viernes, 24 de marzo de 2017

ECUADOR: ENTRE LOGROS, DECEPCIÓN Y FRACTURA DEL MOVIMIENTO SOCIAL.

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CUANDO LA IZQUIERDA VOTA POR UN BANQUERO. ECUADOR. SE PERDIÓ TOTALMENTE LA “UBICACIÓN POLÍTICA HISTÓRICA”. TRAICIÓN.- O bien esta segunda vuelta está desenmascarando a la izquierda, o la izquierda desorientada se creyó el cuento aquel del neoliberalismo democratizador. La semana anterior el Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador (PCMLE), y creo que en este punto es importante expandir el acrónimo y enfatizar su calidad de Comunista, Marxistas y Leninista, anunció su apoyo a la candidatura de Guillermo Lasso, el banquero, el neoliberal, la personificación de un modelo capitalista de acumulación y segregación. A la voz de “Fuera, Correa, Fuera”, el PCMLE argumentó que tomará la “posición del lado del pueblo, de enfrentar y derrotar al principal enemigo de la Patria y la Democracia”, dándole el voto a Lasso.

Las bases sociales, los sindicatos, los movimientos sociales tienen una larga lista de agravios que el gobierno de Rafael Correa ha cometido en contra de ellos. Como ya lo he mencionado antes, los límites del modelo político y económico desarrollista y poco plural de la Revolución Ciudadana han alienado a quienes deberían ser los aliados naturales de un proceso que se dice de izquierda. Es decir, no solo que es comprensible su rechazo a la candidatura de Moreno, sino que este debió ser un tiempo de reconstrucción y autocrítica para conjugarse como una verdadera fuerza política en el futuro, precisamente para combatir y limitar los avances neoliberales de los próximos cuatro años.

Sin embargo, la posición adoptada por el PCMLE contradice lo que debería ser un principio de base de un movimiento de izquierda, más aún uno que se autoproclama Marxista y Leninista. Porque el apoyo a Lasso no presupone la democratización del régimen, si el razonamiento detrás de su apoyo fuera ese. La represión a los movimientos sociales en el Ecuador tiene larga data, y los diez años de Revolución Ciudadana no han cambiado esas dinámicas. Pero votar por la derecha, en especial por esa derecha conservadora y, ahora más claro que nunca, intolerante y violenta, es, no solo es únicamente cambiar el color de la bota, sino también perder cualquier tipo de legitimidad ideológica y política como izquierda. Es desperdiciar la oportunidad de reforzar y reposicionar los movimientos, apropiarse de espacios políticos perdidos, retomar discursos. Peor aún, es permitir que un gobierno como el de Lasso termine absorbiendo lo que queda de la izquierda organizada.

Y no son los únicos que han adoptado esta posición. Paco Moncayo se decantó tempraneramente por Lasso. Lo siguieron algunos dirigentes del movimiento indígena y luego se sumaron otras voces de la Izquierda Democrática.  Sucumbieron, al final, a esa posición de Torquemada que asumieron los voceros de Lasso, donde todo aquel que no está con Lasso está atentando contra la democracia. Se está volviendo costumbre que los mejores aliados del capital sean los partidos de izquierda. ¿Podrán regresar de esto? Difícil. Será su estigma histórico. Perdida estará su legitimidad como representantes de los “intereses del pueblo”, como combatientes de un sistema burgués que reparte el poder de acuerdo a la capacidad de acumulación. Es más, reivindicarán al poder del capital: habrán votado por un banquero. (Y no cualquier banquero, un banquero con una historia nefasta).

La concentración del poder previo al 2007 fue una de las causas que desencadenó en la elección de Correa. La reacción a la pugna de poder históricamente controlado por la burguesía creó un cambio en las relaciones de poder. La visualización de estas contradicciones no significó la resolución de las contradicciones. Si bien no hubo una verdadera democratización de la distribución del poder, las preferencias de las élites fueron reveladas, cuestionadas, creando nuevos discursos y divisiones. La Revolución Ciudadana nunca buscó la transformación de estas asimetrías, pero sí creó el momento histórico para cuestionarlas. La izquierda lo está votando a la basura. Sebastián Vallejo.
- El Telégrafo

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ECUADOR: ENTRE LOGROS, DECEPCIÓN Y FRACTURA DEL MOVIMIENTO SOCIAL.
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Sergio Ferrari.

Rebelión. Viernes 24 de marzo del 2017.

Entrevista con el Sociólogo Francois Houtart.

Segunda vuelta electoral en Ecuador.


En un continente latinoamericano mutante, la segunda vuelta electoral del domingo 2 de abril en Ecuador marcará rumbos. Aunque el tema internacional está prácticamente ausente en la campaña, los resultados marcarán tendencias y reforzarán alianzas continentales.

Si gana Lenin Moreno del oficialista partido Alianza PAIS saldría reforzado el proyecto integrador regional. Si fuera ungido presidente el banquero Guillermo Lasso, candidato de la opositora alianza CREO - SUMA, el país sudamericano pasaría a reforzar el polo continental pro-neoliberal, alineado detrás de Michel Temer en Brasil y Mauricio Macri en Argentina.

En la primera vuelta del pasado 19 de febrero, aunque Moreno obtuvo 1 millón de votos más que Lasso, por escasas décimas no logró el 40% que le hubiera abierto la puerta imperial para continuar la línea impulsada en los últimos diez años por Rafael Correa en la presidencia. 

Logros cuantificables. 

