jueves, 10 de agosto de 2017

CHINA Y RUSIA. LOS NUEVOS MEJORES AMIGOS.

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CHINA DESPACITO EN EL MEDITERRÁNEO.- China ha diseñado un plan para potenciar su comercio marítimo, en el que el Mediterráneo es una pieza central, con inversiones en las dos orillas, y en África. El transporte marítimo constituye un pilar fundamental de la economía mundial. Por mar circulan el 80% de las mercancías y alrededor del 50% del petróleo; y el Mediterráneo tiene la clave. La expansión China para ganar la supremacía en los puertos del Mare Nostrum no para de crecer y forma parte de su cinturón de protección.
Su política de rutas llamada la Tierra del siglo XXI, es el equivalente marítimo de la ruta de la seda
La empresa estatal China Cosco acaba de adquirir el 51% de Noatum Ports, con la que se hace con la terminal de del puerto de Valencia. la mayor terminal de contenedores en volumen, uno de los tres puertos de contenedores más importantes del Mediterráneo, con esta operación China refuerza su presencia en España puesto que también tiene una vinculación importante con el puerto de Barcelona, que es el mayor del Mediterráneo de mercancías. La relación se ha visto reforzada con la apuesta de Hutchison Port por el puerto donde dispone de una gran terminal.
China aprovechó el plan de privatización que el gobierno griego liderado por Syriza tuvo que poner en marcha presionado por la troika para poder acceder al tercer rescate. El grupo Chino Cosco ha ganado la licitación del principal puerto heleno el Pireo abriendo el camino para convertirlo en un centro importante para el comercio entre Asia y Europa Central.
Además, Cosco ha puesto los ojos en la vecina Chipre, presentándose al concurso de privatización del principal puerto de la isla. Limasol está llamado a ser una plataforma para las grandes empresas petroleras, favorecidos por el descubrimiento en alta mar de grandes reservas de gas en el Mediterráneo oriental entre Chipre-Líbano-Israel.


La política de rutas de China, llamada Tierra del siglo XXI, es el equivalente marítimo de la ruta de la seda
En los últimos años China ha conseguido un avance espectacular en la orilla Sur del mediterráneo, en el Magreb y África, regiones vecinas de Europa, con el fin de Intentar reforzar sus intereses para asegurar sus necesidades, y reforzar su estrategia de crear un espacio económico que se extiende desde China a África a través de la India y Oriente medio. China es hoy el primer socio comercial de Oriente Medio, África y la India en detrimento de EEUU y la UE, aunque muchos preferirían reducir su influencia y expansión en los mercados emergentes y controlarle el suministro de petróleo.
En el Norte de África hay varios ejemplos, Argelia y China firmaron un contrato de 3.000 millones de euros para construir y explotar un nuevo puerto de transbordo al oeste de la capital, Argel. Esta infraestructura será crucial en el trafico entre África y Europa
En Marruecos quiere participar en el proyecto del enlace fijo a través del Estrecho de Gibraltar, y cerca del Puerto Tanger-Med a 14 km de Europa, China ha anunciado la construcción de una ciudad industrial, Tanger Tech para instalar un centenar de empresas chinas en un terreno 2.000 hectáreas, creando 300.000 empleos y una inversión de 1.000 millones anual durante 10 años.
En Egipto, China está creando una zona industrial en la orilla del canal de Suez, que atraerá a un centenar de empresas y una inversión de 2.500 millones de dólares.
China ha empezado a construir su primera base militar en Djibouti

Y en África el avance de China es espectacular sobre todos en los países ricos en materias primas que le ha transformado en el primer socio comercial. China ha empezado a construir su primera base militar en Djibouti, un pequeño país situado en el Cuerno de África, cerca del Golfo de Adén y el Mar Rojo, próximo al estrecho de Bab al Mandeb, por el que transita el 40% del tráfico marítimo mundial.
Estos movimientos deberían alertar a los europeos del riesgo del cerco geo-económico. el Mediterráneo, es una de las anclas y la puerta de entrada en Europa para los productos chinos. Pero la UE inmersa en una crisis, con el Brexit, el conflicto de los refugiados, no tiene un plan coherente para el Magreb y África.
China construyó cuatro rutas de la seda, una en Asia Central, otra por el océano Índico y la tercera a través del ártico. La cuarta es una extensión de la Península Ibérica hacia la África Atlántica y el Golfo de Guinea .
Las relaciones son complejas en la era del comercio político. El aumento de los lazos económicos podría conducir a una mayor voluntad política y cooperación militar. Los temas comerciales y de inversión deben introducirse en un amplio debate que con demasiada frecuencia está dominado por cuestiones de seguridad y de inmigración con el Mediterráneo.
Es imprescindible lanzar nuevas propuestas claras y audaces. La UE debe implicarse, hay que priorizar una estrategia y una buena respuesta para evitar el cerco y ver el patio trasero mediterráneo y sus conexiones controlados por empresas estatales chinas, sino es muy probable que la UE quede atrapada en la red de Dragón que sigue su máxima de crecer despacito.


