sábado, 31 de diciembre de 2016

QUE TAN REALISTA ES LA AUTOSUFICIENCIA CHINA?

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LA AUTOSUFICIENCIA CHINA EN LA ALIMENTACIÓN DE SU POBLACIÓN.- “En sus inicios —a principios de la década de 1960—, la estrategia de seguridad alimentaria en China fue concebida como respuesta a las limitaciones de una economía cerrada al exterior, tanto por designio propio como a causa del boicot promovido por países capitalistas, no sólo los desarrollados sino también algunos en vías de desarrollo, como resultado de la entrada de China a la Guerra de Corea. A lo anterior se sumó el rompimiento ideológico y político con la Unión Soviética, acaecido en 1960, con lo que China quedó casi aislada del resto del mundo. En ese entonces, la seguridad alimentaria se interpretó como autosuficiencia en básicos (cereales, otros granos y oleaginosas), misma que con altibajos se ha mantenido a lo largo de medio siglo. Sin embargo, dicha estrategia ha experimentado cambios sustantivos, que le han permitido a la República Popular operar en las cambiantes circunstancias por las que ha atravesado a lo largo del tiempo.

El gobierno chino ha llevado a cabo esfuerzos sistemáticos por adecuar la estrategia de seguridad alimentaria a los diferentes contextos interno y externo a los que se ha enfrentado esta nación a lo largo de casi 50 años, pues lo que nació como una medida para asegurar la sobrevivencia de una población, en condiciones de aislamiento casi total respecto del resto del mundo, fue transformándose en un conjunto de políticas tendientes a la preservación de la independencia en el aprovisionamiento de alimentos a escala nacional, ello a pesar de haberse reducido considerablemente la limitante externa que prevalecía en los años sesenta del siglo XX, y que en ese entonces actuó como detonante de la estrategia de autosuficiencia en alimentos básicos al nivel de aldea rural.

La economía positiva nos indica que el comportamiento racional es aquel que se adhiere al principio de las ventajas comparativas en un contexto de libre mercado; en la realidad de una nación, existen circunstancias ineludibles a las que hay que adaptarse, y es a partir de éstas que se determinan prioridades y se toman decisiones de política económica. En China se introdujo una estrategia tendiente a la preservación de la seguridad alimentaria, que definitivamente tuvo costos económicos y sociales.


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Dr. Inmanuel Wallerstein, Sociólogo y Científico Social, una verdadera Autoridad Académica-Intelectual en el mundo de las Ciencias Sociales.
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QUE TAN REALISTA ES LA AUTOSUFICIENCIA CHINA?
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Inmanuel Wallerstein.

Rebelión viernes 30 de diciembre del 2016.

Hoy los países tienen sentimientos encontrados acerca del futuro, pero claro, algunos están más seguros de sí mismos que otros. En la actualidad, son muy pocos los países en los que gane la auto-confianza. Me parece que esto le ocurre a Estados Unidos, a Europa Occidental y Oriental, Australia, Oriente Medio, y a la mayor parte de África y América Latina. La gran excepción al pesimismo reinante es China.

China se dice a sí misma que está llevando a cabo la mejor economía-mundo para la gente. China muestra seguridad porque creen que su modelo económico está funcionando mejor hoy en día que hace algunos años y, que lo están haciendo mejor que los demás.

China también se dice a sí misma que crece más fuerte y rápido que su entorno geopolítico; en el Este y Sudeste de Asia y en gran parte del resto del mundo.

China observa despectivamente la prioridad que Estados Unidos le está dando a su posición en Asia. Al parecer están seguros del grado de auto-control del gigante estadounidense. Y, ahora que el impredecible Donald Trump llega al poder, China piensan que puede manejar la arrogancia imperial de los Estados Unidos.

La pregunta es, ¿qué tan realista es esta auto-evaluación de China? Hay dos premisas implícitas en la auto-confianza de China, cuya validez deben ser investigadas.

La primera es, ¿los países, o más bien los gobiernos de los estados, pueden controlar lo que está sucediendo con la economía-mundo?

La segunda, ¿podrán los países contener eficazmente el descontento popular, ya sea por la represión o por concesiones a las demandas populares?

Si esto último fue parcialmente cierto, alguna vez, en el sistema-mundo moderno, estas afirmaciones se han vuelto cada vez más inciertas con la crisis estructural del sistema capitalista en la que el mundo se encuentra hoy en día.

Cuando nos fijamos en la primera premisa, comprobamos que los países no tienen capacidad para controlar lo que les sucede con el sistema-mundo moderno. La mayor evidencia es lo que ha venido sucediendo, en los últimos años, a la propia China.

Sin duda, ningún estado ha trabajado tan duro como China para garantizar la continuidad de su alto rendimiento. China no ha dejado sus actividades al funcionamiento del "mercado". El gobierno de China ha intervenido constantemente en la actividad económica.

De hecho, han dictado prácticamente lo que se va a hacer y cómo se va a hacer. Sin embargo, a pesar de todo lo que ha hecho el gobierno, China se ha encontrando con preocupantes retrocesos este último tiempo.

El gobierno ha enfrentado estos contratiempos lo mejor que ha podido, pero solo ha logrado moderar la crisis, no prevenirla. No niego las acciones del gobierno chino. Simplemente insisto en que hay que darse cuenta de los límites de su eficacia.

Si nos fijamos en la arena geopolítica, China ha logrado que otros estados reconozcan su política de "una sola China". Teniendo en cuenta lo que era su situación hace cincuenta años, China lo ha hecho excepcionalmente bien en este campo. No obstante, recientemente Taiwan parece haber recuperando algo de terreno en su lucha por la autonomía. Tal vez esto sea una ilusión momentánea o, tal vez no.

