lunes, 15 de febrero de 2016

FRANCISCO: POR UN SUEÑO MEXICANO SIN EMIGRAR.

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Ante decenas de miles de personas que vinieron a escucharlo, el Papa dijo: “Quiero invitarlos nuevamente hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana, una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de pocos. Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”. Con otro tono pero con el mismo peso en las palabras, el pontífice ahondó la temática que había desplegado el sábado en el Palacio Nacional ante el poder político mexicano. En Ecatepec, la violencia es una sombra que acompaña a cualquiera que sale a la calle. En muchos, muchos años, nadie pareció conmoverse por ello, ni el actual presidente Enrique Peña Nieto, al frente del Estado de México entre 2005 y 2011, ni menos aún los obispos y cardenales de la curia mexicana, a cuya cabeza sigue estando el reaccionario Norberto Ribera.


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Francisco eligió Ecatepec, en la frontera de la Ciudad de México, para dar una multitudinaria misa.
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FRANCISCO: POR UN SUEÑO MEXICANO SIN EMIGRAR.
El Papa llamó a “primerear en todas las iniciativas  que ayuden a hacer de México una tierra de oportunidad”.
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Francisco eligió Ecatepec, uno de los municipios más pobres y violentos del país, para su primer encuentro con el pueblo. Allí, en la frontera de la Ciudad de México, redobló el mensaje cargado de denuncia contra la corrupción, la pobreza y la inmigración

Eduardo Febbro
Página/12 En México
Desde Ecatepec y Ciudad de México lunes 15 de febrero del 2016.
La escenografía se transformó de visita de Estado en viaje pastoral a uno de los municipios más pobres y violentos de México, Ecatepec. Hasta con los ojos cerrados se siente la pobreza en el olor a aguas estancadas que lo baña todo cuando el viento empuja las emanaciones que suben del arroyo de la Cañada, allí mismo donde aparecen decenas de cuerpos de mujeres desaparecidas. En el arroyo están los que no están en la tierra. El papa Francisco eligió Ecatepec para su primer encuentro con el pueblo y allí, en la frontera de la Ciudad de México, redobló el mensaje cargado de denuncia contra la corrupción, la pobreza y la inmigración como última salida. En el escenario de El Caracol donde se celebró la misa estaban las dos iglesias. La que Francisco encarna y quiere renovar, y la que gobierna los destinos eclesiásticos de México. En el centro hablaba el Papa, no lejos de él, a la derecha, estaba el obispo emérito de Ecatepec, Onésimo Cepeda, un ex agente de Bolsa convertido en sacerdote, consumidor de vinos delicados y amigo de empresarios poderosos.
Ante decenas de miles de personas que vinieron a escucharlo, el Papa dijo: “Quiero invitarlos nuevamente hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana, una tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de pocos. Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”. Con otro tono pero con el mismo peso en las palabras, el pontífice ahondó la temática que había desplegado el sábado en el Palacio Nacional ante el poder político mexicano. En Ecatepec, la violencia es una sombra que acompaña a cualquiera que sale a la calle. En muchos, muchos años, nadie pareció conmoverse por ello, ni el actual presidente Enrique Peña Nieto, al frente del Estado de México entre 2005 y 2011, ni menos aún los obispos y cardenales de la curia mexicana, a cuya cabeza sigue estando el reaccionario Norberto Ribera.
Ecatepec refleja la misma contradicción extrema que casi todo México: un lugar de una pobreza desoladora en un país luminosamente rico. Resulta por demás revelador contrastar las palabras de Francisco con la historia de Onésimo Cepeda, el obispo emérito de Ecatepec. Cepeda ha dado por consumada, sin más, la desaparición de personas y tiene en su haber la costumbre de tomar vino Chateau Petrus, partir a los balnearios europeos invitado por su círculo de amigos empresarios con quienes el obispo dio sus primeros pasos en la vida adulta. Su destino ha sido poco acorde con el mensaje que ayer ofreció Francisco cuando dijo “no acumulen fortuna”. Onésimo Cepeda jugó en terreno adverso durante los años en que ejerció como agente de Bolsa, fue dirigente de la banca privada, trabajó en empresas como el Grupo Financiero Banamex, Banamex-Citygroup, Ingenieros Civiles Asociados (ICA) y Televisa. Entre sus medallas figura haber creado, en los años 60, la inversora bursátil Inbursa acompañado del ultramillonario Carlos Slim. Según cuenta la prensa mexicana, cuando decidió abrazar el sacerdocio dijo que lo hacía porque “había que hacer algo por los pobres”. Cepeda dejó las finanzas y fue a estudiar al seminario de los Misioneros de Guadalupe. Luego viajó a Friburgo, Suiza, a estudiar teología. En 2010, lo acusaron de fraude y lavado de dinero a raíz de una turbia historia de cuadros pintados por artistas locales por un valor de 130 millones de dólares. Sus amistades han sido siempre hombres políticos, empresarios, el arzobispo primado de México y defensor a ultranza de los violadores de Los Legionarios de Cristo, Norberto Rivera, y el mismísimo fundador de los Legionarios, Marcel Maciel. Luz y sombra. El pastor de los pobres y el pastor de los ricos juntos en Ecatepec. La breve biografía del obispo emérito de Ecatepec es, en sí, una radiografía de la fosa que separa a la Iglesia mexicana de sus fieles. No es una “iglesia pobre para los pobres” sino una Iglesia de ricos que ignora a sus pobres.
Al menos, algunos pobladores de esta localidad seguirán disfrutando con la visita del Papa porque el municipio pavimentó varias calles del recorrido papal. Miles y miles de personas esperaron desde la noche que llegara el santo padre. Francisco llegó en helicóptero y luego se movió en el papamóvil hasta la zona especialmente montada para la misa, El Caracol. Nada borra, sin embargo, la sensación de miseria y desamparo que inunda el clima de esta ciudad. Ecatepec es una de los grandes suburbios más pobres del Estado de México y donde se ha registrado, según datos oficiales, el mayor número de feminicidios y de secuestros protagonizados por menores de edad. Ecatepec le ganó a Ciudad Juárez en lo que atañe a la desaparición de mujeres. La situación llegó a tal extremo que las autoridades del gobierno federal instauraron una “alerta de género”, pero sin resultados. Desde 2013, 600 mujeres han sido asesinadas o desaparecieron en Ecatepec. La vida, aquí, es polvorienta y peligrosa. El desempleo y la pobreza han hecho de Ecatepec una plataforma ideal para los narcotraficantes en busca de sicarios y mano de obra barata. ¿Qué puede la voz de la Iglesia y las intenciones de un Papa reformista ante un cuadro donde se mezclan la ausencia del Estado, el crimen organizado, los asesinatos, la falta de perspectivas y la pobreza? Puede, tal vez, lo que puede la esperanza: alumbrar, por un instante, los inciertos horizontes de la existencia.
Francisco regresó luego a la capital mexicana y visitó, junto a Angélica Rivera, esposa del presidente Enrique Peña, el Hospital Infantil de México Federico Gómez. Allí elogió a los médicos, habló de la enfermedad y regaló otras de esas palabras que ya componen su diccionario. Cuando se refirió a los tratamientos puso de relieve la importancia de la “cariñoterapia” en la cura de enfermedades graves.

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