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CHINA Y RUSIA. LOS NUEVOS MEJORES AMIGOS.
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Soberanía Digital.

Lunes 7 de agosto del 2017.

Mientras el caos de Trump tiene a Estados Unidos dando palos de ciego, Vladimir Putin y Xi Jinping estrechan silenciosamente sus relaciones políticas, militares y económicas. Sus más recientes acuerdos podrían revolucionar la geopolítica mundial.

Las frías aguas del mar Báltico acogieron el fin de semana pasado a un invitado inusual. Se trataba de una flota naval china compuesta por un moderno destructor, una fragata, un barco de aprovisionamiento, varios helicópteros militares y un regimiento de infantes de marina. Tras recorrer 16.000 kilómetros desde Beijing, el grupo se unió a una decena de buques y aeronaves rusos para participar en unos ejercicios conjuntos frente a las costas de San Petersburgo.

No se trató de unas maniobras como tantas otras. En primer lugar, porque por primera vez barcos de la Armada china realizan maniobras militares en aguas europeas. En segundo lugar, porque la operación le sirvió al Ejército Popular de Liberación para mostrar los impresionantes avances técnicos que los chinos han alcanzado en la última década. Y en tercer lugar, porque esos juegos de guerra se desarrollaron en una de las zonas en las que Rusia y la OTAN sostienen un fuerte pulso geopolítico por el control de los mares y los cielos de Europa oriental y Escandinavia.

Más allá de eso, los ejercicios tuvieron una dimensión histórica porque se trata del ejemplo más contundente de la creciente cooperación entre Moscú y Beijing, que en los últimos años no solo se han acercado en el ámbito militar, sino también en cuestiones políticas, económicas y sobre todo diplomáticas. Así quedó demostrado el 4 de julio durante la visita de dos días del presidente chino, Xi Jinping, a su colega ruso, Vladimir Putin.

En esta, ambos emitieron una declaración conjunta sobre la crisis de Corea en la que le apuntaron a “una solución pacífica del conflicto a través del diálogo”, y advirtieron que los planes de Washington de instalar un sistema antimisiles en Corea del Sur representaban un grave perjuicio para sus “intereses de seguridad estratégica de los países de la región”.

Todo lo cual contrasta con el comportamiento errático de Donald Trump, que ha llevado la política exterior norteamericana hasta su nivel más bajo desde la posguerra. En el caso de Corea del Norte, esto se ha expresado en una serie de declaraciones contradictorias del presidente y de su secretario de Estado, Rex Tillerson, quienes en menos de un mes le ofrecieron su amistad y –al mismo tiempo– trataron de loco al líder norcoreano, Kim Jong-un. Y en cuanto a Rusia y China, el caos de la administración de Trump se ha traducido en una avalancha de declaraciones contradictorias, en las que la fastuosa recepción que el presidente norteamericano le ofreció a Xi en Mar-a-Lago y la sumisión que mostró ante Putin en el G20 contrastan con el “conflicto abierto” con el que Tillerson amenazó a China el miércoles y las sanciones que el Senado aprobó la semana pasada contra Moscú por cuenta del Rusiagate

Una cuestión personal.

Aunque en Europa y en Estados Unidos el proceso ha pasado relativamente desapercibido, en Moscú y en China tienen muy claros los pilares de la estrategia que los ha acercado. Como informó la agencia estatal Xinhua el 4 de julio tras la visita de dos días a Moscú del gobernante chino,
“las relaciones bilaterales atraviesan por su ‘mejor momento en la historia’ y los intercambios entre el presidente Xi y su contraparte rusa, Vladimir Putin, juegan un papel clave en las estas”.