La segunda premisa es aún más dudosa. Aunque los levantamientos populares contra regímenes autoritarios o corruptos no son nada nuevo, últimamente estos levantamientos son más frecuentes, más repentinos, e incluso tienen más éxito que en el pasado.

El ejemplo está justo al lado de China, en Corea del Sur. La presidente Park Geun-hye ha caído violentamente, de un día para otro, en las preferencias de la población. En estos momentos está siendo sometida a juicio político a pesar de su impresionante victoria electoral y del control que tiene sobre el aparato administrativo del estado.

Un vistazo a estos levantamientos muestran que, mientras que a menudo tienen éxito derrocando el régimen que está en el poder, ningún movilización popular ha sido capaz de crear un nuevo régimen perdurable.

No es que el gobierno chino, y el Partido Comunista de China, no sean conscientes de estas realidades. ¡Todo lo contrario! Sin embargo están convencidos que van a superar los obstáculos y lograran en los próximos diez a veinte años ubicarse como la estructura económica dominante en el mundo. Y, teniendo en cuenta esto, esperan prevalecer geopolíticamente sobre los demás, y en particular sobre los Estados Unidos.

Nadie puede estar seguro lo que pasara con esta rivalidad geopolítica. He hecho de abogado del diablo al cuestionar las dos premisas de la auto-confianza de China. Como siempre digo yo, visualizo la situación actual del mundo como una rivalidad entre dos grupos que están combatiendo no acerca de cómo administrar el actual sistema mundial, sino más bien sobre la sociedad que debe sustituir a un sistema capitalista que ya no es viable tanto para sus super-élites, como para las clases sociales y pueblos oprimidos.


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viernes, 30 de diciembre de 2016

AMÉRICA LATINA, EL MUNDO DOBLEMENTE AL REVÉS.

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“EL PADRE DEL NEOLIBERALISMO FRIEDICH VON HAYEK, afirmaba que El neoliberalismo es una doctrina concebida para imponer y legitimar la desigualdad social extrema. En los años setenta, ochenta y noventa del siglo XX, los ideólogos neoliberales decían públicamente lo que pensaban, entre otras cosas, que la desigualdad social, llevada a sus extremos más atroces, era buena y necesaria y, por tanto, debía ser fomentada por el Estado. Así repetían lo que habían aprendido de su maestro: en el pequeño libro considerado como obra fundacional del neoliberalismo, Camino de Servidumbre, impreso en 1944, el padre de esa doctrina, Friedrich von Hayek, afirmaba«toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho». Repárese en que Hayek planteaba que la justa distribución de la riqueza conduce a la destrucción del Estado de Derecho, es decir, que la justicia social es incompatible con la democracia liberal burguesa o, dicho a la inversa, que la democracia liberal burguesa es incompatible con la justicia social”.

EN TANTO QUE LA COMISIÓN TRILATERAL DEL CONGRESO, DIRIGIDA POR EL PROFESOR SAMUEL HUNTINGTON decía “En esa misma línea de pensamiento, el autor del capítulo sobre los Estados Unidos del Informe de la Comisión Trilateral, publicado en 1975, el profesor Samuel Huntington, decía: La operación efectiva del sistema político democrático usualmente requiere mayor medida de apatía y no participación de parte de algunos individuos y grupos. En el pasado, toda sociedad democrática ha tenido una población marginal, de mayor o menor tamaño, que no ha participado activamente en la política. En sí misma, esta marginalidad de parte de algunos grupos es inherentemente no democrática, pero es también uno de los factores que ha permitido a la democracia funcionar efectivamente. Huntington no lo menciona de manera explícita, pero queda bien claro que, para él, el funcionamiento de la democracia requiere que los sectores populares sean apáticos, que no se organicen, que no postulen a sus propios candidatos y candidatas, y que no voten por ellos. Para Huntington, el problema del mundo era una exacerbación de lo que él llamaba «igualitarismo democrático» de incontables «grupos de interés» que asediaban al Estado con demandas que este no estaba en condiciones de satisfacer. Con otras palabras, para él, el problema del mundo eran las reivindicaciones socio-económicas de los sectores populares que el Estado burgués no puede ni quiere atender, porque su función es defender los intereses del imperialismo y la oligarquía”.


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AMÉRICA LATINA, EL MUNDO DOBLEMENTE AL REVÉS.
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Roberto Regalado.

ALAINET miércoles 28 de diciembre del 2016.

A mediados de 1998, transcurridas más de tres décadas de globalización imperialista, dos de apogeo del neoliberalismo y casi una del derrumbe del bloque socialista europeo, el insigne escritor uruguayo Eduardo Galeano, fallecido en 2015, publicó el libro: Patas arriba. La escuela del mundo al revés. En sus páginas introductorias, Galeano escribió una nota titulada, «Si Alicia volviera», en referencia al conocido cuento infantil Alicia en el país de las maravillas. Esa nota dice:

Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista […].

En el capítulo titulado «Los modelos del éxito», Galeano sentenciaba:

El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria.

A dieciocho años de la publicación de la citada obra de Galeano, el mundo sigue estando al revés, pero eso ya no está tan a la vista. Digamos que durante esos más de tres lustros, quienes pusieron el mundo al revés, y lo siguen manteniendo al revés, desataron una campaña de saturación ideológica y mediática para ocultarlo.

El neoliberalismo es una doctrina concebida para imponer y legitimar la desigualdad social extrema. En los años setenta, ochenta y noventa del siglo XX, los ideólogos neoliberales decían públicamente lo que pensaban, entre otras cosas, que la desigualdad social, llevada a sus extremos más atroces, era buena y necesaria y, por tanto, debía ser fomentada por el Estado. Así repetían lo que habían aprendido de su maestro: en el pequeño libro considerado como obra fundacional del neoliberalismo, Camino de Servidumbre, impreso en 1944, el padre de esa doctrina, Friedrich von Hayek, afirmaba: «toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia distributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho». Repárese en que Hayek planteaba que la justa distribución de la riqueza conduce a la destrucción del Estado de Derecho, es decir, que la justicia social es incompatible con la democracia liberal burguesa o, dicho a la inversa, que la democracia liberal burguesa es incompatible con la justicia social.