Los resultados del próximo domingo podrán ser entendidos como un plebiscito -positivo o negativo- sobre los progresos promovidos por Rafael Correa y su proyecto de “Revolución Ciudadana”. En particular en lo social, y en el desarrollo de obras públicas -carreteras, puentes, aeropuertos etc. En un país de cerca de 16 millones de habitantes, logró reducir en un 6% la pobreza y sacar de la miseria extrema a casi 2 millones de sus compatriotas. Se dieron avances significativos en la atención médica pública y se contabilizaron 1 millón 200 mil nuevos estudiantes. 

En síntesis, “logros reales pero limitados en cuanto a su contenido. No tuvieron suficientemente en cuenta muchos aspectos, como el ritmo de las transformaciones culturales, la erosión de la soberanía alimentaria y los costos ambientales”, señala el religioso y sociólogo belga François Houtart, quien desde hace seis años reside en Quito y trabaja como profesor universitario y asesor de movimientos sociales. 

A pesar de su relación de amistad con el presidente Correa, Houtart no mide sus críticas al actual modelo. “Son cifras que indican avances cuantitativos en la perspectiva de modernizar la sociedad, pero sin transformarla de fondo”, señala Houtart en entrevista telefónica.

Se dio, por ejemplo, una ausencia total de políticas agrarias: “no hubo ni reforma agraria ni políticas campesinas” enfatiza el fundador del Centro Tricontinental (CETRI) en Lovaina y de su prestigiosa publicación Alternatives Sud. Y hace referencia a un estudio del 2013 que indicaba un 44% de pobreza en las zonas rurales y un 19.5 % de pobreza extrema. El actual Gobierno impulsó, por el contrario, una agricultura moderna de monocultivos de exportación que destruye los bosques y expulsa a los campesinos de sus tierras. En síntesis, “no hubo durante estos años un proyecto de transformación fundamental de la sociedad sino una modernización del capitalismo”. Si al principio se podía pensar que se trataba de un socialismo del siglo XXI, se introdujo paulatinamente una “restauración conservadora” dentro del proyecto mismo. La crisis provocada por la caída de los precios de las materias primas aceleró la regresión, privilegiando los intereses del mercado.

Desilusión y “alineación política”.

Una parte de los movimientos sociales -entre ellos organizaciones indígenas- y de fuerzas de izquierda que originariamente apoyaron al proceso, “se sienten profundamente decepcionados”. 

Cuando el Gobierno vio que esos movimientos le daban la espalda decidió crear nuevas organizaciones sociales que respondían a su proyecto. "Se dio así una fractura político-social muy profunda que sigue marcando la realidad social del país y que tiene una influencia en el comportamiento electoral de unos y otros", explica Houtart.

Algunos de esos sectores “prefieren ahora darle su voto a Lasso y no a Moreno. Optan por apoyar a un representante del gran capital financiero, argumentando que en todo caso la situación no cambiaría demasiado”. Al mismo tiempo, reflexiona, Lasso promovió un discurso astuto. Prometió la amnistía para algunos dirigentes sociales presos; el abandono de juicios abiertos contra líderes indígenas. Se comprometió a no autorizar la actividad minera sin consulta previa con los pueblos originarios, principio ya inscrito en la Constitución, pero no siempre respetado.

Se da una “verdadera alienación política de esos sectores sociales e indígenas que van a votar contra sus propios intereses más por argumentos afectivos que razonables”, enfatiza Houtart. Algunos piensan que va a ser más fácil luchar contra la verdadera derecha, que, contra la derecha maquillada como izquierda, enumera. Subjetivamente, son sectores que han sufrido y viven una gran decepción hacia el modelo de Correa, lo que define una situación muy compleja, por momentos inexplicable y de muy difícil recuperación o reconstrucción, sintetiza Houtart con cierto escepticismo sobre el futuro.

Y se distancia parcialmente de algunos de esos argumentos: “no estoy de acuerdo que Correa esté estableciendo el neo-liberalismo”. Su proyecto es, como sucede en otros países de la región, post-neoliberal, aunque no post-capitalista. Un capitalismo moderno que integra también como importante la lucha contra la pobreza. Pero que, incluso, aumenta los niveles de deuda externa a niveles semejantes al 2007 fecha cuando llegó al Gobierno.

Crisis conceptuales.

Con el paso del tiempo Correa priorizó su rol de líder carismático. Trató de instrumentalizar los movimientos sociales -o creó otros paralelos-, impulsó una comunicación intensiva desde arriba e incluso criminalizó una parte de la protesta social.

Todo esto al tiempo que mantenía su discurso progresista original, lo que complica, muchas veces la comprensión de lo que se debate en torno al segundo turno electoral. Se presenta, argumenta Houtart, como una lucha entre la izquierda y la derecha tradicional. Cuando en realidad se trata de un combate entre la derecha oligárquica tradicional, apoyada por el imperio, -expresada en el candidato Guillermo Lasso, que busca desesperadamente recuperar el poder político- y una derecha moderna en alianza con actores de izquierda en su mayoría provenientes de los movimientos sociales de los años 70.

En paralelo, los movimientos sociales tradicionales, confrontan una crisis profunda como en otras regiones del mundo. Perdieron la visión estratégica de una transformación profunda de la sociedad y entraron de lleno en el juego político electoral a corto plazo, concluye.

Sergio Ferrari, en colaboración con el periódico suizo Le Courrier y E-CHANGER, organización de cooperación solidaria.

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