sábado, 6 de mayo de 2017

EL TTIP QUE VIENE: NI GLOBALIZACIÓN NI PROTECCIONISMO, ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN.

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EL “NUEVO” IMPERIALISMO: ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN* DAVID HARVEY.- La acumulación por desposesión es un concepto acuñado por el geógrafo teórico y marxista David Harvey  que consiste en el uso de métodos de la acumulación originaria, para mantener el sistema capitalista, mercantilizando ámbitos hasta entonces cerrados al mercado. Mientras que la acumulación originaria supuso la implantación de un nuevo sistema, según la teoría marxista, al desplazar al feudalismo, la acumulación por desposesión tiene por objetivo mantener el sistema actual, repercutiendo en los sectores empobrecidos la crisis de sobre-acumulación del capital. El término, según David Harvey, define los cambios neoliberales producidos en los países occidentales desde los años 1970 hasta la actualidad y que estarían guiados por cuatro prácticas, principalmente: la privatización, la financiarización, la gestión y manipulación de las crisis y redistribuciones estatales de la renta. Los cambios se manifiestan, entre otros, en la privatización de empresas y servicios públicos, que tienen su raíz en la privatización de la propiedad comunal.
La larga supervivencia del capitalismo, a pesar de sus múltiples crisis y reorganizaciones y de los presagios acerca de su inminente derrota provenientes tanto de la izquierda como de la derecha, es un misterio que requiere aclaración. Henry Lefebvre pensaba que había encontrado la clave del mismo, en su famosa idea de que el capitalismo sobrevive a través de la producción del espacio, pero no explicó exactamente cómo sucedía esto. Tanto Lenin como Rosa Luxemburgo, por razones muy distintas, y utilizando también diferentes argumentos, consideraban que el imperialismo –una forma determinada de producción del espacio– era la respuesta al enigma, aunque ambos planteaban que esta solución estaba acotada por sus propias contradicciones. En los ‘70 traté de abordar el problema mediante el análisis de los “ajustes espacio-temporales” y de su rol en las contradicciones internas de la acumulación de capital. Este argumento sólo tiene sentido en relación con la tendencia del capitalismo a producir crisis de sobreacumulación, la cual puede entenderse teóricamente mediante la noción de caída de la tasa de ganancia de Marx. Estas crisis se expresan como excedentes de capital y de fuerza de trabajo que coexisten sin que parezca haber manera de que puedan combinarse de forma rentable a efectos de llevar a cabo tareas social-mente útiles. Si no se producen devaluaciones sistémicas (e incluso la destrucción) de capital y fuerza de trabajo, deben encontrarse maneras de absorber estos excedentes. La expansión geográfica y la reorganización espacial son opciones posibles. Pero éstas tampoco pueden divorciarse de los ajustes temporales, ya que la expansión geográfica a menudo implica inversiones de largo plazo en infraestructuras físicas y sociales (por ejemplo, en redes de transporte y comunicaciones, educación e investigación) cuyo valor tarda muchos años en realizarse a través de la actividad productiva a la que contribuyen.

Desde los ‘70 el capitalismo global ha experimentado un problema crónico y duradero de sobre-acumulación. Considero que los datos empíricos recopilados por Robert Brenner para documentar este tema son, en general, convincentes. Por mi parte, interpreto la volatilidad del capitalismo internacional durante estos años en términos de una serie de ajustes espacio-temporales que han fracasado, incluso en el mediano plazo, para afrontar los problemas de sobre-acumulación. Como plantea Peter Gowan, fue a través de la orquestación de tal volatilidad que Estados Unidos (EUA) buscó preservar su posición hegemónica en el capitalismo global. En consecuencia, el viraje reciente hacia un imperialismo abierto respaldado por la fuerza militar norteamericana puede entenderse como un signo del debilitamiento de su hegemonía frente a las serias amenazas de recesión y devaluación generalizada en el país, que contrasta con los diversos ataques de devaluación infligidos previamente en otros lugares (América Latina en los ‘80 y primeros años de los ‘90, y las crisis aún más serias que consumieron al Este y Sudeste asiático en 1997 y que luego hundieron a Rusia y a parte de Latinoamérica).Pero también quiero plantear que la incapacidad de acumular a través de la reproducción ampliada sobre una base sustentable ha sido acompañada por crecientes intentos de acumular mediante la desposesión. Esta, según mi conclusión, es la marca de lo que algunos llaman “el nuevo imperialismo”.


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Marine Le Pen y Donald Trump. LUIS GRAÑENA.
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EL TTIP QUE VIENE: NI GLOBALIZACIÓN NI PROTECCIONISMO, ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN.
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Adoración Guamán y Gabriel Moreno.

Docentes de la Universidad de Valencia.

CTXT.

Rebelión sábado 6 de mayo del 2017.