En esa misma línea de pensamiento, el autor del capítulo sobre los Estados Unidos del Informe de la Comisión Trilateral, publicado en 1975, el profesor Samuel Huntington, decía:

La operación efectiva del sistema político democrático usualmente requiere mayor medida de apatía y no participación de parte de algunos individuos y grupos. En el pasado, toda sociedad democrática ha tenido una población marginal, de mayor o menor tamaño, que no ha participado activamente en la política. En sí misma, esta marginalidad de parte de algunos grupos es inherentemente no democrática, pero es también uno de los factores que ha permitido a la democracia funcionar efectivamente.

Huntington no lo menciona de manera explícita, pero queda bien claro que, para él, el funcionamiento de la democracia requiere que los sectores populares sean apáticos, que no se organicen, que no postulen a sus propios candidatos y candidatas, y que no voten por ellos. Para Huntington, el problema del mundo era una exacerbación de lo que él llamaba «igualitarismo democrático» de incontables «grupos de interés» que asediaban al Estado con demandas que este no estaba en condiciones de satisfacer. Con otras palabras, para él, el problema del mundo eran las reivindicaciones socio-económicas de los sectores populares que el Estado burgués no puede ni quiere atender, porque su función es defender los intereses del imperialismo y la oligarquía.

Para combatir a esos sectores populares, la Comisión Trilateral, integrada por oligarcas e intelectuales de derecha de los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, abogaba, en forma totalmente pública, a viva voz, por fomentar el gobierno de las élites, promover la apatía de las mayorías, limitar las expectativas de las capas sociales bajas y medias, aumentar el poder presidencial (es decir, el presidencialismo), fortalecer el apoyo del Estado al sector privado y reprimir a los sectores radicalizados del movimiento sindical, entre muchas otras medidas y acciones de igual corte antidemocrático, elitista, excluyente y discriminatorio.

Sirvan estas menciones a Hayek y Huntington para fundamentar la afirmación de que, entre las décadas de 1970 y 1990, los ideólogos neoconservadores y neoliberales decían abiertamente lo que pensaban. Lo hacían con el objetivo de que los estratos más favorecidos de la sociedad lo asumieran como propio y lo practicaran, y de que los estratos más desfavorecidos lo aceptaran con resignación, por ser supuestamente inevitable.

El imperialismo mundial y las oligarquías de Asia, África y América Latina, siguen pensando y actuando exactamente igual. La diferencia es que hoy, no solo no lo dicen, sino que mienten con impudicia. En los dieciocho años transcurridos desde que Galeano denunciara que el mundo está al revés, los ideólogos de la derecha aprendieron a esconder su verdadero pensamiento y a asumir, de modo hipócrita, por una parte, los principios y valores de la democracia liberal burguesa emanados de la Ilustración y la Gran Revolución Francesa del 1789, principios y valores de los cuales Hayek, Huntington y todos los de su clase, renegaron y execraron y, por la otra, se han apropiado y han profanado principios y valores de los movimientos populares y las fuerzas políticas de la izquierda del siglo XX, como la defensa de los derechos humanos.

¿Por qué ese cambio? Debido a que pocos meses después de la publicación de esta obra de Galeano, a finales del propio año 1998, el comandante Hugo Chávez Frías abrió en América Latina una larga cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas; debido a que, en virtud del acumulado de lucha de los pueblos, del rechazo universal a los métodos represivos históricamente empleados por las clases dominantes, y a las atroces consecuencias de las políticas neoliberales, movimientos populares y fuerzas políticas de izquierda y progresistas han sido electas y reelectas al gobierno en un considerable número de países de América Latina, por los medios y métodos de la democracia liberal burguesa. De modo que el cambio se debe a que los movimientos populares y fuerzas de izquierda de América Latina crearon las condiciones para utilizar, a su favor, los medios y métodos de un sistema político que había sido concebido para excluirlos del poder, para excluirlos del gobierno, para excluirlos del Estado, para excluirlos de toda participación política efectiva.

Por este motivo, los ideólogos de la derecha ya no pueden decir públicamente que la justicia social es incompatible con la democracia liberal burguesa o, vuelvo a decirlo a la inversa, porque se entiende mejor, que la democracia liberal burguesa es incompatible con la justicia social. Tampoco pueden decir públicamente que la exclusión de los sectores populares es una premisa del funcionamiento efectivo de ese sistema político democrático burgués.

En los países donde la izquierda ejerce el gobierno, las oligarquías, sus centros de propaganda, sus medios de comunicación y sus jueces y demás instrumentos, junto a las embajadas de los Estados Unidos y demás potencias imperialistas, se lavan las manos, como Poncio Pilatos, y culpan a la izquierda de todas las lacras, vicios y deformaciones inherentes al sistema político imperante: enlodan las palabras democracia, transparencia, probidad, derechos humanos, ciudadanía, libertad de expresión, división de poderes, Estado de Derecho, y muchas otras. Pero, en los países donde la derecha sigue gobernando, esos temas ni los mencionan.