No era una exageración, pues ese fue el tercer encuentro que esos líderes sostienen este año, y el vigésimo desde que Xi llegó al poder en 2012. De hecho, en esa reunión el mandatario chino habló de “una amistad personal”, que hay que entender a la luz del estilo autocrático y nacionalista que ambos comparten y que quieren contraponer a las democracias liberales de Occidente. Y a eso hay que agregar que China y Rusia tienen intereses políticos y diplomáticos que no solo son compatibles, sino que pueden incluso complementarse.

Por un lado, ninguno está contento con el orden mundial imperante por lo que, desde hace casi una década, ambos están extendiendo su poderío militar más allá de sus fronteras para ejercer un control militar y económico en sus áreas de influencia. Beijing lo ha hecho en sus litorales sur y oriental, y Moscú en Georgia y Ucrania, de la que se anexionó la península de Crimea. Y por el otro, como dijo David Lewis, autor del libro The Temptations of Tyranny in Central Asia,
“tanto China como Rusia ven el periodo de debilidad estadounidense como una oportunidad para comenzar a construir un orden mundial diferente”.

Y en efecto, ambos líderes han llevado a sus países a actuar de forma coordinada en los escenarios internacionales y también a apoyarse en cuestiones diplomáticas. Por eso, Xi fue uno de los pocos líderes mundiales que acompañó a Putin durante el aniversario de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial (cuatro meses después Putin le devolvió atenciones al participar en el aniversario de la victoria contra Japón). A su vez, ambos están actuando en tándem en las Naciones Unidas, donde han usado su derecho a veto para controlar el Consejo de Seguridad.

Pero eso no es todo, pues Moscú ha apoyado tácitamente los reclamos de Beijing en el mar del Sur de la China, y Beijing ha ignorado las sanciones que Europa y Estados Unidos le impusieron a Rusia por anexarse Crimea y desestabilizar Ucrania oriental en 2014. De hecho, ese país es hoy la principal fuente de divisas para Moscú y también el principal cliente de su petróleo y de su gas. Durante la reunión de julio Beijing aprobó 11.000 millones de dólares para financiar proyectos de infraestructura y desarrollo, y desde 2016 está invirtiendo en un gasoducto para llevar combustible desde Siberia hasta sus principales centros industriales.

Y a eso se agrega el creciente interés de ambos países por el manejo de la información, pues los rusos quieren adoptar las estrategias de Beijing para controlar internet y aislar a sus ciudadanos de las noticias inconvenientes. Y los chinos, por su parte, están muy interesados por la eficaz represión que Rusia ejerce sobre las ONG, y también por la capacidad de emprender ciberataques y de influir mediante agencias de noticias controladas por el Estado.

Sin embargo, tanto Xi como Putin se han cuidado de hablar de una alianza. Por un lado, la historia de las relaciones bilaterales es larga y compleja, e incluye varios conflictos territoriales, como el que a finales de los años sesenta casi lleva a una guerra a Mao y al líder soviético Leonid Brezhnev. Y por el otro, existe un fuerte desequilibrio económico entre ambas naciones. Mientras China está en vías de convertirse en la mayor economía del mundo, el PIB de Rusia es inferior al de Italia.

Adicionalmente, a diferencia de Moscú, Beijing no tiene ninguna intención de enfrentarse militarmente con Occidente, sencillamente porque no está preparada para una confrontación de ese calibre, que significaría además acabar con su crecimiento económico. Como dijo el sinólogo Guillermo Puyana:
“China quiere que sus relaciones con Europa y Estados Unidos sean lo más cordiales posible. De hecho, su objetivo es que haya un mundo multipolar en el cual poder consolidar su ‘poderío nacional integral’, un concepto que no solo incluye la fuerza militar, sino también el poder económico y político”.

De hecho, la principal diferencia entre ambos países es que mientras Rusia le ha sacado el mayor provecho a su poderío militar y nuclear para maximizar su presencia en el tablero geopolítico internacional, China tiene una estrategia a muy largo plazo. Para sus líderes, esta comenzó a principios del siglo XX con la llegada del Partido Comunista al poder y solo va a terminar cuando el país recobre su estatus milenario de Imperio central.


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