sábado, 30 de mayo de 2015

UNIVERSIDAD, PALABRA Y CIUDADANÍA.

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UNIVERSIDAD, MODA Y CIUDADANÍA?.- Hoy la Universidad, la formación que brinda a sus nuevos profesionales – es una inmensa factoría – donde forman ingenieros, abogados, enfermeras, antropólogos y/o sociólogos -. No hay educación social – lo primero y fundamental, para forjar y construir Ciudadanía; no hay educación Política – no política partidaria – sino Política como Ciencia, básica y fundamental en todo profesional para saber donde debe ubicarse para trabajar, en que medio social debe orientar y desarrollar su trabajo profesional. Estas dos grandes tareas y responsabilidades han sido totalmente abandonadas por la Universidad, bajo el argumento de que la Universidad no debe no debe formar profesionales “con política”. Señor la mayoría de Universidades en su Currículo han desaparecido – así han eliminado como si fuera algo positivo, decisivo, fundamental en pleno siglo XXI –las Asignaturas de las Ciencias Humanas, Sociales, Políticas. (Ejm. Pida o revise la malla curricular, en cualquier Universidad del Perú – Privada o Pública, en área de Ingenierías - de primero a quinto año, si existe un curso de Filosofía,  Investigación científico social,  Sociología, Lenguaje, y es mucho pedir de Comunicación. La Universidad hoy está de espaldas a la realidad.

Hoy si los grandes y más complejos problemas de la sociedad – no sólo peruana, sino latinoamericana, global – consideramos la corrupción – que asaltó y atravesó totalmente las instituciones nacionales , igual que la inseguridad ciudadana – producto de la corrupción, la injusticia social cada vez más profunda hiriente, voraz y salvaje, como parte de la desigualdad económico social – hoy mundializada o también la crisis de la “palabra” (“la degradación del lenguaje”) de la cual no sólo es responsable la Universidad – no sólo por no formar Ciudadanos – sino en parte “consumidores”, “clientes”, profesionales “libres” de toda formación SOCIAL, HUMANA – por ahí comienza para muchos negociantes de la Educación en general (la globalización de la educación), la Educación como negocio – en las mallas curriculares se quitó y destruyó los valores – personales y sociales – hoy se forman “técnicos” en el 90% de las universidades, - aún técnicos mediocres, no competitivos en nuestra propia sociedad -.


Los medios de comunicación – parte del poder fáctico local-global – son también responsables de la crisis y degradación del lenguaje. Siéntese una hora en casa mire la TV. (no por favor, radios o periódicos) ¿Revistas?, analice “la publicidad” y al final se levantará con horror al ver como se destruye el lenguaje – la comunicación pública –no sólo porque se utiliza niños – lo cual está prohibido, pero para el capital no hay nada imposible y para lograr sus intereses utiliza en el camino todo lo que encuentra disponible – si se trata de destruir al competidor, influir, llegar al “gran público” de su estrategia comercial - simplemente “adornar” la comunicación para llegar a ese 100% de sus objetivos estratégicos, que es la juventud – es un mercado altamente disputado por una “guerra de comerciales” y poderosas corporaciones y no interesa que lenguaje – que palabras puedes utilizar para influir en ese “gran mundo” también sin valores y altamente consumista y su adoración a la moda(la gran valoración del mercado y los “sagrados” intereses del neoliberalismo). Final, por ahora, “la religión, es el opio de los pueblos” NO? Muy difícil, discutible, pero con quien discutimos, si lo que encontramos en el camino son “adoradores del “dios” mercado”, consumidores fundamentalistas? hoy “la moda es el opio de los pueblos”, y para llegar hacia ese “dios”, no importa qué tipo de lenguaje utilizas, para convencer y competir – el mundo de los clientes, de los consumidores, no de los Ciudadanos -.
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UNIVERSIDAD, PALABRA Y CIUDADANÍA.
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Salomón Lerner Febres.

La República viernes 29 de mayo del 2015.

Sabemos que entre los grandes  enemigos de la democracia y de la salud de la cosa pública se hallan  los fenómenos de la corrupción y  el de la seguridad ciudadana.  Previas a esas patologías sociales y a otras igualmente nocivas hay una mayor que, justamente,  contribuye a que padezcamos esos males.  Se trata, a mi juicio, de lo que podríamos llamar “la degradación del lenguaje”, fenómeno que se presenta como reto que desafía a la educación en general y a la universitaria de modo más preciso.  Ello porque en tanto institución comprometida con la ciudadanía la universidad debe ser vigilante continua  del poder comunicante y de la misión ética que encierra la palabra. Antes que educar profesionales, antes que dar títulos a ingenieros, abogados o economistas, la universidad forma personas y la persona es el individuo trasladado hacia la plenitud de su identidad, reconocida por otros y por sí misma dentro de una comunidad de sentido.

Por desgracia, en las sociedades de nuestra región es cada vez más ostensible el deterioro de la palabra, tanto en los espacios de la vida pública como en los usos cotidianos de la cultura. No creo exagerar si afirmo que se va imponiendo entre nosotros –en mayor o en menor medida– lo que podríamos llamar la insignificancia: pérdida del sentido, incomunicación, desapercibimiento de los compromisos que contraemos al dar nuestra palabra como autoridades o como ciudadanos corrientes, sordera ante la interpelación de los demás y sobre todo ante el clamor de los desposeídos o los excluidos, complacencia en el debate estéril, concentrado más en la interjección y el apóstrofe, acaso en la salida ingeniosa, que en el argumento y la demostración.

Es en esa insignificancia donde hay que buscar, pues, los más graves obstáculos para el avance de nuestras sociedades. Ahí se podría encontrar, por lo pronto, la raíz de nuestra por lo común atribulada y frustrante pugna por el desarrollo, lucha angustiosa y al mismo tiempo inconducente por la falta de entendimiento de nuestras comunidades políticas y la consiguiente ausencia de metas claras, aceptadas y queridas por electores y autoridades. Arruinado el diálogo cívico, nuestros canales para tomar decisiones públicas claras resultan, en efecto, precarios y, sobre todo, equívocos, es decir, remitentes no a uno sino a varios sentidos posibles, según la interpretación de cada quien, y por lo tanto, inútiles para la formación del consenso y para la unión de fuerzas y voluntades. 

Quizá pensando en lo anterior fue que Octavio Paz escribió en El arco y la lira que “todo periodo de crisis se inicia o coincide con una crisis del lenguaje”, para agregar líneas más adelante que “no sabemos dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro”.

Frente a esa realidad vaciada de contenido, frente a la amenaza siempre vigente de la insignificancia, la universidad debe actuar en todo tiempo y en toda sociedad como el reducto y la fuente de la palabra con sentido. La discusión y la reflexión, el atesoramiento y la transmisión del saber, la construcción de puentes entre la meditación detenida y la acción que avanza están en su naturaleza desde siempre y siendo fiel a esa naturaleza una universidad es, también, leal con las sociedades que las albergan.


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