Los ideólogos de la derecha no dicen que sus antepasados del siglo XVIII fueron enemigos a muerte de la construcción del sistema político democrático liberal burgués, enemigos a muerte del concepto de ciudadanía y del sistema de partidos políticos. Tampoco dicen que durante toda la segunda mitad del siglo XIX se opusieron al voto para todos los hombres, y que, hasta ya adentrado el siglo XX, se siguieron oponiendo al voto para las mujeres; no dicen que sus antepasados fueron enemigos jurados de que las mujeres y los hombres del pueblo, las ciudadanas y los ciudadanos, se organizaran en partidos políticos para conquistar y defender sus derechos políticos, económicos, sociales y culturales. No dicen una palabra de Hayek o de Huntington, ni de Friedman, de Herrstein, de Murray o de Rockefeller. No mencionan a Ronald Reagan ni a Margaret Thatcher, los principales promotores de la universalización del neoliberalismo en la década de 1980. Tampoco mencionan a los gobernantes latinoamericanos de inicios de los años noventa, causantes de la exclusión y la marginación de millones de latinoamericanos y latinoamericanas, como Carlos Andrés Pérez, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menem o Alberto Fujimori.

Parafraseando a Galeano, hoy podemos decir que el mundo está doblemente al revés, porque no solo siguen reinando los antivalores que él denunció, sino que, además, se justifica y defiende ese reinado con la mentira grosera. Hoy vienen a los países gobernados por partidos de izquierda y progresistas los heraldos de las internacionales de derecha (liberales, conservadores, demócrata cristianos y socialdemócratas, entre otros), y sus ONG’s financiadas con dinero de los monopolios transnacionales, a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general con las ideas fundacionales más avanzadas del pensamiento político liberal de los siglos XVIII y XIX, sin decirles que no fueron graciosas dádivas de sus antepasados oligarcas, sino conquistas arrancadas a ellos por nuestros antepasados, es decir, por los movimientos obreros, socialistas y femeninos de aquella época. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general, como si aquellas ideas fundacionales de la democracia liberal burguesa todavía fuesen puras, inmaculadas, respetadas y vigentes, como si el pensamiento neoconservador y neoliberal del siglo XX no hubiese renegado y abjurado de ellas. Hoy vienen a embaucar a nuestra juventud y a nuestro pueblo en general, como si no hubiesen sido las luchas de los movimientos populares y las fuerzas políticas de izquierda y progresistas las que les arrancaron a ellos los espacios democráticos existentes en la actualidad.

Ahora bien, esa manipulación hipócrita de los principios fundacionales de la democracia liberal burguesa y de algunas banderas de la izquierda solo impera en los países gobernados por fuerzas de izquierda y progresistas, mientras dichas fuerzas se mantienen en el gobierno. Cuando la derecha neoliberal logra recuperar el control del Poder Ejecutivo del Estado, como sucedió en Argentina y Brasil, de inmediato renacen los espectros de Hayek, Huntington, Friedman, Herrstein, Murray, Rockefeller, los espectros de Reagan y Thatcher, los espectros de Pérez, Salinas de Gortari, Menem, Fujimori y otros. De inmediato cesa la verborrea contra la supuesta partidocracia, desaparecen de escena las organizaciones pretendidamente defensoras de la ciudadanía, y los magistrados venales pasan, de la judicialización de la política, a la criminalización de las lideresas y los líderes de izquierda y progresistas, como hacen hoy en Argentina contra la ex presidenta Cristina Fernández y muchas figuras de su gabinete y del Frente para la Victoria, y como hacen hoy en Brasil contra los ex presidentes Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff y muchas figuras de sus gabinetes y del Partido de los Trabajadores. Y, también de inmediato regresan las privatizaciones, la negación de los derechos sindicales, los despidos masivos, las reducciones salariales, los incrementos de precios, la entrega del país a los monopolios transnacionales, y todo lo demás que ya conocimos y sufrimos. Esos son los objetivos que la derecha persigue hoy con su campaña desestabilizadora contra los gobiernos de los presidentes Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y Salvador Sánchez Cerén en El Salvador. A raíz de la reciente reelección del presidente Daniel Ortega, ahora están recrudeciendo esa campaña en Nicaragua.


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jueves, 29 de diciembre de 2016

LLEGÓ LA HORA DE RESUCITAR LA ECONOMÍA KEYNESIANA?.

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SI LA GLOBALIZACIÓN HA MUERTO, dinamitada internamente y asesinada públicamente por sus propios fundadores, por quienes a lo largo de estos 40 años gozaron de todos los adelantos, cambios, innovaciones y transformaciones que se operaron dentro del sistema mundo, desde las lejanas revoluciones internas de la década de los 70’ del siglo XX, revoluciones: tecnológica,  la comunicación electrónica,  transporte, así como los dos Grandes “Cambios de Época Histórica – años 70 del siglo XX, el primero, el fin del capitalismo industrial, del Estado de Bienestar Social y el Poder Sindical y por su puesto años más tarde, el fin de la Guerra Fría y la Bipolaridad Mundial . – capitalismo-Socialismo -, así como los grandes movimientos sociales que se generaron dentro del propio sistema: Derechos humanos, ambientales, feministas, civiles, culturales, de los niños, gays y lesbianas, consumidores, juveniles, etc – y el segundo gran Cambio de Época Histórica, producto de la gran crisis del 2008 y el propio fin de la Unipolaridad global y su sustitución por el Multipolaridad Mundial ( de carácter Multidimensional), El Poder Mundial, descentralizado y Regional, (Estados Unidos, Rusia, China, India, Brasil) el surgimiento de dos Nuevo Orden Mundial (Occidental-Imperialista- Estados Unidos, Unión Europea, Canadá, Japón, es decir, el G-8) y el Oriental- ruso-chino-indo-medio oriente, así como el surgimiento y nuevo posicionamiento mundial de las llamadas economías BRICS.