Entre las muchas coincidencias que pueden encontrarse en el discurso electoral de Trump y Le Pen se encuentra el rechazo, al menos en el plano formal, de los Tratados de Libre Comercio de nueva generación y en concreto del TTIP y del CETA. Revestidos de una retórica calificada de “proteccionismo”, primero Trump en su campaña y ahora Le Pen han hecho suyo un discurso antitratados que ni parece que vaya a materializarse ni aporta ninguna alternativa en beneficio de las mayorías sociales.

Desde luego, es innegable que la llegada de la Administración Trump ha marcado un punto de inflexión en las relaciones comerciales entre la UE y Estados Unidos. Partiendo de esta afirmación, el interés radica en elucidar si la política comercial de Estados Unidos está dando un giro real o si la tan publicitada ruptura con el modelo anterior es un elemento más del discurso electoral/populista sin que exista un cambio real de modelo. El abandono del proceso de ratificación del Tratado Transpacífico, la paralización de las negociaciones del TTIP, la voluntad de renegociar el NAFTA han sido claros golpes de efecto destinados a mostrar un cambio de ruta del que aún no sabemos cuál es su alcance ni naturaleza exacta.

Lo cierto y verdad es que la contraposición entre “proteccionismo” y “globalización”, que tanto y tan bien explota la extrema derecha a ambos lados del Atlántico, no es una traslación automática de la lucha entre soberanía o democracia frente a neoliberalismo o libre mercado sin frenos. Aunque sea ese el relato del que Trump o Le Pen intentan aprovecharse, la dicotomía en el fondo es falsa, puesto que en ella subyace una similar estrategia de acumulación por desposesión, que se da tanto en el interior de los países que gobiernan o pretenden gobernar como en sus relaciones con el resto de regiones y Estados de la periferia.

La lectura del documento sobre la estrategia comercial de Trump, que se ha filtrado el pasado mes de marzo, nos da buena cuenta de ello. En el mismo se afirma que la nueva política significa un cambio “real” respecto de la sostenida por la Administración anterior (lo que en teoría “venden”), aunque un análisis pormenorizado de las propuestas revela el sostenimiento de una línea que nunca se ha perdido: América para los americanos, sí, pero fundamentalmente para algunos y contra la mayoría.

Según el documento, el objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses. Todas las acciones comerciales, continúa el texto, tendrán como objetivo el crecimiento económico y la promoción del empleo en los Estados Unidos y la protección de las empresas, trabajadores, sectores y mercancías de los Estados Unidos frente a los del resto de países. En este sentido, se van a primar los acuerdos bilaterales frente a los regionales y se resistirá frente a los intentos de la OMC de debilitar la postura de Estados Unidos en los diversos tratados multilaterales. En realidad, nada nuevo bajo el sol ni diferente a lo que la gran potencia ha venido realizando en las últimas décadas.

En concreto, Trump se fija los siguientes objetivos: defender y expandir agresivamente la soberanía de Estados Unidos en materia comercial; responder agresivamente a las distorsiones a la libre competencia, incluso si son toleradas por la OMC; sortear las normas de la OMC e impulsar tratados bilaterales que mejorenla apertura de las fronteras de otros países respecto de los productos y servicios estadounidenses; expandir el comercio a nuevos mercados clave y renegociar tratados ya en vigor, en concreto el NAFTA. Es decir, nada que no estuviera, al menos señalado, en la agenda anterior (Obama y Clinton ya apostaron por renegociar el NAFTA), nada que implique un cambio radical (en lugar del TPP se van a negociar tratados bilaterales con cada uno de los países implicados) y nada que no estuviera presente en la negociación del TTIP.

Como se recordará, el 17 de julio de 2013 el Consejo de la Unión Europea aprobó las Directrices de negociación relativas a la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversión, entre la Unión Europea y los Estados Unidos de América, más conocido como TTIP. Este documento, que no se desclasificó hasta el 9 de octubre de 2014, contiene los objetivos y contenidos fundamentales del acuerdo, estableciendo como finalidad primordial el aumento del comercio y la inversión entre la UE y los Estados Unidos. Para ello, el documento enmarca los contenidos del Tratado en tres grandes pilares: el acceso al mercado, las cuestiones reglamentarias y barreras no arancelarias (cooperación reguladora) y la producción de normas comunes de obligado cumplimiento, incluyendo un mecanismo de solución de controversias inversor-Estado (ISDS). Este amplio contenido ha justificado que el TTIP, al igual que el CETA, sea bautizado como un “Tratado de Nueva Generación”, ya que su objetivo principal no es el de eliminar aranceles, sino el de servir de marco jurídico para que el capital transnacional proteja sus intereses frente a la discrecionalidad, soberana, de los Estados. Y aunque tras el cambio en la Administración estadounidense las negociaciones se han paralizado, no se han dado por concluidas; al contrario, parece que ambas potencias están apostando por retomarlas.

