandes interrogantes se abren a mediano plazo. Uno, si los productores sudamericanos podrán hacer frente a una exigente demanda rusa y consolidarse como proveedores confiables. Dos, si se repondrá el motor de la economía rusa. El rublo no para de perder valor frente al dólar, y su devaluación ya supera el 40 por ciento. Los precios del petróleo se derrumbaron un 30 por ciento desde mitad de año y hasta los pronósticos oficiales hablan de una recesión para el 2015. Así, un aumento del intercambio entre ambos bloques supone un gran desafío que dependerá más de lo económico que de las bellas declaraciones políticas.
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Colaboración: María Cervantes.

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