Además precisando que a lo largo de estas 4 décadas de vigencia del sistema globalizado del libre mercado, se presentó en su interior, la década de los 90 dos acontecimientos económico-políticos que logran cambiar la visión del sistema mundo: Primero el proceso interno dentro de la globalización de la Gran Deslocalización Empresarial, cuando primero cientos y años después miles empresas multinacionales y corporaciones transnacionales migran hacia el Oriente Medio – China, India, Vietnam, Tailandia, Singapur, Hong-Kong. Taiwán – y el norte de México, Centro América y el Caribe, originando serios problemas internos del lugar donde salían las empresas – o dejando millones de trabajadores en la calle, desocupados, o “mejorando” con nuevas formas de contratación de mano de obra en los países a las cuales migran las empresas, donde logran sextuplicar, decuplicar sus ganancias, eliminando derechos sociales-laborales y creando un “nueva masa de explotados”, los nuevos esclavos asalariados del mundo, hoy en cerca de mil millones.


Y Segundo, en la propia década de los 90’ impuso, desde los organismos multilaterales del Fondo Monetario Internacional FMI- y el Banco Mundial, BM,  las políticas globales del llamado Consenso de Washington, que en definitiva era la Ideología y Política del neoliberalismo – salvaje, corrupto e inhumano – el  que se imponía a nivel mundial.  Hay en estos 40 años de globalización y libre mercado, de movimientos sociales anti-globalización otros grandes acontecimientos internos – países, el fin de la Unión Soviética -, regionales, como en los últimos tiempos el descuartizamiento político de la Unión Europea, la guerras regionales – mundiales como la crisis migratoria – transformada en crisis humanitaria – millones de niños, mujeres y hombres de oriente medio con dirección a Europa o el propio terrorismo que ataca Estados Unidos y Europa y la formación del Estado Islámico, su ejército Yihadista y el terrorismo internacional o el separatismo política, etc, etc.


Por estas y otras razones justificadas, es probable, que retornen las políticas Keynesianas, vigentes en el mundo después de la gran crisis de 1929 y los propios tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Una alternativa seria, ya vivida en el mundo en especial en los países capitalistas o por el otro lado es el Socialismo Democrático, Participativo, Ciudadano y Ecológico. La Ciudadanía del mundo nos dará la respuesta en el presente o los siguientes años, en especial si el nuevo presidente de Estados Unidos cumple con sus Políticas propuestas en campaña y con las cuales ganó las elecciones así como el propio destino histórico-político de la Unión Europea.

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John Maynard Keynes. Economista británico, - en la década de los 30 del siglo XX -sus teorías "salvaron" al mundo capitalista de la hecatombe económico-comercial del 1929 - la gran crisis - y de los años posteriores producto de la Segunda Guerra Mundial. Hoy vuelven su Doctrina, sobre la necesidad frente al "asesinato" de la globalización, se reclama la "vuelta" del Estado de Bienestar Social o Estado Keynesiano.
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LLEGÓ LA HORA DE RESUCITAR LA ECONOMÍA KEYNESIANA?.
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Larry Elliot,
The Guardian martes 27 de diciembre del 2016.

Imaginemos este escenario: a finales de 1936, poco después de la publicación de la Teoría General, su clásico, John Maynard Keynes es congelado criogénicamente para ser devuelto a la vida 80 años después.

El panorama en ese momento era desalentador. Empezaba la Guerra Civil en España, las purgas de Stalin estaban a toda marcha y Hitler había desobedecido el Tratado de Versalles remilitarizando la región de Renania. La recuperación de la Gran Depresión aún era frágil, era el año de la marcha de Jarrow en Reino Unido y Franklin D. Roosevelt ganaba por segunda vez las elecciones presidenciales en EEUU.
Cuando se despierta en 2016, Keynes quiere saber qué ha ocurrido en las últimas ocho décadas. Le dicen que el desempleo masivo de los años treinta se resolvió por fin pero solo porque las grandes potencias redoblaron la producción militar mientras se lanzaban a la guerra por segunda vez en 25 años.

La buena noticia, se entera Keynes, es que las lecciones de los años treinta fueron aprendidas. Los gobiernos se comprometieron a mantener la demanda en un nivel alto para lograr el pleno empleo. Además, reciclaron los impuestos acumulados durante los años de crecimiento sólido y los convirtieron en mayor inversión en infraestructuras públicas. También tomaron medidas para asegurarse de que la brecha entre ricos y pobres fuera cada vez menor.
La mala noticia es que lo aprendido un día se olvidó. El período entre la reelección de Roosevelt y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se puede dividir en dos partes: los 40 años hasta 1976 y los 40 siguientes.

Keynes descubre que los gobiernos se han apartado de sus ideas. En lugar de registrar superávit presupuestarios cuando tienen viento a favor y déficits en las épocas de vacas flacas, funcionan con déficit todo el tiempo. Los gobiernos no saben distinguir entre inversión y gastos corrientes.

En el Reino Unido, diciembre de 1976 marca un punto de inflexión. A principios de ese mes se produjo un momento crítico cuando el Consejo de Ministros, dividido y sumido en el caos, acordó adoptar la austeridad a cambio de devolver un préstamo del Fondo Monetario Internacional, necesario para apoyar a una libra en caída libre.
Después de eso, le dicen a Keynes, ha habido un cambio de paradigma. Los miembros del Partido Laborista habían sido monetaristas a su pesar; los fieles de Thatcher que llegaron después eran fieles creyentes. Levantaron los controles al movimiento de capitales, abandonaron el pleno empleo como objetivo principal de las políticas económicas, redujeron el poder de los sindicatos, recortaron los impuestos para los que más tenían, y permitieron que se profundizara la desigualdad y que las finanzas crecieran a medida que bajaba la producción.
Ni una palabra más, dice Keynes, ya sé qué pasó después. La embestida contra las organizaciones de trabajadores y los recortes en el gasto público achicaron la demanda efectiva, disimulada por la baja en las tasas de interés. El dinero barato causó un pequeño aumento de inversiones productivas aunque menor comparado con la especulación en la bolsa de valores y el mercado de propiedades. Finalmente, la burbuja explotó y, igual que en 1929, se desencadenó una terrible crisis económica.