Sin duda, una nueva apertura de las mismas vendrá marcada por una notable posición de fuerza de los Estados Unidos que mantendrá las líneas rojas que ya estancaron las negociaciones en el otoño pasado. Cuestiones como la apertura de los mercados de la contratación pública con la derogación o modificación de la Buy American Act o el reconocimiento de las Denominaciones de Origen ya se plantearon como concesiones imposibles por parte de la Administración Obama y en estos momentos se pergeñan como líneas infranqueables, con más agresividad aún. Así las cosas, y con el as en la manga que supondría dar prioridad a un tratado de nueva generación con el Reino Unido antes de negociar con la UE, el Gobierno de Trump puede coger el mando de las negociaciones con una Unión Europea a la que la negociación de estos tratados está provocando fisuras cada vez más amplias.

En esta coyuntura, el objetivo actual de la política comercial de Estados Unidos es la expansión del comercio de manera que éste sea más libre y más abierto para los estadounidenses. Sea como fuere, la Administración Trump se encontrará delante con una UE aún más desunida y débil, con las contradicciones inherentes a su propio proceso de integración abiertas en canal. La primacía de lo económico y del mercado en la configuración misma de la UE, sin la necesaria dimensión social que los atenúe, unida a los últimos ataques neoliberales desde sus instituciones a los derechos y al bienestar de las mayorías sociales del continente, han suscitado un sentimiento de rechazo hacia el proyecto que ha sido, por el momento, canalizado con mayor intensidad por la derecha. La ausencia de mecanismos redistributivos a nivel continental y la consagración jurídica, al mismo tiempo, de la estabilidad presupuestaria como indiscutible camisa de fuerza para las posibilidades de intervención económica de los Estados han provocado que las libertades económicas fundamentales (de movimiento, de capitales, de servicios y bienes…) hayan seguido operando sin diques que las frenen, aumentando la desigualdad y la acumulación de la riqueza a través, y por encima, de los países.

El descontento, por ende, se hará aún mayor si no somos capaces de dar un giro rotundo a la arquitectura misma de la Unión Europea, y la extrema derecha seguirá creciendo si su relato, falso, sigue teniendo un asidero real en Bruselas al que agarrarse. Ellos, Le Pen y Trump, se erigen en los salvadores de la comunidad, de la Nación y de la seguridad, laboral y social, frente a la globalización institucionalizada y al mundo de las frías cifras del establishment de Washington o de las instituciones de Bruselas. Pero ellos también, a la vez, no dejan de defender en el fondo los mismos planteamientos que subyacen a las consecuencias que critican y de las que se aprovechan en el descontento generalizado. Trump seguirá con el libre comercio sin trabas, lo potenciará incluso, y la acumulación de unos pocos y la desigualdad para los muchos aumentará. Lo hará, eso sí, desde un vigorizado discurso nacionalista y neoproteccionista, mientras sus millonarias cuentas no pararán de crecer y sus empresas, cual metáfora de su misma ideología, no cesarán de saltar de un país a otro protegidas por los tratados de nueva generación auspiciados por EEUU.

Le Pen, de ganar, no acabará con la base socioeconómica que alimenta la desigualdad, la injusticia social y el descontento, como tampoco lo hará Macron, por mucho que ahora ambos decidan que criticar el CETA está à la mode. El Brexit, por su parte, no supondrá un renovado impulso para la democracia en el Reino Unido, que, de la mano de May y los tories, ya está comenzando a abrazar de nuevo la posibilidad de aumentar los neoliberales lazos con Estados Unidos y de convertir Londres en un paraíso para estos nuevos tratados que amparan, recordemos, la impunidad total de un capital transnacional dueño y señor de los mecanismos tradicionales de poder.

Frente a la atomización social, el individualismo extremo, el empobrecimiento de amplias capas de la población y el aumento de la desigualdad, el capitalismo neoliberal, precisamente la causa de todos estos factores, parece haber encontrado una vía de escape para seguir conservando la acumulación que alienta: el nacionalismo de los falsos proteccionismos que en el fondo no solo no cambian, sino que profundizan, la acumulación por desposesión que estamos sufriendo. El TTIP que viene tendrá posiblemente otro nombre y otras formas, pero detrás estarán los mismos intereses de siempre al servicio de quienes, desde hace demasiado tiempo ya, vampirizan el futuro de las generaciones presentes y venideras.

Adoración Guamán. Profesora titular de Derecho del Trabajo en la Universitat de València. Gabriel Moreno. Investigador en Derecho Constitucional en la Universitat de València.


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NOTA IMPORTANTE.-

Lectura de los Tratados Internacionales.-

TPP.- Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.

TTIP.- Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones. (en Inglés). Entre la Unión Europea y Estados Unidos.

NAFTA.- O TLCAN es el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, - el primero, vigente desde el 1 de enero de 1994 -.

CETA:- Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá.

OMC.- Organización Mundial del Comercio. Fundada el 1 de enero de 1995.

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