Eso explica por qué los titulares de los periódicos que Keynes lee en el año 2016 se parecen tanto a los de 1936 con las altas tasas de desempleo y la falta de crecimiento que entonces y ahora generaron un enorme resentimiento. Eso explica también los resultados de los referendos en el Reino Unido y en Italia, los de las elecciones presidenciales en EEUU y el creciente apoyo a los partidos de la extrema derecha en Francia y Alemania.

Aun así, Keynes se sorprende al descubrir que la crisis no ocurrió ni en 2016 ni en 2015, sino ocho años antes. ¿Qué ha pasado durante todo ese tiempo?, se pregunta el economista británico.
Le explican que, en un primer momento, los bancos centrales rebajaron las tasas de interés a niveles nunca vistos. En el Reino Unido, los costes de endeudamiento se redujeron hasta 0,5%, un porcentaje aún más bajo que el mínimo de 2% con el que la libra salió del patrón oro en 1931. No fue todo. Los bancos centrales también compraron bonos del sector privado con el objetivo de aumentar el suministro de dinero y reducir así el tipo de interés del mercado (también llamados tipo de interés a largo plazo).

Las dos iniciativas merecen la aprobación de Keynes. En su trabajo aconsejaba políticas monetarias agresivas para que las tasas de interés más bajas estimulasen las inversiones del sector privado: en la mayoría de los casos, es lo que saca a las economías de la recesión.
¿Qué han hecho los gobiernos?.

Pero, dice Keynes, la política monetaria tal vez no sea suficiente si la caída es grave. Hay ocasiones en que no importa lo bajas que estén las tasas de interés, las empresas privadas no invierten porque ven el futuro como demasiado incierto. La gente ahorra el dinero en lugar de gastarlo. Las políticas monetarias se vuelven como el soma, la droga del libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley: calma los ánimos y oculta el hecho de que algo raro está sucediendo.

A Keynes le cuentan que se necesitaron dosis cada vez más grandes de soma para que la economía global siguiera funcionando, con bajas inversiones que derivaron en una pobre productividad y con tasas de crecimiento muy por debajo de las registradas en los años previos a la crisis. Keynes hace la pregunta obvia: si las políticas monetarias dejaron de ser efectivas, ¿qué han hecho los gobiernos para ayudar?

Es obvio poner el tema sobre el tapete. La Teoría General de Keynes puntualiza que el deseo de invertir del sector privado se ve afectado por “espíritus animales”. Cuando están bajos, los gobiernos deberían interceder con inversión pública, incluso a costa de crear un déficit presupuestario más elevado: gracias al mayor crecimiento que resultará de esta medida, la inversión se pagará a sí misma con creces.

Keynes se horroriza cuando le dicen que, salvo un breve estímulo colectivo en el año 2009, no se siguió este enfoque. Los gobiernos empezaron a preocuparse enseguida por el tamaño de los déficits y recortaron la inversión pública.

Pero un bajo crecimiento significa que la reducción del déficit llevará más tiempo del esperado y las tasas de interés ultra bajas durante gran parte de la década han vuelto a derivar en burbujas en el precio de los activos. Los niveles de endeudamiento del sector privado están subiendo. Para Keynes, todo es predecible de una forma deprimente. Hora de volver a 1936.

Pero antes de que regrese a su tiempo, le piden a Keynes un consejo para los legisladores de 2016. El economista dibuja tres alternativas al estado actual de las cosas. Los planes de recortar los impuestos y gastar en infraestructura de Trump producirán a corto plazo un gran crecimiento, pero Keynes no está muy entusiasmado. Teme que la inversión en el tipo de infraestructura pública que EEUU necesita verdaderamente no sea mucha y que el estímulo esté mal enfocado.

La segunda opción sería abusar de las tasas de interés, en mínimos, y lanzarse a pedir préstamos para proyectos de inversión a largo plazo. Según Keynes, los gobiernos podrían hacerlo sin alarmar a los mercados mientras sigan sus enseñanzas y los préstamos sean solamente para invertir.

La tercera opción requiere más creatividad con la expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), dice Keynes. En lugar de usar el dinero sólo para el juego de la especulación, ¿por qué los gobiernos no lo aprovechan para financiar la infraestructura? Construir viviendas con la QE tiene sentido; inflar el valor de las viviendas, no.

Hay otra salida, añade Keynes, a la que nos estábamos acercando poco a poco en 1936. Llegó tres años después. No la recomiendo.

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Fuente: ElDiario.es Traducido por Francisco de Zárate.


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miércoles, 28 de diciembre de 2016

LA GLOBALIZACIÓN HA MUERTO.

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LA GLOBALIZACIÓN SE AGOTA. ES LA HORA DE LOS BRICS. Emir Sader. Cuando triunfó en la Guerra Fría, el bloque occidental, comandado por EE.UU., anunció que la historia llegaba a su final. Habría acontecimientos, pero nada afuera de la economía capitalista de mercado y de la democracia liberal. Ese era el fin de la historia. La globalización neoliberal se encargaba de hacer universales esos esquemas económicos y políticos. La Pax americana se imponía. Pero el pasaje de un mundo bipolar a uno unipolar bajo la hegemonía imperial norteamericana no trajo ni paz, ni desarrollo económico. Al revés, se multiplicaron los focos de guerra y la recesión económica se globalizó. La crisis recesiva en el centro del sistema, que empezó en 2008, no tiene ni plazo, ni forma de terminar. Las políticas de austeridad asumidas por todos los países europeos son máquinas de generación de inestabilidad social y política, al quitarles legitimidad a los sistemas políticos y a los partidos tradicionales.

El Brexit fue una expresión muy evidente del malestar provocado por la globalización, del que la elección de Donald Trump es una confirmación. Se generaliza el rechazo a los efectos de la globalización neoliberal. Los gobiernos y partidos que insisten en esa dirección son sistemáticamente derrotados. La crisis de agotamiento de la globalización arrastra consigo a la democracia liberal, que pierde legitimidad al no expresar los sentimientos de la mayoría de la población. El fin de la historia desembocó en el fin del neoliberalismo, cuyo horizonte de superación está representado por los BRICS. Más que ser una agrupación de países, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) empezaron a dibujar un nuevo orden económico y político internacional, para sustituir la construida al final de la Segunda Guerra Mundial, basada en el Banco Mundial, en el FMI y en el dólar. Cuando la globalización muestra sus límites, condena a las economías a un estancamiento sin fin, provoca la perdición de los sistemas políticos que se basan en ella, es un período histórico que se cierra. En lugar de lo que tantos pregonaban (el supuesto fin de ciclo de los gobiernos progresistas de América latina), lo que se da es un final de ciclo en carne propia, con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y los cuestionamentos que Trump hace a los tratados de libre comercio y de otros pilares de la globalización.

La globalización se agotó sin lograr que la economía mundial volviera a crecer, al contrario, naturalizando la recesión a escala mundial. Tampoco logró disminuir los conflictos en el mundo; por el contrario, los multiplicó. El mundo que surge del Brexit, de la elección de Trump, de la profunda  crisis de la Unión Europea y, sobre todo, de los BRICS, es un mundo de transición entre el de la globalización comandada por los EE.UU. y su modelo neoliberal, y el que apunta hacia mecanismos de recuperación del desarrollo de resolución negociada de los conflictos internacionales, de fortalecimiento de los Estados nacionales y de los procesos de integración regional y de intercambio Sur-Sur. En ese momento, América latina tiene, más que nunca, que profundizar sus procesos de integración y, sobre todo, acercarse a los BRICS, a su Banco de Desarrollo y su fondo de reservas. Al contrario, buscar retomar lazos privilegiados con EE.UU. es un camino con el destino opuesto, es condenarse a la recesión, alejarse de los focos dinámicos de la economía mundial, volverse intranscendentes para el mundo, como había ocurrido en los noventa. Precisamente en este momento de agotamiento de la globalización y del modelo neoliberal a escala mundial, Argentina y Brasil retoman ese modelo, después de su fracaso en esos mismos países, en los años 90. Una señal más de que se trata de opciones en contra de la dinámica del mundo en el siglo XXI.


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Álvaro García Linera, vice-presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Sociólogo de Profesión hoy nos entrega un artículo en relación a la Globalización, que ratifica trabajos de Académicos a nivel global, que señalan que no solamente el Brexit de Inglaterra - retiro de la Unión Europea - o las políticas proteccionistas, presentadas y que llevaron al triunfo del señor Trump en Estados Unidos son los acontecimientos que generan en sí, la "muerte de la globalización".Es la continuación de la crisis económica mundial - y que el mundo será golpeado por un nuevo huracán financiero - y la profundización de la crisis de Occidente - la poli-crisis de Europa, no tiene salida inmediata -la guerras, la crisis de la migración transcontinental, la corrupción, la inseguridad, el separatismo, el golpe de la extrema derecha, son algunos de los acontecimientos mundiales que llevan definitivamente a la muerte de la globalización, y el rotundo fracaso de su ideología y política mundial con es el Neoliberalismo, anunciado por sus propios fundadores, defensores y "padres" como es el Fondo Monetario Internacional FMI.
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LA GLOBALIZACIÓN HA MUERTO.

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Álvaro García Linera.

Rebelión miércoles 28 de diciembre del 2016


El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jibarización de los Estados-nacionales en nombre de la libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la sociedad mundial terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, financiero y cultural integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las élites globalófilas del planeta.

La renuncia de Gran Bretaña a continuar en la Unión Europea ‒el proyecto más importante de unificación estatal de los últimos 100 años‒ y la victoria electoral de Trump ‒ que enarboló las banderas de un regreso al proteccionismo económico, anunció la renuncia a tratados de libre comercio y prometió la construcción de mesopotámicas murallas fronterizas‒, han aniquilado la mayor y más exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos. Y que todo esto provenga de las dos naciones que hace 35 años atrás, enfundadas en sus corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un mundo que se ha invertido o, peor aún, que ha agotado las ilusiones que lo mantuvieron despierto durante un siglo.

Y es que la globalización como meta-relato, esto es, como horizonte político ideológico capaz de encausar las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas de bienestar, ha estallado en mil pedazos. Y hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas expectativas comunes; lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es el mundo de nadie.

La medida geopolítica del capitalismo.

Quien inició el estudio de la dimensión geográfica del capitalismo fue Marx. Su debate con el economista Friedrich List sobre el “capitalismo nacional” en 1847 y sus reflexiones sobre el impacto del descubrimiento de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo ubican como el primer y más acucioso investigador de los procesos de globalización económica del régimen capitalista. De hecho, su aporte no radica en la comprensión del carácter mundializado del comercio que comienza con la invasión europea a América sino en la naturaleza planetariamente expansiva de la propia producción capitalista.

Las categorías de subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo al capital con las que Marx devela el automovimiento infinito del modo de producción capitalista, suponen la creciente subsunción de la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra, a la lógica de la acumulación empresarial, es decir, la supeditación de las condiciones de existencia de todo el planeta a la valorización del capital. De ahí que en los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica del capitalismo haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión continental y haya pasado, en los últimos 150 años, a la medida geopolítica planetaria.

La globalización económica (material) es pues inherente al capitalismo. Su inicio se puede fechar 500 años atrás, a partir del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho más.

Si seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi en su propuesta de ciclos sistémicos de acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), los Países Bajos (siglo XVIII), Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones vino acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial, luego productiva, tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de una expansión territorial de las relaciones capitalistas. Sin embargo, lo que sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta globalización económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o sentido común, es decir, como horizonte de época capaz de unificar las creencias políticas y expectativas morales de hombres y mujeres pertenecientes a todas las naciones del mundo.


Margareth Thacher y Ronald Reagan, entonces Primera Ministra de Inglaterra y Presidente de los Estados Unidos, sentenciaron "el fin del Estado de Bienestar Social, que venía desde la Segunda Guerra Mundial y los "30 años de gloria del capitalismo" y nos impusieron las Políticas del Neoliberalismo, el Fin de la Bipolaridad Mundial (tiempos de la Guerra Fría) años después surgirá la Unipolaridad global (Caída del Muro de Berlín), la privatización de las empresas estatales, destruyendo la organización Sindical( fin del Poder Sindical), sustituyeron el proteccionismo del mercado interno, por el libre mercado mundial. 
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El “fin de la historia”.

La globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35 años. Fue iniciada por los presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las empresas estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo del mercado interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado las relaciones económicas desde la crisis de 1929.

Ciertamente fue un retorno amplificado a las reglas del liberalismo económico del siglo XIX, incluida la conexión en tiempo real de los mercados, el crecimiento del comercio en relación al Producto Interno Bruto (PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron presentes en ese entonces. Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del ciclo sistémico de la que prevaleció en el siglo XIX fue la ilusión colectiva de la globalización, su función ideológica legitimadora y su encumbramiento como supuesto destino natural y final de la humanidad.

Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa creencia del libre mercado como salvación final no fueron simplemente los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales. El derrumbe de la Unión Soviética y el proceso de lo que Gramsci llamó transformismo ideológico de ex socialistas devenidos en furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo globalizador.

¡Claro! Si ante los ojos del mundo la URSS, que era considerada hasta entonces como el referente alternativo al capitalismo de libre empresa, abdica de la pelea y se rinde ante la furia del libre mercado ‒y encima los combatientes por un mundo distinto, públicamente y de hinojos, abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la globalización frente al socialismo de Estado‒, nos encontramos ante la constitución de una narrativa perfecta del destino “natural” e irreversible del mundo: el triunfo planetario de la libre empresa.

El enunciado del “fin de la historia” hegeliano con el que Fukuyama caracterizó el “espíritu” del mundo, tenía todos los ingredientes de una ideología de época, de una profecía bíblica: su formulación como proyecto universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado (el comunismo), la victoria heroica (fin de la guerra fría) y la reconversión de los infieles.

La historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal. Y, a partir de ese momento, sin adversarios antagónicos a enfrentar, la cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino simplemente ajustar, administrar y perfeccionar el mundo actual pues no había alternativa frente a él . Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente pues todo lo que se intentara hacer por cambiar de mundo terminaría finalmente rendido ante el destino inamovible de la humanidad que era la globalización. Surgió entonces un conformismo pasivo que se apoderó de todas las sociedades, no solo de las élites políticas y empresariales, sino también de amplios sectores sociales que se adhirieron moralmente a la narrativa dominante.


Fiesta y más fiesta, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos. La globalización ha muerto con el triunfo de los supremacistas blancos. Trump, No ha ganado las elecciones presidenciales gracias a la clase obrera blanca, sino a millones de ciudadanos de clase media y buena educación que tras buscar en el fondo de su alma, debajo de todos sus conceptos, ha encontrado a un sonriente supremacista y grandes reservas de misoginia sin usar.
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La historia sin fin ni destino.

Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta “del fin de la historia”, resulta que quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte victorioso, es decir, sin horizonte alguno. Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso clandestino.

Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de la lucha de clases y se coaligan para tomar el poder del Estado. Combinando mayorías parlamentarias con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de opciones posneoliberales mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de ser reemplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar igualdad e impulsar crecimiento económico.

Con ello, el “fin de la historia” comienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y nuevamente la rueda de la historia ‒con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas‒ se pone en marcha. Posteriormente, en 2009, en EE.UU. el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la bancarrota a los banqueros privados. El eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.

Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de exportaciones. Durante los últimos 20 años, este crece al doble del Producto Interno Bruto (PIB) anual mundial, pero a partir del 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la economía planetaria ni en la “prueba” de la irresistibilidad de la utopía neoliberal.

Por último, los votantes ingleses y norteamericanos inclinan la balanza electoral a favor de un repliegue a Estados proteccionistas ‒si es posible amurallados‒, además de visibilizar un malestar ya planetario en contra de la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre mercado planetario.

Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los últimos siglos.

Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que ‒es el camino tortuoso de las cosas‒ las cierra, al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la esperanza movilizadora de los pueblos golpeados. La globalización, como ideología política, triunfo sobre la derrota de la alternativa del socialismo de Estado, esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín en 1989 escenifica esta capitulación. Entonces, en el imaginario planetario quedo una sola ruta, un solo destino mundial. Y lo que ahora está pasando es que ese único destino triunfante también fallece, muere. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin rumbo, sin certidumbre. Pero no es el “fin de la historia” ‒como pregonaban los neoliberales‒, sino el fin del “fin de la historia”; es la nada de la historia.

Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una globalización fallida que no alumbra más los destinos. Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre absoluta en el que, como bien intuía Shakespeare, “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Pero también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.

¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los futuros son posibles a partir de la “nada” heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible relación metabólica con la naturaleza. En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. 

Eso es lo común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto a este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo.

El autor es Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia


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